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Veneno de escorpión

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Bien es cierto que esta última novela de Leandro Pinto no se puede decir que sea una obra redonda, tiene algo que engancha al lector e impide que la abandone. Ha creado, más allá de las modas, un universo propio lo suficientemente sólido para que el lector siga interesado página tras página, pese a la abundancia de adjetivos que pueden llegar a ofuscar. Y eso que es una obra que podría insertarse en el género de lo fantástico. Y a mí, particularmente, lo fantástico ha terminado por aburrirme, casi todas las obras han derivado en plagios de Tolkien o similares. Lo mismo ha ocurrido con la novela de terror, usada normalmente para esconder novelas románticas o eróticas. Después de la Saga de Crepúsculo decidí no leer nada de esos géneros por la baja calidad literaria de la inmensa mayoría. En cuanto a la ciencia ficción, debo reconocer que dejé de internarme en ella cuando empezó el famoso ciberpunk, cuyo único mérito fue el de descabalgarme de un género que me había encandilado durante mucho tiempo.

Pero Veneno de Escorpión recupera la tradición del primer Lovecraft o, mejor, de Borges y Bioy Casares. Y esta recuperación se basa en la construcción, como señalo al principio, de un universo propio, con su lógica propia. Tal como hicieron en su momento los dos argentinos citados. Pues lo más importante, sea cual sea el género, es que el autor sea capaz de construir una realidad literaria coherente y lo suficientemente interesante para poder competir con la realidad de todos los días.

Es cierto que la descripción de un whisky como líquido ambarino está manida. Pero creo que viene de la costumbre del autor de adjetivar demasiado. De hecho, un whisky es un whisky, y su color no deja de ser ambarino. Pero ese es uno de los pocos defectos que se pueden adjudicar a esta obra. El universo del Señor Muerte es pariente de los universos de Moloch o del Kraken. El aliento de las últimas páginas de las Aventuras de Arturo Gordon Pym recorre las de Veneno de Escorpión como un gélido suspiro fantasmal. Y las mismas sensaciones que tuve como lector de La invención de Morel, volvieron con esta obra de Pinto. Esto último viene a cuento por la oportuna observación de Ravelo, lector atento donde los haya. Y es cierto que la obra de Pinto se acerca a aquella imaginación razonada o fantástico lógico que Octavio Paz veía en las obras de Bioy Casares y en muchas de Borges. Ese final abierto tiene el perfume de estos versos del ciego argentino: “Te espera el mármol., que no leerás. En él ya están escritos la fecha, la ciudad y el epitafio”. Pues en el fondo el protagonista de Pinto huye de la muerte, única cosa que siempre nos alcanza. Y quién dice muerte, dice tiempo y así se encuentra un hilo invisible que une Veneno de escorpión con El retrato de Dorian Grey. No de otra cosa, del tiempo inexorable y de la muerte, más allá de la codicia por la eterna juventud, trata la novela de Wilde.

Que conste que esto no es una crítica literaria. Son las notas de un lector sobre lo que lee. Es importante subrayarlo, pues estoy seguro que un crítico al uso encontraría más oportunidades de alabar la obra comentada. Pero mis limitaciones son mis limitaciones. Una de ellas es la recurrente manía de encontrar similitudes que ese mismo crítico o cualquier otro lector, y hasta el mismo autor, negarían. Pero eso es lo de menos, lo importante es que Pinto ha vuelto a entregarnos una obra de calado, como lo fue su Orlando Brown y lo son sus textos del “dispara letras”. Obras con el suficiente cuerpo literario para que uno siga leyéndolas hasta el infinito y más allá.

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