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Postquam omnium animus alacuis videt

Israel Campos

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En el año 63 a.C., la vida política en la república romana se encontraba bastante convulsa. Hacía ya unos años que se había vivido un episodio dramático, cuando Sila había vencido en la primera guerra civil y por un tiempo había implando una dictadura que trajo consigo la eliminación de una parte importante de la clase política senatorial y un giro conservador en el gobierno. Con su muerte, el senado romano trataba de volver a hacerse con el control del poder. Había tenido que enfrentarse al episodio separatista de Quinto Sertorio, quien por unos diez años declaró independiente de Roma buena parte de los territorios de la Península Ibérica. Pero los mayores peligros se encontraban en su interior. Habían ido cobrando peso dentro de la ciudad de Roma grupos sociales y facciones políticas que sentían que el gobierno no les representaba. Consideraban que quienes estaban al frente de las instituciones republicanas en ese momento eran indignos y que no estaban sabiendo ofrecer las soluciones adecuadas a los problemas que acuciaban a la ciudadanía. Al frente de estos grupúsculos, que englobaban a diferentes capas sociales, se encontraba una figura que tenía un pasado vinculado tradicionalmente a las élites del poder, puesto que por apellido y pasado, Sergio Catilina, formaba parte de las familias patricias de cierto prestigio en la Urbe. A su alrededor, Catilina irá formando una camarilla de conspiradores que de una forma u otra, bien por convicción o para satisfacer sus propias ansias de poder personal, alentaban la necesidad de desgastar en lo posible al Senado y buscar el momento para dar un golpe de mano y hacerse con el control del gobierno de la república.

Son dos las narraciones que nos han legado los acontecimientos protagonizados por Catilina. Las famosas Catilinarias pronunciadas por Marco Tulio Cicerón, quien fue protagonista de los propios acontecimientos, pues a él le tocó frenar la crisis provocada por este personaje. Y unos treinta años más tarde, Salustio escribió su libro La Conjuración de Catilina, con un poco más de perspectiva y con la distancia suficiente como para poder analizar no sólo a Catilina, sino también a la sociedad romana de aquel momento, que participó por activa o por pasiva en alentar que la vida política estuviera tan crispada. Es interesante comprobar cómo Salustio analizaó la secuencia de acontecimientos que acabaron desembocando en el intento de golpe de estado de Catilina, que tuvo como resultado que el Senado acabara enviando tropas contra él y finalmente fuera ajusticiado – curiosamente Cicerón tuvo luego que defenderse judicialmente de haber dictado esta sentencia de muerte. En el argumentario que Catilina va ofreciendo a los suyos para movilizarlos a favor de su causa, va deslazando en los oídos de todos aquellos que quieran escucharlo, que el gobierno que está al frente de la República se ha convertido en indigno de seguir al frente. Reprocha a los gobernantes actuales que no estén pensando en el bien común, sino en cómo mantener su control del poder y, aunque reviste su “revolución” de un componente de cambio social, señala Salustio cómo desde antes de proceder siquiera conquista el gobierno, ya estaban pensando en cómo podrían repartirse entre ellos el mando una vez que lo hubieran conseguido.

Para poder organizar un asalto al poder de la manera en que Catilina tenía pensado, fue necesario organizar encuentros y en cada uno de ellos, nuestro personaje fortalecía su discurso cada vez más incendiario y descalificador. Es en estas asambleas multitudinarias como el propio Catilina se iba convenciendo a sí mismo de la naturaleza justa de su movilización. Necesitaba de estas reuniones para que su esfuerzo por deslegitimar al poder republicano no se fuera diluyendo. El resultado final de esto ya lo he adelantado: Catilina tuvo que ser frenado por la armas, no sin antes provocar que el propio Senado llegara a enfrentarse entre sí, entre quienes acabaron creyéndose o sintiéndose tentados en acercarse a los argumentos que tanto había conseguido difundir por las calles de Roma.

Resulta sorprendente comprobar cómo en ocasiones existen tantos paralelismos entre acontecimientos tan alejados en el tiempo. Vamos a asistir en pocos días a un burdo movimiento por parte de nuestros Catilinas del presente, para movilizar a cantidades importantes de ciudadanos de todas las capas sociales en contra ya no solo de una decisión política puntual de este u otro gobierno. La convocatoria que se hace para este próximo domingo busca convertirse en un rechazo en conjunto hacia la legitimidad de un gobernante, elegido en las urnas o con los votos de nuestros representantes en el Parlamento, para poder crear el clima de inestabilidad necesario que les permita estar en las mejores condiciones posibles para poder ellos hacerse a su vez con el poder. Lejos de ofrecer soluciones a los problemas reales de nuestra sociedad, se prioriza exaltar las pasiones más poco racionales del patriotismo exacerbado o de la negación al diálogo, para pasar directamente al insulto burdo y simplón de la “felonía”, “traición”, “indignidad”, “deslealtad” e “irresponsabilidad”. Parece evidente de que no pretenden llegar a los extremos con los que Catilina acabó sus días, pero sí que se mueven peligrosamente en el espacio de la crispación política, con el único fin de que el próximo domingo, desde su escenario en la plaza de Colón de Madrid, puedan reproducir las palabras que Salustio atribuyó a Catilina: “viéndolos ya entusiasmados todos (postquam omnium animus alacuis videt), disolvió la reunión, después de recomendar que trabajasen por apoyar su candidatura”

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