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¿Qué pasa con el dólar?

Luis Martín

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Ya no es cuestión de si va a ocurrir o de cuándo, la «desdolarización» está en marcha. 

El contexto económico mundial está cambiando a gran velocidad, lo que a su vez está  provocando tensiones geopolíticas y acelerando la erosión de la principal divisa de reserva mundial, como si se tratara de un volcán que despierta de su letargo y entra en fase de  erupción. 

La Crisis Financiera de 2007-2008 puso a prueba la supervivencia de un sistema fuertemente  anclado en la “bancarización” como bisagra de la economía. Y nuevamente, la fórmula de  socializar el envite imprimiendo dinero como vía de escape hizo posible que la erosión de la  divisa estadounidense llegara a un impasse. Hablamos, pues, de un contexto mundial que  hasta ahora ha sido capaz de pertrecharse en un sistema monetario diseñado para un modelo  económico de otro tiempo, y capaz de mantener el statu quo del sistema capitalista tal y como  lo conocemos. Pero el problema no sólo persiste dado que es sistémico, sino que empeora rápidamente. 

Quienes en los setenta advertían de la insostenibilidad e inevitable colapso del sistema que  entró en vigor tras la Gran Depresión no lo vieron suceder. Nuestros ojos parece que sí que lo  verán. Hoy, la economía es de facto distinta y muchos, ante los vertiginosos avances que se  están produciendo, por ejemplo, en inteligencia artificial, se han dado cuenta de que las reglas  del juego ya no son las mismas. 

Bajo el nuevo contexto, el insostenible modelo de acumular enormes cantidades de deuda y  déficits comerciales para aprovechar los recursos de terceros bajo el amparo de una moneda  de reserva suprema ha llegado a su fin. Como también ha llegado a su fin el socavar el tejido  industrial del competidor a golpe de devaluaciones para favorecer el propio. 

La hegemonía del dólar ya no resulta conveniente para el resto del mundo y los incipientes planteamientos de volver a un estándar monetario basado en activos como el oro o reducir la  dependencia en la moneda estadounidense en las transacciones internacionales ya sea  mediante monedas nacionales, criptomonedas o una nueva divisa común, como se lo comienza a barajar el bloque de los BRICS, son indicadores de una tendencia que no se pueden  ignorar.  

La solución ya no pasa por buscar refugio en otras divisas, como el yen, el yuan o el euro, para  mantener con vida un modelo agotado, sino que para llegar a un buen desenlace hay que comprender lo que nos intenta decir la aparición de las criptomonedas, el Blockchain y los  activos digitales que buscan credibilidad, valor e independencia al margen de bancos centrales  y de decisiones políticas nacionalistas y arbitrarias. 

En definitiva, el nuevo contexto económico mundial reclama una economía más equilibrada en  la que ningún país domine por sí solo. Todo esto, impulsado por una economía realmente  global, cada vez más virtual y menos dependiente de la mano de obra humana. 

Por supuesto, el cambio no es simétrico a lo largo y ancho del planeta. Si pensamos, por  ejemplo, en las economías emergentes o en el continente africano, el eslabón más débil de la  humanidad que seguimos expoliando. 

¿Significa esto que los estados y los mayores conglomerados empresariales de las potencias de  Occidente y Asia no advertían el cambio? Claro que lo advertían, basta con echar un vistazo a  la composición de los actores que operan en los mercados financieros, al «quién es quién» en  la lista de las mayores fortunas del mundo y a las inversiones estratégicas y medidas de  acumulación de capital que sus empresas han estado realizando desde mediados de los  noventa. Por no hablar de las fuertes inversiones en automatización y desarrollo tecnológico  que los países que firman el «hecho en» de nuestros bienes han venido realizando. Todo esto  ilustra que se trata de una demolición controlada del sistema. 

Y no sólo está cambiado el contexto y sus actores, sino que también está cambiado la  percepción de los “actores secundarios” de la economía (y poco a poco la de las “personas de  a pie”), que comienzan a darse cuenta de cómo este tectónico cambio contextual les afecta de  manera material. El asunto ya no va de creer o no creer a agoreros del fin del modelo, o de ignorar aquel llamamiento a “refundar las bases del capitalismo” que en 2008 hizo el entonces  presidente francés Nicolas Sarkozy y que fue ampliamente calificado como frívolo y cínico,  pues ese fin comienza a palparse. 

Hace unos días, un sondeo realizado por  Bloomberg indicaba que el 60% de los  encuestados sobre el plazo de la inminente desdolarización, respondió que estiman que las  reservas de divisa mundiales en dólares se  situarán por debajo del 50% dentro de la próxima  década. 

Según datos del Fondo Monetario Internacional  (FMI), la proporción de las reservas globales en  dólares ha disminuido de manera constante desde la década de 1990. En 1995, el 71% de las reservas  mundiales estaban en dólares, mientras que en  2020 esa cifra había caído al 59%.

De acuerdo con un informe del Banco de Pagos Internacionales (BIS), el yuan chino ha  aumentado su participación en los pagos internacionales y las transacciones financieras en los últimos años, mientras que el dólar ha disminuido su participación. Además, el informe señala  que la pandemia de COVID-19 ha acelerado la tendencia hacia la digitalización y la adopción de  nuevas tecnologías financieras. 

En el ámbito de la tecnología financiera, varias  empresas y bancos centrales están trabajando en el  desarrollo de monedas digitales. Por ejemplo, China ha lanzado el yuan digital, y otros países como Suecia  y Canadá están explorando la posibilidad de emitir  sus propias monedas digitales. Además, empresas como Facebook y bancos como JP Morgan han anunciado planes para lanzar sus propias criptomonedas. 

Los datos y la evolución del panorama financiero mundial parecen respaldar que la desdolarización en efecto está en su recta final y que la economía global se mueve hacia un entorno más digital y tecnológico a mayor velocidad. 

Y todo esto invita a planearnos al menos dos reflexiones. 

Primero, comprender que lo que ha despertado al “volcán durmiente” del fin del dólar como valor de referencia mundial tiene mucho que ver con el cambio de paradigma socioeconómico que estamos viviendo. Un cambio de paradigma similar al experimentado durante la Revolución Industrial. 

Segundo, debemos preguntarnos cómo prepararnos y qué medias tomar para adaptarnos a dicho nuevo paradigma socioeconómico y a sus reglas de juego. 

De no actuar con celeridad (y nada indica que se vaya a actuar pronto), muchas personas se quedarán en el camino, sobre todo las de mayor edad y las que cuentan con menos recursos, que verán imposible reinventarse a tiempo. Así que, a priori, hemos de asumir la importancia de tomarnos en serio dos medidas contundentes que permitirán una transición que garanticen el menor sufrimiento y la mayor paz social a un estadio económico incierto. 

Por un lado, hemos de hacer realidad una renta básica universal cuanto antes, sobre todo, o al menos de inicio y de manera urgente, para las personas más desfavorecidas y para las pertenecientes a ciertos grupos demográficos. Y, por otro lado, hemos de reconocer la necesidad de brindar la mayor flexibilidad laboral posible, implementando, entre otras medidas, jornadas de trabajo más cortas. Todo esto, al tiempo que promovemos un marco que impulse un ecosistema económico más sostenible y justo para las generaciones que son “nativas” en este nuevo entorno y que tomarán el testigo de la nueva sociedad y sistema económico que tenemos en ciernes. 

En 1971, el Secretario del Tesoro estadounidense, John Connally, bromeó mordazmente “el dólar es nuestra moneda, pero es su problema”. Es factible que en pocos años la broma pierda su gracia. 

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