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¿Y tú qué harías?

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A los retos, se les vence. Sin embargo, los procedimientos pueden variar, ya sea por la óptica con la que se analizan o simplemente porque nuestro conocimiento sobre el instrumental existente es el que es. No obstante, para poder acceder a la resolución de cualquier conflicto hay que tener un procedimiento, por muy rudo que pudiera parecer. Para empezar, qué mejor que identificar el problema. Muchas veces está tan difuminado e indefinido que complica su rastreo por lo que es mejor perder más tiempo en esta fase para luego tener más certeza en su resolución. De lo contrario podemos estar tirando barro a la pared esperando que en algún momento se quede pegado y que, de ahí, surja la solución. La limitación adicional aparece cuando tenemos poco barro y mucha pared. Una vez reconocida la vicisitud, aparece la parte más sencilla y complicada a la vez, como es el buscar y encontrar las soluciones. Está claro que no va a haber solo una, sino todo un abanico, con mayor o menor tiempo, de acierto. Por esa razón la evaluación de la solución es parte de la búsqueda, no vaya a ser que se generen a su vez más contrariedades que los impedimentos que se intentan resolver.

Paralelamente, haga lo que se haga, es necesario comprender cómo funcionan los equipos que deben enfrentarse a las dificultades, porque su visión y misión tendrá más o menos acierto dependiendo de la multidisciplinariedad utilizada. Además, tengamos claro que no siempre se trata de adoptar soluciones traumáticas, sino que realmente se puede salir beneficiados del proceso extirpando el aspecto externo desbocado e introduciendo el interno y controlable. Tengamos en cuenta que se intenta responder a un choque de intereses múltiples, encubiertos por argumentos subjetivos donde la rivalidad, fruto del predominio, forman parte a la vez del obstáculo y de la solución, donde el miedo irrumpe con mayor intensidad cuanto más se conceda.

Toda esta metodología la podemos centrar bajo un ejemplo práctico relacionada con el incremento de los precios, sobre todo referenciados a la alimentación. Recordemos que en el ejercicio 2022, el índice general del Índice de Precios de Consumo para Canarias quedó en un 5,8% frente al 5,7% nacional, donde el índice de los “alimentos y bebidas no alcohólicas” quedó en primer lugar de forma destacada, con un 15,3% para el Archipiélago ante un 15,7% de media. A partir de aquí, hay voces que hablan de topar los precios de determinados alimentos mientras que hay otras que dicen que “cada cual aguante su vela”. Está claro que todas las visiones tienen costes y beneficios. Por ejemplo, topar precios por debajo de los costes desincentiva su producción y más después de tener la Ley de Cadena Alimentaria, donde se prohíbe vender por debajo del coste de producción y cobrar menos de lo que se ha pagado. No obstante, también es cierto que no hacer nada rompe la cohesión generando el ahondamiento de la brecha social donde una parte accede al solomillo y otra a las sobras, empobreciendo la cartera y la dieta. Entonces ¿qué hacemos? ¿Nada, algo o todo?... Para empezar que cada parte haga lo que debe en lo que a la formación de precios se refiere. Por la parte que consume, la soberanía de elegir el mejor producto al mejor precio, expulsando del mercado al resto. Por la parte productiva, se habrá de minimizar los costes sobre la base de una rentabilidad deseada. Y, por la parte pública, la fiscalidad, dado que afecta directamente sobre los precios. Visto todo el instrumental, está claro que se deberán combinar hasta encontrar el desenlace deseado. Ah, por cierto ¿Y tú qué harías?

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