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Cerco del Congreso y dictadura partidista

Santiago Pérez

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Van a coincidir en el mismo lugar, día y hora. Y se trata de dos acontecimientos importantes y --en mi opinión - contraindicados para la democracia: cercar el Congreso cuando los representantes de los ciudadanos van a votar la investidura (o no) del presidente del Gobierno; y el otro, la imposición del poder partidista sobre la libertad de los diputados, garantizada explícitamente por una Constitución que prohíbe cualquier mandato imperativo.

Estos episodios son propios de una sociedad poco acostumbrada a los avatares de la democracia, porque 40 años bastan para desgastar una forma de gobierno, pero no para arraigar la cultura democrática en un país donde el autoritarismo y la intolerancia han campado a sus anchas desde siempre. Fruto, sobre todo, de la insensibilidad social y el egoísmo despiadado de los sectores privilegiados.

Los episodios que vamos a vivir, créanme, no tienen fácil arreglo. Y forman parte de una dinámica que se retroalimenta. La prueba es la coincidencia. ¿Puede ayudar a evitar que esto se vuelva a repetir una reforma del sistema electoral que descreste la prepotencia de las direcciones partidistas, de modo que las decisiones politicas relevantes se tomen en el Parlamento y no en una guerra totalen los cuarteles generales de los partidos?

Probablemente sería necesario, pero no suficiente. Siempre me viene a la cabeza la votación en la Camara de los Comunes en la que medio grupo parlamentario laborista se amotinó cuando un ensoberbecido Tony Blair embarcó al Reino Unido en la ilegal invasion de Irak. En aquellos días, con una sociedad española movilizada y muy mayoritariamente contra la presencia de España en el Pacto de las Azores, los diputados del PP apoyaron unánimemente a Aznar.

Ahora ocurre algo muy parecido, pero con los diputados socialistas: con sus votantes en contra, con los militantes irritados y --lo que es mucho más importante-- contra su compromiso electoral fundamental, que sintetiza todos los demás: impedir la continuidad en el gobierno de un PP marcado por los recortes agresivos y la corrupción. En el trasfondo, las listas cerradas y bloqueadas con sus secuelas de diputados pusilánimes y prepotencia partidista. Cualquier forma de elección que incorporara al Congreso al menos una parte de diputados elegidos en distritos uninominales --como en Alemania-- contaminaría de reprentatividad y de libertad la vida parlamentaria.

Pero no nos engañemos: ni en este ni en ningún asunto las leyes hacen milagros. Y ya hemos visto cómo se las gastan algunos barones y exmandatarios, a la hora de imponer sus ideas, intereses o compromisos con los poderes fácticos.Ya buscarían los resquicios de una nueva legalidad electoral para hacerde las suyas.

La actual situación es de libro, como de libro ha sido la manipulación del miedo a unas terceras elecciones. Si uno se adquiere ante los ciudadanos un compromiso esencial, debe cumplirlo. Si el resultado de las elecciones, sumado a unas líneas rojas instauradas interesadamente con la fuerza de un axioma, abocan a un bloqueo político, que lo resuelvan las urnas. Que le dan más votos al PP, será decisión de los ciudadanos. Un representante no debiera hacer exactamente lo contrario de lo que ha prometido. Por pura credibilidad de la democracia, ni siquiera de la suya o de la de su partido.

Por ser un caso de libro, en situaciones como éstas debieran las autoridades partidistas (sobre todo las sobrevenidas y de legitimidad más que discutible) hacer gala de prudencia y de amplitud de miras. Y no derrochar mezquindad e intransigencia, por mucho que las escondan bajo frases grandilocuentes. CERCAR EL CONGRESO es un error peligroso. A la hora de presionara los representantes democráticos, quienes invocan la democracia y sus valores nunca podrán llegar tan lejos como los detractores de la democracia. La historia del siglo XX esta llena de tragicos ejemplos de hasta dónde pueden llegar los fascismos y nacionasocialismos en este tipo de prácticas. Y se están sentando peligrosos precedentes.

El derecho de manifestación es sagrado, pero no es absoluto. Hay mil formas de manifestar la indignacion que tantos sentimos con lo que está ocurriendo.

Manifestarse es una y en el ejercicio de este derecho fundamental, el día, la hora y el lugar es clave. Podría ser hoy, la hora la misma y el lugar, Madrid. El recorrido, pasando incluso por el Congreso. Pero cercar el Congreso cuando se va a votar la investidura de un candidato a presidente de Gobierno, que es el que dirige realmente un régimen parlamentario cuasipresidencialista, es un error, un inmenso error. Los enemigos de la democracia, que en esta España de nuestros desvelos siempre han sido muchos y muy influyentes (tanto, que están reconvirtiendo la sociedad y el sistema político en el que les hubiera gustado como continuación del Regimen franquista), se frotan las manos.

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