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Indultos o insultos. Gobierno legítimo o contrapoderes

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Una frase me parece apropiada y aplicable a ciertos individuos famosos e influyentes en los poderes mediáticos: La mentira como lujuria y adicción inevitable. Cuando el desparpajo  y la impunidad acompañan a la mentira, aquellos que usan de la mentira como una droga vuelven inevitablemente a su uso. Especialmente cuando el “círculo vicioso” no les afecta personalmente sino que va acompañado de aplausos y emolumentos financieros.

A Pinocho se le alargaba la nariz cada vez que mentía, al Pinochet chileno se le aplaudía y condecoraba. Así el pinochotear  o pinochetear puede ser un buen verbo para la forma de mentir que han utilizado Trump, Bolsonaro, Pinochet y otros personajillos de cuyos nombres no quiero acordarme.

La cosa sería sólo caricaturesca y risible, que lo es, si su peligrosidad para la salud pública no fuera extrema. Y no me refiero ya a los que niegan la Pandemia actual, sino también a los que con sus calumnias, insultos y mentiras envenenan el clima político.

En el cuento de Pinocho al muñeco le crecía la nariz al mentir y necesitó de un consejero, Pepito Grillo, que le acompañase. En el caso de los Pinochet la cosa cambia pues son “consejeros” o “asesores” que han vendido su alma al Diablo o al Mal, ya que no buscan el bien común, sino el triunfo de su “muñeco” o “muñeca” en el torneo político.

El actual  Gobierno legítimo de España, progresista, pretende mejorar las tensiones dentro de nuestra patria común, pero se ve constantemente descalificado, calumniado, y acosado mediáticamente en nombre de los „verdaderos patriotas“ y de los intereses sagrados que ellos dicen representar.

No me refiero ahora a los portavoces del PP o VOX, sino a aquellos órganos radiofónicos y televisivos puestos al servicio de la desinformación en nombre de la “libertad de expresión”. Entre ellos destaca Federico Jiménez Losantos, reconocido como Sumo Pontífice del Contubernio estigmatizador de la Izquierda y anticomunista profesional. Su padre fue zapatero, pero eso no explica psicoanalíticamente su odio al ex-presidente socialista Zapatero.

Federico Jiménez Losantos se presenta como mártir, victima y también como Inquisidor máximo de la españolidad. Renegado se llama a la persona áspera de condición y maldiciente. También el que reniega de una religión y se pasa o convierte a otra. Este es el caso repetido de Federico Jiménez Losantos que renegó de la religión católica y del cristianismo para convertirse al Comunismo, según él dice en sus escritos. Más tarde ya renegado comunista se alista a las listas del anticomunismo militante. Pero no acaban aquí sus requiebros: fue detractor sistemático de la monarquía del entonces rey Juan Carlos. Y atacó al PP por no ser consecuentemente reaccionario. Aspero es desapacible al gusto y al oído, pero su verborrea infundada y agresiva encuentra audición en un país con gentes frustradas por la situación social primero y luego por una Pandemia que parece castigo divino.

Frustración y desorientación. Esa es la perversa e inexorable lógica de un modelo de relaciones sociales basado en la coacción, en unas relaciones de propiedad en manos de unos pocos, en la dominación de unas voluntades sobre otras: la necesidad de un continuado embuste estratégico para imponer a los demás la propia agenda política recortando sus libertades. Sólo la generación de un masivo Síndrome de Estocolmo que legitime el ilegítimo uso unilateral de la información permite que los siervos justifiquen su servidumbre y no se rebelen contra su carcelero. O que incluso, como en la Comunidad de Madrid, voten a la P-Ayuso discípula de Losantos que tomó del maestro difamador el lema de su Campaña: Libertad o Comunismo, imitando el título del libro “Más España y más Libertad”, de don Federico del 2008.

Federico Jiménez Losantos curiosamente se presenta como “liberal” que en España fue la denominación de los que combatieron contra el absolutismo borbónico y eclesiástico, pero la retórica que emplea Losantos se acerca al “neoliberalismo” y a la Escuela de Chicago y su táctica es más la de “tierra quemada” que la de sembrar nuevas simientes. En su LibertadDigital entrevista y hace propaganda de personajes de la ultraderecha y de la derecha intransigente.

