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Mujeres y política
“Después de cada renovación del Congreso de los Diputados, y en los demás supuestos constitucionales en que así proceda, el Rey, previa consulta con los representantes designados por los grupos políticos con representación parlamentaria, y a través del presidente del Congreso, propondrá un candidato a la Presidencia del Gobierno”. Así reza el artículo número 99 de la Constitución española, del que se habla mucho estos días después de que haya resultado fallida la investidura de Pedro Sánchez.
Más allá del revuelo y de la búsqueda de culpables por la situación política que atraviesa el país, que tanto está copando análisis, crónicas y opiniones, (y no es para menos), he querido remarcar en negrita las palabras “rey, presidente y candidato”. Parece que los padres de la Constitución (a las madres nunca se las recuerda) no contaban con que algún día pudiéramos tener “reina, presidenta del Congreso o candidata a la Presidencia”.
Se da la casualidad de que en 2019 sí que tenemos una presidenta del Congreso (y digo Congreso porque tampoco me gusta invisibilizar a las diputadas), Meritxel Batet (PSOE), pero ha habido otras, como Ana Pastor (PP) y Luisa Fernanda Rudi (PP). Lo que no tenemos este año, a pesar de la fuerza con la que ha salido a la calle el feminsmo, es una candidata a la Presidencia. Y lo que no hemos tenido nunca en estos años de democracia es una presidenta mujer en España.
La importancia de que se visibilice a las mujeres con cargos de poder en la política no es un capricho mío. Es una manera de que las niñas tengan cada vez más referentes en campos a los que nos ha costado mucho llegar y en los que el franquismo se ocupó de cerrarnos las oportunidades de golpe. Hay mentes ancladas en el pasado y convencidas de que nuestros espacios son otros. Mentes que, sorprendentemente, ocupan hasta sillones en el Congreso.
Las dificultades que tiene que vivir una mujer política, simplemente por el hecho de serlo, se han evidenciado esta misma semana. A nosotras, no solo se nos juzga por hacerlo bien o mal, por estar de acuerdo o no con nuestras ideas. Se nos juzga si no cumplimos con los estereotipos que la sociedad nos ha impuesto tradicionalmente. Se analiza si entramos en el prototipo de belleza aprendido, si nos ajustamos al comportamiento que se espera de nosotras, se nos juzga por la vestimenta ... Ejemplo de ello, han sido las críticas que ha recibido Irene Montero (Unidas Podemos) estos últimas días porque su nombre sonaba para ocupar un puesto de relevancia política.
No quiero reproducir el historial de reproches que le han llegado a hacer por su trayectoria, analizada con lupa como casi nunca he visto hacer con los hombres, algunos de ellos con currículums inventados y otros que incluso se atreven a criticar el sistema público sin haber vivido de otra cosa que de puestos de favor. Tampoco quiero reproducir los insultos sobre su físico o sobre cuestiones de su imagen que solo debe decidir ella. Solo quiero invitar a pensar en si estas críticas, hasta este extremo, las suelen hacer sobre los hombres, sobre esos “reyes, diputados, presidentes del Congreso o candidatos a la Presidencia”, por ejemplo.
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