Comentábamos aquí el lunes el gesto natural que desplegó José Manuel Soria ante un periodista de La Provincia que lo entrevistaba en su despacho del Ministerio de Industria, Energía y Turismo. Le preguntaban por el cabreo generalizado que reina en Canarias por la obligación de volver al prehistórico certificado de residencia para poder acceder al descuento para transporte aéreo y marítimo. Soria, con ese fingido disgusto con el que trata de equipararse al común de los mortales, pidió nuevamente disculpas por el contratiempo y simultáneamente sacó de su cartera su certificado de residencia para demostrar que él también es víctima de esa arbitrariedad estúpida del Gobierno popular. Coló para el que quiera seguir tragando las trolas del caballerete. Porque, como casi todo el mundo sabe, el señor Soria acostumbra a utilizar las salas de autoridades de los aeropuertos, donde no es preciso que el VIP en cuestión ni siquiera se identifique. Pero en el caso de un exceso de celo de los relaciones públicas de AENA y de la compañía en cuestión, Soria no está obligado legalmente a demostrar su empadronamiento en territorio canario.