“Se pueden contar historias con cuatro duros, la cosa es cómo las cuentes”

La directora canaria Alba González de Molina.

Macame Mesa

Las Palmas de Gran Canaria —

Cuando Alba González de Molina volvió a Gran Canaria, tras estudiar en la Universidad Complutense de Madrid, comenzó a desarrollar un proyecto que vio la luz gracias al crowfunding y la implicación de la productora El Gatoverde. La cinta se estrenará este viernes a las 20.30 horas en los cines Monopol de la capital bajo el nombre de Julie.

La película ha sido galardonada con el premio a la mejor ópera prima en el Festival de Cine de Málaga, imponiéndose a títulos como Gernika de Koldo Serra, o la de La punta del iceberg de David Cánovas con Maribel Verdú.

El rodaje de Julie tuvo lugar en una ecoaldea del Bierzo, en Castilla y León, ubicada a más de 1.000 metros de altura y en la que la mitad de los habitantes son de origen alemán. El equipo se adecuó a la forma de vida de este poblado y solo utilizó generadores alimentados por energía solar en las jornadas nocturnas y transportó el material de rodaje en tirolinas y carretillas. Así, el filme se rodó sin cobertura, corriente eléctrica o comodidades.

¿Cómo surgió la idea de esta película?

La idea de Julie surgió hace unos tres años. Yo acababa de salir de estudiar Comunicación Audiovisual en la Complutense de Madrid, hice las maletas y me vine para casa en Las Palmas de Gran Canaria. Fue aquí cuando tomé la decisión. Estaba un poco perdida, pensando en qué hacer con mi vida y decidí que o me intentaba presentar a las pruebas de la escuela cine de Cuba o me inventaba una película. Entonces fui a una conferencia de Carlos Taibo y entre los temas abordados se habló de otro tipo de educación. A raíz de ahí se instalaron tres ideas en mi cabeza que empecé a trabajar y estuve como un año y medio desarrollando el guión.

¿Quién es Julie?

Es una chica con la que creo que mucha gente se va a sentir identificada, porque es la antiheroína. Mucha gente incluso le va a coger tirria. Es una persona que huye de sí misa y que piensa, como todas las personas que deciden marcharse, que yéndose lejos a cualquier sitio van a dejar atrás sus problemas. Pero se da cuenta de no, de que los problemas siempre vienen y que luego hay que asumir lo que se ha dejado en el pasado.

¿Cómo fue trabajar con la actriz principal, Marine Discazeaux?

Fue un gusto, porque la conocí a la semana siguiente de pensar que quería hacer una película. Tenía tres palabras nada más escritas. Cuando la vi en un bar de camarera me acerqué y le pregunté si quería ser la actriz de la película. Me dijo que sí y desde ahí empezamos a quedar todos los días, para compartir ideas y visiones de la vida. Luego me fui un mes a Inglaterra, a una caravana y ahí estuve desarrollando el guión. Le avisé de que a la vuelta le iba a enseñar la escaleta, ya tenía a quien enseñarle los deberes. A partir de ahí, su personaje se fue construyendo bastante a la par. Yo iba escribiendo, iba quedando con ella e íbamos matizando y dando forma. Era como una revisora. Trabajar con ella fue muy sencillo porque ya tenía interiorizado el personaje de Julie.

Es muy difícil interpretar a un personaje que es neutro. Es algo que siempre quiero destacar, porque se suelen dar los premios a las grandes interpretaciones, a quien más llora en una película dramática o a quien más hace reír en una comedia. Luego están esos papeles neutros que son muy contenidos, que son muy difíciles. Es más, creo que las frases más difíciles de decir son las más normales. En este caso, creo que Marine caló el personaje y lo hizo muy bien, me quedé muy contenta.

