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La participación real, una necesidad ineludible

Carmen Hernández

Las crisis han sido vistas por muchas culturas y civilizaciones de todas las épocas, no ya sólo como momentos difíciles o de adversidad, sino como puntos de inflexión, de cambio, de tránsito, como una oportunidad de mejorar.

Tal vez, el hecho de que la que estamos viviendo se haya dado con tanta crudeza y haya sobrepasado el escenario económico, nos ha permitido alcanzar el punto que necesitábamos para darnos cuenta de cuántas otras respuestas éramos capaces de crear, articular y poner en marcha. Para superar problemas nuevos pero también otros de siempre.

La última encuesta del CIS revela que la corrupción es -obviamente junto a la crisis económica y el desempleo- uno de los asuntos que más preocupan a la ciudadanía española y canaria. Y que un 41,5% de los encuestados la sitúen como el segundo problema de España, demuestra que la crisis económica y la incapacidad de los gobiernos del PP y PSOE para afrontarla no son las únicas razones que explican la gran desafección de la ciudadanía hacia sus representantes políticos.

La política y su ejercicio tienen que salir de la recesión democrática a la que su propia vorágine les ha llevado.

Está más claro que nunca, me parece, que a propuestas eficaces y de calado humano para salir de la crisis tenemos que unir una regeneración de nuestro propio sistema democrático. Una regeneración que pasa ineludiblemente por una participación real y activa de los ciudadanos y por más transparencia por parte de todas las instituciones: abrir puertas y ventanas de gobiernos, parlamentos e instituciones judiciales, eso es lo que hace falta.

Es posible que por tener todos tan claro que la democracia era el mejor sistema de convivencia colectiva que se había dado la humanidad, un día perdimos la perspectiva de que era necesario enriquecerla, desarrollar todo su potencial, evolucionar gracias a ella hacia otros modelos que la alejaran de una posible decadencia de su idea primigenia; el gobierno del pueblo, el gobierno de todos.

La participación de la ciudadanía en sus asuntos ya no puede estar circunscrita a unas elecciones cada cuatro años, o a su representación institucional. La participación debe ser considerada como mucho más que un derecho escrito en un papel, porque a día de hoy resulta ya una necesidad ineludible e ilusionante. Quien crea que se puede reducir a una 'pose', al cada vez más irritante arte de lo decorativo en la política, no sólo estará faltando el respeto e insultando la inteligencia de la ciudadanía, sino perdiendo una oportunidad colectiva.

En mi anterior reflexión esbocé lo que creo que es y no es la participación ciudadana. No sólo desde una visión ideal sino desde el convencimiento al que he llegado a partir de la experiencia y puesta en práctica de procesos participativos. Sé que en una sociedad como la nuestra, tan maleada por promesas vacías y poses que nunca fueron más allá de las palabras, el hecho de poner encima de la mesa propuestas concretas, serias y consecuentes puede hacer desconfiar a muchos, pero es un riesgo que estoy dispuesta a correr. Con honestidad, sentido común y mucha pedagogía sobre el horizonte que pretendemos construir con todos y entre todos.

¿Que si existen verdaderas políticas de participación ciudadana? Mi respuesta es que deben existir. Son imprescindibles para tener credibilidad ante la ciudadanía, demuestran que al gobierno de turno le interesa que ésta participe en los asuntos y decisiones comunes y generan confianza en las instituciones; pero también lo son para que la ciudadanía haga un ejercicio de responsabilidad, ejerciendo sus derechos pero asumiendo con ellos compromisos y obligaciones.

Como decía en la anterior reflexión sobre la participación, para que ésta sea real, por ejemplo, en el ámbito local, es necesario poner en marcha mecanismos concretos que la canalicen, para que el ciudadano pueda opinar y decidir en los temas que le afectan directamente, desde las infraestructuras que considera prioritarias en su barrio a aquellas otras de carácter estratégico; desde las prioridades en el presupuesto municipal a lo que afecta al modelo territorial, de servicios a la comunidad, etc.

En este sentido, la constitución del Consejo Social de la Ciudad y la elaboración de un Libro Blanco sobre Democracia y Participación Ciudadana para Telde son dos de los objetivos que creo prioritarios para avanzar hacia un municipio más democrático y participativo.

Un consejo Social entendido y constituido como un órgano de participación amplio y plural, con foros de discusión abiertos, propositivos, multidisciplinares, pero también conscientes de que su papel no va a ser testimonial sino de empoderamiento de abajo hacia arriba.

Y un Libro Blanco sobre Democracia y Participación Ciudadana para Telde que supondría un avance en la gobernanza y en la gobernabilidad de la ciudad, una reformulación y democratización de las relaciones entre la administración y la ciudadanía. Un documento que debe elaborarse de manera colaborativa, adaptado a la realidad teldense, en el que reflexionemos de manera conjunta en torno a la participación ciudadana.

Soy consciente de que así entendida, la participación se convierte en un proceso complejo, que requiere de tiempo y de aprendizajes compartidos. Pero estoy convencida de que es el mejor camino para profundizar en la democracia que muchos queremos. Un proceso de diálogo con la ciudadanía para abordar los problemas, escuchar y compartir las soluciones; también de transparencia, para que estén informados en todo momento de las políticas públicas. Con un espíritu de mejora constante, desde la autocritica y la humildad.

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