 La tarea del verdadero liberalismo (no del neoliberal losantoso) resulta doblemente complicada: no sólo se trata de persuadir a la gente, sino de persuadirla sin mentiras y sin ocultarle la verdad. Ese liberalismo no aspira a tomar el poder por el poder: al contrario, el liberalismo, pero aquí esa concepción coincide con los demócratas radicales, aspira a devolver el poder a la sociedad, a los individuos. Por eso al demócrata no le vale un apoyo popular ciego o inconsciente: si la gente aupara al poder a un partido liberal sin que, al tiempo, esa misma gente deseara mayoritariamente romper con las cadenas estatales, el fracaso sería estrepitoso: no se puede obligar a la gente a ser libre y a vivir fuera de la cárcel estatal cuando mora confortablemente en ella. Pero la teoría liberal radical de ese tipo resulta impotente frente al aparato propagandístico que lanza mentiras y medias verdades, calumnias e insultos, que encuentran eco en los oídos de masas frustradas. Y se llama neoliberal.

Por eso la batalla de las ideas progresistas es lenta y plagada de fracasos, mientras que la reconstrucción de la hegemonía estatal es persistentemente adaptativa: unos luchan contra el statu quo con un discurso con ideas nuevas y todavía no asimiladas popularmente mientras que los otros consolidan el statu quo valiéndose en cada momento de las mentiras que resulten masticables y digeribles.

Como en tantos otros asuntos, resulta difícil explicarlo mejor que Ludwig von Mises, teórico del libertarismo y de ideas liberales tan bien sonantes como utópicas aunque aparentemente opuestas al Socialismo: “Todos los trucos y las mentiras de los políticos demagogos serán acaso útiles para promover la causa de aquellos que, de buena o mala fe, pugnan por destruir la sociedad. Pero la causa del progreso social, la causa del desarrollo e intensificación de los lazos sociales, no puede ser defendida mediante mentiras y demagogias. Ningún poder terrenal, ninguna astuta estratagema y ninguna conveniente mentira triunfarán a la hora de lograr que la humanidad acepte unas ideas a las que no reconoce validez y que incluso desprecia abiertamente”.

Se puede estar de acuerdo o ser contrario a esas ideas, pero son fácticamente contrarias a la práctica diaria de Federico Jiménez Losantos, que cobardemente se escuda detrás de las leyes estatales de las que íntimamente abomina como ocurrió en el caso Irene Montero que le demandó ante los tribunales. Las expresiones en las que se centró la demanda eran las proferidas los días 14 y 15 de junio de 2017 por el engreído Losantos en su programa de radio en las que se refirió a Irene Montero con los términos de “Pablenina”“matona”, “tiorra”, “novia del amo” y “escrachadora”.

En primera sentencia, un juzgado de primera instancia de Madrid falló a favor de Irene Montero, pero la Audiencia Provincial revocó luego la decisión y el Supremo confirmó últimamente esta decisión. En su sentencia, el Supremo admite que los comentarios de Losantos son “descarnados” y que resultan “hirientes” para la ministra, pero señala que, pese a ello, están amparados por la libertad de expresión. En su sentencia de 14 páginas, señala que la puesta en duda de los méritos de Irene Montero para ocupar los cargos que ocupa y la vinculación de su carrera política con su relación sentimental con el líder de su partido, “por más hiriente que pueda resultar a la demandante y por más descarnados que sean los términos utilizados, está amparada por la libertad de expresión”.

El Tribunal Supremo está compuesto de una mayoría instalada por los sucesivos gobiernos del PP y sus decisiones parecen favorables a la Derecha y usadas como Contrapoder del Gobierno socialcomunista.

Losantos predica anticomunismo, antiliberalismo y su sarcasmos van dirigidos siempre contra la Izquierda, sea suave como el PSOE o radical como el PCE. Favorece descaradamente a los candidatos de VOX, a los más derechistas del PP, etc. pero cínicamente se llama liberal. Liberal es una línea política de abolengo español contraria y víctima del absolutismo bonapartista o borbónico que nada tiene que ver con el neoliberalismo de la Escuela de Chicago o las cloacas de Trump o Pinochet. Libertinaje es el descontrol de la conducta pecadora sea católica como la mencionada P-Ayuso madrileñosa discípula ideológica del ateo confeso Losantos. Se puede ser buena persona y ateo, pero también se puede ser ateo y corrupto criminal.

