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Espacio de opinión de Canarias Ahora

Un país sin techo

Raúl Vega

“Pero permítanme que por una vez deje de hablar de los demás para hablar de mí, aunque en el nombre de muchos. Busco vivienda. Aunque parezca un eslogan publicitario, es casi un grito desesperado. Lo llevo haciendo desde hace más de un año, desde que supe que la familia crecía y que la casa en la que actualmente vivimos no era la adecuada por dimensiones”

Para los amantes de los récords, que sepan que acabamos de superar uno, uno más: Las Palmas de Gran Canaria se sitúa a la cabeza en superficie comercial en todo el Estado, con casi 1.000 metros cuadrados por cada mil habitantes. Un techo que ya había superado Telde y del que está muy cerca Santa Cruz de Tenerife con 800. Ya saben que con el pleito insular de por medio todo es posible. Para los que les gusta compararse con las grandes metrópolis, destacar que Palma de Mallorca tiene 530 metros cuadrados por cada mil habitantes, Madrid 349 y Barcelona 343. Pese a que Canarias, en términos globales, supera la media estatal en unos 150 puntos, según datos de Retail Data recogidos por Canarias 7, todavía hay quien piensa en otros centros comerciales en Arucas o Gáldar, en plena vega agrícola.

Todo ello en un país con una tasa de paro alarmante y una situación social extremadamente delicada. Cuenta África Fuentes, persona que trabaja para ayudar a los más necesitados en la Asociación Sociocultural García Escámez, en una entrevista en Diario de Avisos, que nunca antes había visto tanta necesidad, “ni en tiempos de guerras”, lo que le ha llevado a replantearse pedir ayuda internacional. “Tengo los enlaces para entrar en un periódico de Noruega, que es de los mejores, y pensé en poner allí una petición de ayuda para Canarias”, relata. No lo ha hecho por presiones desde las instituciones y continúa con su labor de hormiguita en el modesto barrio santacrucero. Con una situación de este calibre, a la que se le da la espalda desde instancias oficiales, no extrañan las cosas que vemos día a día, mientras se superan techos turísticos y de terrenos dedicados a centros comerciales, entre otras cosas.

Pero permítanme que por una vez deje de hablar de los demás para hablar de mí, aunque en el nombre de muchos. Busco vivienda. Aunque parezca un eslogan publicitario, es casi un grito desesperado. Lo llevo haciendo desde hace más de un año, desde que supe que la familia crecía y que la casa en la que actualmente vivimos no era la adecuada por dimensiones. Ahora añadimos otras razones, que no vienen al caso contar aquí. Lo cierto es que la búsqueda comienza fuerte. Las expectativas son grandes y crees que puedes elegir y todo, un lujo cuasi inalcanzable en la Canarias paradisíaca de techos turísticos sin límites. Acudes, fuerte y convencido, a un profesional inmobiliario y él te baja los humos: “tienes que tener al menos el 20% del valor de una vivienda ahorrado y luego has de contar con entre el 10 y el 12% para gastos. Ya los bancos no ofrecen el 100% como antes, que daban para la casa, el coche y el viaje”.

Regresas cabizbajo, casi te sientes culpable. ¿Cómo vas a pedir en todo al 100.000 euros sin tener al menos 30.000 ahorrado? Formas parte de esa ristra de irresponsables a los que desahuciaron, los que provocaron la crisis, decía el gobierno estatal de derechas. ¿Qué he hecho con el dinero que he ganado de aquí para atrás que solo pienso en la putada de no tenerlo cuando quiero establecerme en la que debiera ser la vivienda de una nueva familia? Íbamos ir al cine tras la consulta, pero te sientes culpable hasta comprarte las roscas. ¡Ya está! ¿Culpable yo? ¿Habremos ganado 30.000 en dos años? ¿Y qué pasa? ¿No pagamos el alquiler de la casa donde estamos viviendo, esa que ahora es insuficiente pero me fui la primera casa que compartimos? ¿Y acaso no pagamos cuantiosas matrículas, no nos desplazamos hasta para ganar el pecunio, no comemos y llámenme hedonista, no intentamos disfrutar un poco de vez en cuando? Ese señor, como todos los sátrapas que se dedican a especular con una necesidad básica, vive en otro mundo, en el que ellos son la razón principal de tu existencia porque tienen el techo que tú tanto deseas.

