José Manuel Soria debió haber optado por la solución sencilla: quedarse en casa viendo a su admirada Ana Rosa Quintana. Prefirió intentarlo en la errónea creencia de que iba a endosar a los demás lo que sólo es suyo. José Francisco Henríquez se lo dejó claro en unas cuantas ocasiones: usted es el señor equis de la cuestión eólica; el asunto empieza en su hermano Luis y termina en usted, o, lo que más le irritó: en una decisión caribeña usted nombró a su hermano consejero aun sabiendo que no tiene méritos para el cargo; y éste nombró a Celso Perdomo director general. A ver a qué viene entonces endilgar la cuestión a terceras personas. Soria se revolvía en su butaca como un tiburón en un estanque, incómodo, insuficiente, preso... Y reventó cuando Henríquez le dijo que “al Parlamento no se puede venir a hacer el tenor, el jabalí ni el payaso; usted, con voz de tenor ha querido hacer el jabalí y ha hecho el payaso”. Soria pidió que el compareciente retirara la frase, pero resulta que es de Ortega y Gasset, cosa que seguramente ignoraba su señoría, y nadie la retiró.