 Según la obsesión del que fue comunista mao-staliniano Losantos, ochenta años después de la Guerra Civil, los comunistas de Iglesias volvían al Gobierno de la mano de los socialistas de Sánchez. Y, a la vez, se desataba la catástrofe del Covid19, que dotó al Gobierno de poderes especiales y permitió a Podemos afianzarse y desarrollar iniciativas desastrosas, desde el feminismo del 8M que dispara los contagios, hasta sus planes ecologistas contra el turismo y los automóviles o las subidas fiscales generalizadas.“

Según el repetido sermón de Losantos: “Iglesias y Montero han cambiado un movimiento antisistema que llegó a casi seis millones de votos por un partido comunista dinástico de solo tres millones, pero clave en el bloque de poder izquierdista y separatista”.  Pero ¿quién es Pablo Iglesias? ¿Es verdad lo que cuenta de su familia? ¿Cuál es su relación con el narco-chavismo? ¿Podría el Gobierno Sánchez-Iglesias acabar con la monarquía y el régimen constitucional? Tras su último libro Memoria del comunismo, presentado con la presencia de la plana mayor del PP, VOX y determinados financieros, Federico Jiménez Losantos adoctrina a sus alumnos-oyentes y responde a estas preguntas y plantea dos esenciales: “¿Qué mutaciones hacen del comunismo un peligro real en pleno siglo XXI? ¿Sobrevivirá España a la acción conjunta de la izquierda y el separatismo?”

Maldad es una causa mala e injusta. Y aunque caído en desuso es “malvado” el que hace mal sabiéndolo. Y la sentencia del Supremo no dice que los términos usados por Losantos contra Irene Montero sean justos y legales, sino que al “desinformador” anticomunista le está permitido usarlos. O sea, la maldad goza de impunidad si se arropa con la “libertad de expresión”. El impune puede seguir siendo malvado.

En 1956 se estrenó una película cómica El malvado Carabel, protagonizada y dirigida por Fernando Fernán Gómez, basada en la novela del mismo título de Wenceslao Fernández Flores. Si hoy se hiciera una película sobre El malvado Losantel no sería cómica, sino de horror donde los buenos son perseguidos, insultados, calumniados hasta un final incierto.

A continuación reproduzco algunas muestras de esa “libertad” de expresión:

Una dice:  “Hace tiempo que algunos venimos reiterando que un Gobierno de España cuya estabilidad parlamentaria está sostenida por grupos y en el que figuran ministros cuyo objetivo es destruirla, es lógica, moral, jurídica y políticamente inviable. A lo largo de su labor como presidente de este Ejecutivo incompetente e infame, Pedro Sánchez ha sobrepasado límites que han sumido a muchos españoles en la indignación impregnada de incredulidad”.

O sea, ese medio dice que tenemos ministros que tienen por objetivo destruir a España. Acusa de incompetente e infame a Sánchez. Y añade que “muchos españoles” están indignados. Pregunta: ¿esos “indignados” lo están porque Sánchez es incompetente a la hora de destruir al país, o si es infame por no destruir con la eficacia con que lo harían los partidos opositores?  En ningún país de Europa se escuchan tales acusaciones a los diversos gobiernos elegidos.

El paroxismo llega al extremo de acusar al Gobierno de “multiplicar el número de fallecidos y de contagiados”, de “colaborador con la narcodictadura venezolana”, de “aprobar leyes conducentes a sembrar la división y el odio en nuestra sociedad, medidas económicas y sociales pensadas para destruir a la clase media y convertir a los ciudadanos en borregos”.  Y “arrastrar a la Nación a la pobreza, al desprestigio y al caos”.

Estamos pues ante un Gobierno que destruye y hace lo imposible por arruinar a los españoles, además colaborando con “narcodictaduras”.