Te repones del bofetón y sigues mirando. ¡Alquiler! ¡Otro alquiler! Realmente nunca hemos tenido ningún tipo de obsesión por tener una propiedad, solo queremos vivir, pero mejor. El embarazo camina. Pones una alerta en páginas de casas, pones alerta a tu entorno más cercano y miras por todos lados. Pero ahí te encuentras con otros hándicaps. “No se admiten animales”, concluyen la mayoría de los anuncios. Sí, además de esperar un bebé tenemos animales, no uno ni dos, sino tres. La gata que fue compañía, uno de sus hijos, que abrió la nueva etapa en la vivienda que ahora es inservible, y con el paso de los años una perrita adoptada del Albergue. Encima al animalito le dio por crecer, sin ser un perro mini de 1.000 euros pedido a un criador, el rechazo es mayor. En la casa que alquilemos queremos vivir con nuestro bebé, pero también con nuestros animales que son parte de nuestra familia. Siempre el mismo muro, infranqueable.

Encima coincide con el boom del alquiler vacacional, los precios por las nubes, si tienes animales el chantaje es mayor, el mismo precio abusivo, pero una fianza más o sin muebles. Estamos desesperados pero no somos tontos. Total, llega el nacimiento y nos quedamos donde estamos, haciendo acopio de un malabarismo inexplorado, y acondutando los espacios de diversión del bebé, cuando se pone uno se quita el otro y así siempre. Retomamos la búsqueda, porque así y todo no da para más. Ahora se amplía más el círculo, incluye conocidos, conocidos de conocidos, conocidos de conocidos de conocidos, y se redoblan esfuerzos en páginas de bancos y en webs de anuncios. El objetivo más “asequible” son los activos bancarios, esas propiedades que los bancos deben vender para seguir su juego macabro. Esas casas son un auténtico cementerio de sueños, de vidas truncadas y uno no deja de sentirse culpable. Pero a veces ni por esas. Unas sí se financian al 100%, “pero ten dinero para los gastos, para que no parezca que despilfarras”, aconseja un comercial con sonrisa maliciosa. Esas viviendas son las más estropeadas, las peores, sin duda. ¿Se acabó el elegir?

En esas estamos, debatiendo entre si tenemos que aceptar el juego y coger las casas que ellos marcan para ti. Con tanta alerta de vivienda que tengo un día va a estallar mi correo y mi teléfono a la vez. Por otra parte, te planteas si es culpa tuya por no ahorrar, por no buscar bien o por no querer pagar tres tercios de tu sueldo en un alquiler con el que te pongan mala cara cuando llegues con los animales. “Todo lo que rompa se descuenta de la fianza”, amenazan auténtico amantes de los animales, que sin embargo saben que “los animales deterioran el mobiliario”. Nuestra situación no es la peor. Al menos en mi entorno conozco varios casos todavía más graves. Personas que por no tener un trabajo estable, una nómina de tantas cifras, por cometer el mismo error que yo, adoptar un animal o directamente porque están formándose y no tienen suficientes ingresos, no pueden vivir al lado de la persona a la que quieren ni pueden formar una familia, un lujo asiático en la Canarias sin techo.

¿Y la Administración? En 2013, según el Instituto Nacional de Estadística (INE), habían 138.000 viviendas vacías en Canarias. Visocan lleva años parada, con muchos problemas, con deudas, con impagos y sin capacidad de acción futura, al menos según los últimos movimientos. Todo ello a pesar de que en las islas hay viviendas nuevas y sin ocupar desde el 2008 que podrían acoger a unas 40.000 personas. Sin embargo, todos estos planes atienden a la extrema urgencia, mientras el resto está en un limbo entre el que no puede elegir, pero que tampoco accede a las ayudas sociales. Son los trabajadores, pobres y no tan pobres, que han visto menguado su poder adquisitivo, cuyos convenios cada vez recortan más dinero y que están sometidos a una suerte de supervivencia crónica. Con todo, me van a permitir que no me represente una sacrosanta Constitución que enarbole el artículo 155, pero que obvia el 47, el que alude al derecho de tener una “vivienda digna y adecuada”.

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