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Quia tacitast melior mulier semper quam loquens
De sobra es conocido que la sociedad romana estaba fundamentada sobre la total autoridad que el estado concedía al pater familias y que el derecho sancionaba hasta el punto de concederle la potestad de vida y muerte sobre su mujer y sus hijos. Para fundamentar este patriarcado, los romanos y demás sociedades antiguas acudían a sus mitos, a través de los cuales se podía justificar e inculcar en la población la aceptación y perpetuación de aquellos modelos que se querían presentar como naturales o queridos por los dioses. Era un símbolo de civilización que la esfera pública estuviera reservada exclusivamente a los hombres y que la esfera privada, el interior de los hogares, fuera el territorio donde debían esperar las mujeres. De este modo, para los griegos y romanos, el que las mujeres tuvieran voz en las asambleas o, incluso, pudieran ejercer algún tipo de mando era considerado como un símbolo de barbarie y de decadencia de aquellos que lo toleraban.
Como la realidad, sin embargo, era más tozuda que la voluntad política, no son pocos los ejemplos que conocemos de mujeres que lograron alcanzar un breve y limitado espacio en la vida pública romana. Obviamente, podemos imaginar que el conocimiento que tenemos de estos episodios está mediatizado por el horror que supusieron para los romanos y, por eso, la versión escrita que nos informa de ellos no tiene reparos en presentarnos estas muestras de “mujeres con voz propia” como aberraciones que debían ser evitadas y cuyo final generalmente tenía que ejemplarizante para todas las demás. De ahí surge la sentencia que el autor teatral Plauto introduce en su obra “La Soga” cuando dice: “porque la mujer que se calla vale más que la que habla” (quia tacitast melior mulier semper quam loquens).
El mito que fundamenta esta actitud entre los romanos evoca, cómo no, a la pretensión del dios supremo Júpiter de salirse con la suya. En este caso, movido una vez más por su deseo de satisfacer sus deseos sexuales con una ninfa llamada Yuturna. Para lograrlo, obligó a las demás ninfas que le ayudaran en sus intenciones y que evitaran que pudiera escarparse. Todas excepto una se sometieron a la voluntad divina. La única que se rebeló fue Lara, quien, en lo que podríamos describir como un acto de “sororidad”, alertó a Yuturna para que evitara los lugares donde el dios la acechaba y decidió acudir a la única mujer que podría salvar a su hermana. Contó a Juno, esposa de Júpiter, los planes de su marido y así se frustró el intento de violación divina. Como podemos imaginar, Júpiter no iba a tolerar la injerencia de una fémina en sus planes y el castigo debía ser lo suficientemente severo para que sirviera de futuro escarmiento. Le arrancó la lengua a Lara para que no volviera a utilizar el instrumento con el que había osado inmiscuirse en los negocios masculinos. Con el tiempo, los romanos divinizaron a esta Lara, recibiendo culto como la diosa Tácita Muta y estando reservado exclusivamente a las mujeres. En su festividad realizada cada 21 de febrero se simbolizaba el rol de silencio que debían reproducir las mujeres en la vida pública para ser consideradas buenas romanas.
A pesar de los años que han pasado y del papel activo que muchas mujeres tienen en nuestra vida pública, encontramos aún cada día actualizaciones del mito de Lara-Tácita Muta. Ciertos sectores sociales han dejado de disimular su supuesta evolución hacia una comprensión de una sociedad igualitaria y no tienen reparos en explicitar su verdadera visión de lo que consideran deben ser los roles de género en la vida pública y privada. En una sociedad como la nuestra, salpicada día sí y día también por numerosos casos de corrupción, donde la autoridades políticas y judiciales alargan los tiempos de forma inexplicable para buscar responsables y dictar sentencias, encontramos que un asunto ha podido acaparar titulares, horas de radio y televisión y el interés específico de todo un juez.
El interés por perseguir e imputar a mujeres que se han significado activamente en la política, sea desde un cargo o desde su profesión, forzando al máximo los resquicios que la ley ofrece, revela una actitud que no se reduce solo a la legítima lucha entre partidos o la acción de la Justicia. Hay de trasfondo una actitud que evoca a lo que los romanos pensaban que debía ser el rol público de las mujeres. Estas mujeres que han transgredido la norma y que no han pedido permiso para ocupar el espacio público, han recibido, reciben y recibirán la hostilidad de aquellos que se ven amenazados en sus privilegios. Y para poder “silenciarlas” no importarán los medios y no importará que por el camino salpiquen a quienes colaboran con ellas, trabajan con ellas, piensan igual que ellas.
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