Y estos “desinformadores” además lamentan que estemos sometidos a una “dictadura socialcomunista”. La cuestión es que si estamos en “ese” país que nos presentan no es fácil explicarse como pueden ellos, los difamadores, expresarse de manera que no se dio nunca bajo la Dictadura de Franco ni la de Pinochet. ¿O quizás no eran dictaduras, sino regímenes benefactores y humanitarios?

LA exacerbación de los últimos arrebatos mediáticos se deben al propósito del Gobierno de coalición progresista de conceder indulto a los encarcelados catalanes.  Y aparecen, junto al “Contrapoder desinformador” antes mencionado, unos jueces del Tribunal Supremo que, sin ser preguntado por el Gobierno, lanza cargas de profundidad contra los posibles indultos que tratan de pacificar el clima en Cataluña y facilitar el  cumplimiento de medidas benefactoras a los más necesitados de nuestra sociedad, no sólo en donde se habla catalán, sino en toda España.

Un Tribunal Supremo no elegido democráticamente sino por un procedimiento propio del tiempo bipartidista, que deja mucho que desear y que deberá ser modificado para que sea más representativo de la España actual y no de las herencias franquistas. Ha elaborado un informe negativo y no ha tenido en cuenta que en el pasado el Tribunal Supremo respaldó indultos a acciones criminales como fueron el caso del 23-F y los implicados en el terrorismo GAL,  y a Ministros del PP sin que hubiera arrepentimiento previo.

Recuerdo que el golpista Tejero nunca se arrepintió y que su “golpismo” fue a mano armada con tiros en la Sala del Parlamento, que representa a la soberanía del pueblo español y con tanques por las calles de Valencia. Ninguno de los actuales presos políticos catalanes usó armas ni disparó. En el informe a favor del perdón para Tejero, que el Supremo firmó en 1993, se defendió la medida de gracia por “conveniencia pública” y para contribuir “al olvido de unos hechos que deben quedar ya en el pasado”.

Por lo visto, hay disparos que se deben olvidar, pero manifestaciones o palabras que deben recordarse eternamente y nunca perdonarse. El  Supremo modifica  su propia sentencia del procés. Recordemos: era una condena por sedición, no por rebelión, porque el propio Tribunal consideró que no fue un golpe de Estado, que no se usó la violencia como parte del plan. Según aquella sentencia “todos los acusados eran conscientes” de que la independencia era inviable y solo buscaban “presionar al Gobierno para la negociación de una consulta popular”.

Fue sedición, no rebelión. Pero, burla burlando, el Supremo argumenta ahora en su no-solicitado informe que las penas de los líderes del procés condenados son equivalentes a las de otros países europeos, las compara con los delitos de rebelión o alta traición de Alemania, Francia o Italia. En estos países la violencia es un elemento esencial para la caracterización de tales delitos. Cosa que no se dio en Cataluña. Los que se llaman patriotas y apoyan al Gobierno de Marruecos frente al Gobierno español, los que se dicen “constitucionalistas” y llaman “ilegítimo y traidor” al elegido electoralmente. Los que hablan de España e insultan a catalanes y vascos en vez de buscar salidas viables para el conjunto.

No oculto que soy partidario de una España democrática unida y pluricultural, y que ni estuve ni estoy a favor de los separatismos; que el Puigdemont me resulta despreciable en su cobardía. Pero la unidad no puede ser el compartir la misma celda, sino ideales y futuro, así como tuvimos un pasado común nunca fácil pero con muchos actos de solidaridad frente a invasores y a catástrofes. Por consolidar el difícil presente y apuntalar el inseguro futuro, creo necesario la política de los indultos, frente a la división resentida de los insultos. Donde es posible la Reconciliación no se debe insistir en la Represión. No es legítimo usar de la bandera no como símbolo unificador sino como escudo a la impunidad de sus insultos, resentimientos y divisionismo aristocrático, ni vociferar en tumultos callejeros y en medios “desinformativos”.

Habrá una jauría que ladra, pero el Gobierno progresista, si mantiene su curso, podría decir como Don Quijote, ayudado por Goethe : “Sancho, amigo, ladran luego cabalgamos”.

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