El desconocimiento peninsular de la identidad canaria
En mi etapa escolar, cuando aún el sistema educativo se basaba en la Enseñanza General Básica (EGB), la idea del centralismo estaba tan extendida que no había ni un solo intento por conocer la realidad de las Canarias. De hecho, el Archipiélago no existía como un espacio geográfico localizado en un punto real y, por el contrario, se insistía en la idea de representarlo en la esquina derecha inferior de los mapas físicos y políticos de la Península Ibérica.
Por tanto, la idea de España, como Estado y territorio, no era real y sí excluyente. No es de extrañar que los peninsulares crecieran pensando que las Canarias estaban en el mar Mediterráneo, próximas a las Baleares, lo cual solo era una mínima muestra del nivel de desprecio que se sentía hacia nosotros y la desconexión geográfica y social que alimentaba el referido sistema educativo. Simplemente, era una región alejada y sometida a una fuerte visión colonial.
Si nos paramos a pensar cómo se estructuraba ese sistema educativo, nos daremos cuenta del grado de desconocimiento de cualquier aspecto de la idiosincrasia canaria, que se veía contrarrestada con la obligatoriedad de conocer la Península en todos sus aspectos, asimilándola como un territorio que estaba por encima del nuestro. En esa EGB, los canarios estudiábamos desde su relieve hasta su vegetación, su clima y su población. Nos aprendimos mecánicamente todos los ríos y sus afluentes y era indispensable situarlos en el correspondiente mapa mudo, lo mismo que los accidentes fluviales, caso de cabos, golfos, estuarios, lagunas, deltas y rías, entre otros. Si no lograbas ese objetivo, eras un mal alumno y suspendías porque se consideraba que eran conocimientos indispensables para adquirir una buena formación académica.
Al mismo tiempo, memorizamos todos sus sistemas montañosos, hasta el punto de viajar a la meseta Central y a Sierra Morena, entre otros, sin salir de nuestras Islas. Éramos conscientes de cómo se configuró y las diferencias esenciales entre sus regiones, pero paralelamente el mismo sistema nos negaba una explicación sobre la principal dorsal de Tenerife o qué aspectos definían la geología de Canarias. El paisaje lo teníamos delante de nosotros, pero sin herramientas educativas que nos expusiesen todo lo relativo a su origen.
Sabíamos de oídas que vivíamos en una superficie volcánica, pero nada más. De hecho, nunca hubo una explicación básica sobre el surgimiento del Archipiélago, la teoría de la Tectónica de Placas, la formación de los volcanes y las diferencias geomorfológicas.
Lo primordial era el territorio peninsular, desarrollándose un trato discriminatorio hacia las Canarias, que solo existían como un espacio alejado y esa misma característica provocaba que no se tuviesen en cuenta dentro de la enseñanza escolar. Mientras los canarios aprendíamos todo sobre la Península, desde fuera no hubo reciprocidad y, por tanto, nuestra idiosincrasia continuó totalmente ajena a la construcción del nuevo Estado español surgido en la Transición. Lo peor es que ni siquiera aquí se apostaba por llevar a las aulas los aspectos cruciales que habían configurado una cultura propia, salvo actuaciones puntuales de ciertos docentes y fuera del horario escolar.
El resultado final es que Canarias solo era un lugar para venir de vacaciones, una extensión paradisíaca de sol, playa, diversión y exotismo. Incluso, la mayoría de peninsulares nos veían como una sociedad atrasada y esto garantizaba un sentimiento de superioridad sobre nosotros, como si ellos nos trajesen el conocimiento y el desarrollo del que carecíamos hasta entonces, siempre desde su mentalidad.
Después de tantas décadas y con la EGB ya suprimida, esa percepción sigue vigente, tal y como se ha demostrado con la actual erupción del volcán de Cumbre Vieja en La Palma, acrecentándose ese estigma que llevamos soportando desde hace décadas, relativo a que existe una ignorancia total de los peninsulares hacia Canarias en todos los aspectos. De hecho, en el momento del inicio de la erupción, muchos preguntaban en las redes sociales e incluso en la televisión si la lava llegaría hasta Tenerife o dónde estaba exactamente La Palma en relación a las otras Islas. A estas alturas de mi vida y más de tres décadas después de salir de un aula de la EGB, sé dónde se sitúa el río Eo y sus afluentes, pero aquellos ni siquiera saben distinguir esta cuestión tan básica de ubicar y relacionar el nombre de esas ocho Islas, que forman parte de la jurisdicción española, lo que incide abiertamente en que todavía se nos considera un territorio residual.
Esto se acrecienta con ciertos comentarios que también han realizado en dichos medios en relación a cómo es posible que nos permitan (como si tuviésemos que pedirles permiso, mientras nos tratan como tontos) construir nuestras casas en un territorio volcánico. Hasta ayer, cuando estalló el volcán de Cumbre Vieja, esas mismas personas apenas sabían indicar algo sobre las Canarias que no fuese más allá de nombrar el pico Teide, aunque dudo que conociesen su altura ni menos aún que está entre los diez picos más altos de Europa y que es el tercer volcán más alto de la Tierra.
Luego, está la cuestión del dialecto canario, que causa gracia a muchos porque lo consideran como una representación del atraso frente al uso correcto del español, que ellos representan. De nuevo, aparece el centralismo y la visión colonial en muchos medios de comunicación peninsulares a la hora de tratar cualquier información relativa a Canarias y la imposición de sus vocablos, al más puro estilo de la romanización o de la conquista de la Corona española en América. El ejemplo más básico ha sido el de los canales de televisión que, informando sobre la erupción en La Palma, han empleado desde el primer momento el término «delta» para referirse al territorio que la lava gana al océano cuando llega a la costa, si bien aquí se emplea el de «fajana».
A los pocos días, algunos de esos medios (no todos porque otra gran cantidad seguía hablando de la realidad canaria de espaldas a los propios canarios) fueron más inclusivos y corrigieron ese aspecto, empleando ese último, lo cual es un minúsculo reconocimiento de nuestra identidad y un respeto a variedad dialectal, así como una llamada de atención para cambiar esta realidad. Si yo tengo que escribir «Catalunya» y «A Coruña» en vez de «Cataluña» y «La Coruña», respectivamente, para referirme a esos lugares de manera correcta y en sus respectivos idiomas, formando parte del Estado español, también pido que se respete la forma de hablar de los canarios y el rico léxico que durante generaciones hemos utilizado y guardado como un tesoro lingüístico.
Ahora que se está produciendo un cambio en el sistema educativo es importante seguir introduciendo, consolidando y diversificando los contenidos canarios en los centros docentes para explicar cómo se ha formado la identidad canaria. Pero también exijo que el Gobierno central incluya precisamente la realidad canaria dentro del marco de enseñanza peninsular y que se enseñen esos contenidos porque, en caso contrario, la fractura cultural, ya existente, seguirá acrecentándose.
España es una entidad rota porque todavía predomina la misma concepción basada en el rechazo frontal de las nacionalidades y las identidades territoriales que forman parte de ese Estado. Tanto criticar a Estados Unidos, que antepone su historia por encima de la del resto del mundo, y en este país se reproduce la misma actuación con una gratuidad alarmante.
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