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Justicia y Política, cada día yo te quiero más, djobi djobi djobi djoba

Carlos Juma / Carlos Juma

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Las cenas íntimas, la amistad definida en amplias acepciones, los archivos de los imputados en causas verdaderamente espeluznantes por la concordancia entre la dádiva y la graciosilla consecuencia, mantienen en el más absoluto asombro a cualquier ciudadano que se precie de serlo.

No debato si es justo o no, si hay elementos para archivar y sobreseer una causa; expongo que la ética y la deontología no han alcanzado el umbral de la dignidad de los profesionales de la Justicia, en estos dos casos recientemente archivados, sentando nada menos que jurisprudencia (¿prudencia jurídica?).

Y si una parte falta a las mínimas normas de ética (que van de cero a diez, de ser un perfecto violador de conducta recta al señorío que le confiere la búsqueda de la perfección en la conducta humana) y al denominado código deontológico (de deberes profesionales), ¿de qué se va a librar la otra, cada vez más enroscada y abrazada a la palmera datilera o a la vaca lechera?

Exhibicionistas de una chibichanga cerebral del tamaño de una trompa de elefante, ¡que alivio tan fantástico nos proveerían las miles de firmas del pueblo llano que les obligara a salir de Santiago por el camino de los franceses!.

El honor y la honra de servir a la sociedad tienen la recompensa de la ciudadanía por el trabajo bien hecho; pero que nos digan a cuantos se les perpetúa en el recuerdo; sobran dedos de una mano.

¡Vaya con Alfonso Guerra que quietecito y callado está!. ¡Cuántos han aprendido tus lecciones de fotografía!.

Algún soplapote político puso de profesión “alcalde” en el documento nacional de identidad. Profesión, político. Apaga la luz Mariluz.

Estas “verguillas” andantes, estirados, relamidos, de pelo intensamente teñido de negro, adoradores de la juventud que inexorablemente se les va, amantes y queridos de la vigorexia, o de calva rapada, cantaores de himnos sin letra, se están quedando en la blanca palidez de los muertos vivientes.

Se acaban los principios de los que tanto presumen unos y otros, a vivir, a chulear, a cabalgar sobre un pueblo que “está en la colina, dormido como un viejo que se muere”. Todo tiene un precio, una vara de medir, hasta la ética tiene límites y los regalos, según qué y cómo, es cohecho o no. Se compran voluntades a precio de amistad (sin que tengan pajolera idea de lo que significa “amigo”). Si, se compran, tal cual. Quieren fieles y no leales, que se les llame señorías (¿colectivo de señoras y señores?) y que nos dirijamos a ellos “con el debido respeto”.

El respeto se gana, y también se pierde en quienes ejercen menoscabando la ética y la deontología a la que están sujetos. ¡No “furrunguees” más con el timplillo, mi niño, que me tienes loquito de la cabeza!.

Son anchos los caminos de la interpretación en el Derecho y permiten escurrirse por sus entresijos a tantos profesionales que “han dejado de ganar muchísimo dinero” para poder ejercer el noble servicio a la cosa común; que lástima de profesionales. Anda lobo, vuelve a lo tuyo aunque sea por Navidad que ya has chupado bastante turrón.

La connivencia conductual tiene las vergüenzas al aire. Clara mente y de mente enjuta y servil, menudo “parla-mento”.

Juez es el Justo y político el que sirve a su pueblo con su leal saber y entender.

Ya lo he dicho públicamente, “sienes y sienes” de veces: conviene, es una sugerencia, que los políticos se hagan un seguro multirriesgo para afrontar los desmanes propios, pero claro ¿quién le pone el cascabel al gato?

Justicia y política, “cada día yo te quiero más, djobi djobi djobi djoba ”(bis y bis). Conéctese los altavoces a ritmo de rumba andaluza y acompáñese de palmeros.

No les demos el premio de nuestro silencio.

Carlos Juma

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