La Caja Insular de Ahorros de Canarias escribió este lunes otro párrafo de su epílogo en otra de las últimas páginas de su larga historia como entidad de ahorros popular, cercana, querida, atolondrada, controvertida, maltratada, perseguida, manipulada, rescatada y fusionada, sin que el orden de los factores altere el producto necesariamente. Este lunes abandonaba su puesto el último director general de su larga historia de directores generales, el puesto ejecutivo más importante alrededor del cual han pasado hechos grandiosos las últimas décadas. Juan Manuel García Falcón renuncia tras once años ocupándolo víctima de las circunstancias presentes y futuras y, sobre todo, víctima de su propia solución personal. Este martes acaba el plazo dado por Bankia a sus empleados para acogerse al plan de prejubilaciones antes de que las vías de solución sean otras aún peores de las que está viviendo toda la banca española y, con ella, sus miles de empleados. Emocionado, satisfecho por los servicios prestados y con ese sabor agridulce de la retirada prematura y la incertidumbre sobre la solución final adoptada, García Falcón abandona su carrera como banquero con 57 años, el 95% de su salario (240.000 euros al año) hasta cumplir los 64 y un suculento plan de pensiones que le permitirá vivir bastante desahogado. Como todo directivo, deja atrás el aplauso de sus incondicionales y la dura crítica de sus detractores, mayormente representantes laborales, que le recriminaron siempre la bancarización y deshumanización de la entidad antes incluso de que se pensara en la bancarización y la deshumanización de todas las cajas españolas. Sus números no han sido malos (aunque hay lecturas que dicen lo contrario) tampoco espectaculares, pero en momentos convulsos logró al menos entregar la entidad en números verdes.