Paparruchas

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Toda la gente es persona y personaje. Incluso, en la mayoría de los casos, no coincide. De hecho, en el transcurso de la vida, todo este conjunto se ve afectado por las circunstancias y, por lo tanto, modificado, en un ajuste adaptativo que va conformando la dimensión personal definida en el tiempo. En este sentido, se acercan fechas en donde la efusividad ha de mostrar la mejor de sus caras, donde las tarjetas de crédito y de débito terminarán con agujetas de las que podrán recuperarse allá por el mes de febrero del próximo año. Es época de reuniones familiares, ir de compras, grandes comidas o cenas copiosas, poner el belén y llevar puesta una eterna e inalterable sonrisa. Ahora bien. No hay que olvidarse que hay parte de la sociedad que se desayuna, almuerza y cena con falta de recursos que le impiden permitirse subir al tren del consumo, al exceso de aglomeraciones, así como las inevitables disputas familiares. Porque también está la cara oculta de las fiestas, como es el sentimiento de soledad. Por esa razón ¿llega el espíritu bienintencionado a todos los rincones? ¿Es obligatorio que llegue?

No se pretende crear un ejército de muchos Ebenezer Scrooge. Se trata de minimizar la exageración inherente a esta época para poder seguir viviendo allá por el 7 de enero (con permiso de las rebajas). Porque ¿se trata de potenciar el reencuentro o de despertar la añoranza por tiempos etiquetados como felices o por el peso de todos los propósitos no cumplidos? Porque entendiendo que siempre debemos pararnos a reflexionar sobre cómo y dónde estamos, esta podría ser una buena época. Para ello necesitamos reducir el ruido del entorno porque, de lo contario, nuestra vida se llena de espumillón y burbujas artificiales, desdibujando la realidad.

Pensemos que existen diferentes momentos para mostrar la solidaridad y, seguramente, en muchas ocasiones, hacemos alusión a la falta de tiempo o incluso de recursos para poder ejercerla. Pero asumamos que la razón real es la falta de voluntad y predisposición. Vivimos del egoísmo en donde las estructuras y actitudes conservadoras crecen con nuestra edad. La solidaridad suele ser un concepto muy ligado a las catástrofes. De hecho, se puede comprobar como el interés por saber y comprender surge de dicha espita, pero la hipocresía engulle a la sensatez y termina por enmascarar nuestra actitud derivándola hacia acciones meramente caritativas.

 ¿Y dónde se ubica la diferencia? ¿No es mejor eso que nada? Pensemos que la gran diferencia está en impactar persiguiendo un cambio dado que se pretende que el resultado final sea diferente a la situación inicial que lo provocó, porque de lo contrario si siempre ubicamos el escenario último en la casilla de salida, el desarrollo de los acontecimientos volverá a dar el mismo resultado. Por todo eso se debe aprender a mirar a la vez que se ha de analizar la situación con espíritu crítico. Solo así se podrá entender la verdadera magnitud de los acontecimientos. No debemos olvidar que, en la visión del entorno, debemos incluirnos porque no somos agentes independientes. De hecho, aunque no nos guste oírlo, somos unidades colaboracionistas con el orden establecido.

 

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