¿Cómo llegas a la conclusión de hace un crowdfunding para sacar adelante esta idea?crowdfunding

Porque, por un lado iba a ser mi primer proyecto y quería que fuese colaborativo y por el empuje de la gente. Por otro lado, es muy difícil conseguir subvenciones, sobretodo si no tienes un currículum previo y un nombre y apellidos reconocidos. En mi caso, ya había hecho un crowdfunding, porque había hecho un documental previo que se llama Stop! Rodando el Cambio, que conseguí rodar gracias al micro-mecenazgo de la gente. Implica mucho al espectador y rompe esos escalones o jerarquías económicas de “el que lo produce, el que lo crea y el que lo compra”. Quien lo compra y lo va a consumir es también el que pone el dinero para se haga y con eso están cambiando totalmente el sistema, lo que me parece muy interesante. Simplemente para el estreno que hay en Las Palmas de Gran Canaria, por ejemplo, la mitad del cine estará ocupado por gente que en su momento puso dinero.

Imagino que esta forma de mecenazgo tiene también sus contras, que a lo mejor se refleja en una mayor presión a la hora de mostrar el resultado en una sala llena de gente que aportó su dinero para la película.

En eso también he pensado, pero la presión la tienes siempre después de terminar el producto, porque tienes que rendirle cuenta a mucha gente. Eso sí es verdad. Por otro lado, porque el dinero que se pide a través de internet siempre es muy poquito. Nosotros conseguimos 30.000 euros por esta vía, pero luego conseguimos que una productora pusiera más dinero. Esta película - que la iba a hacer sí o sí, aunque fuese con cuatro euros - se convirtió de una producción que en principio iba a ser más “alegal”, en una cosa muy legal. Cada registro, cada licencia, cada historia hay que pagarla. Entonces te das cuenta del volumen de gastos que puede llegar a requerir una producción, por pequeña que sea.

Con los incentivos fiscales que hay en Canarias, terminar por ir a rodar a una ecoaldea ubicada en León. ¿Barajabas otras localizaciones?

La verdad es que estaba obsesionada con ese sitio. Barajaba otra que estaba igual de perdida, pero en Guadalajara, donde no tenían electricidad de ningún tipo, ni siquiera solar. Lo que pasa es que en esta última las casas eran de piedra y eso quitaba muchísima luz a los interiores. Además, suponía rodar con un generador, que haría bastante daño acústico. En cambio, en el pueblo de El Bierzo, donde finalmente nos dejaron rodar, contábamos con bastante ayuda por parte del pueblo. Nos cedieron el 80% de su energía solar y pudimos grabar la película de la forma más sostenible posible.

Una vez te desplazas con tu equipo y comienzas a rodar sin contar con cobertura para los teléfonos móviles, ni wifi y recargando los equipos a base de luz solar, ¿realmente sabías dónde te estabas metiendo?

Yo creo que cuando empiezas algo así te metes en una especie de burbuja en la que no eres consciente nunca de lo que estás haciendo. A día de hoy no soy capaz de verlo del todo objetivamente. Recuerdo a veces algunos días del rodaje, de meterme en la cama y preguntarme “qué hago aquí” o “cómo he sido capaz de liar a tanta gente, por dios que esto salga bien” (risas). El miedo sí me perseguía a veces, pero al final estás tan concentrada, que no tienes tiempo casi de dudar. Estás las 12 horas del día a tope rodando, pero es que le resto de horas sigues trabajando.

¿Recuerdas algún momento en concreto de esta experiencia?

Ocurrió más o menos a mitad de rodaje. Era como la fiesta de ecuador, por así decirlo, y le dije a uno de los habitantes si podía hacer un ritual mejicano que supone una especie de regresión al útero materno. Esto ya es tela marinera. Dije que si podía volver a hacer el rito, a ver cuánta gente del equipo se atrevía a meterse. Es como una especie de sauna, un iglú hecho de caña que se cubre con pieles. Dentro se meten unas piedras incandescentes a las que se hecha agua que eleva la temperatura a unos 70 grados y se cantan unos mantras. La verdad es que, aunque no soy especialmente espiritual, me llegó muchísimo. Fue un momento para compartir con montón de gente que, de repente, confió en eso. Nos metimos desnudos un montón de gente en una sauna en mitad de la montaña, bajo una pedazo de luna. Fue diferente. Creo que cuando vas a este tipo de espacios, al igual que ocurre cuando viajas a la otra parte del parte del planeta que deja lejos lo cotidiano, cualquier mínima cosa que a ellos les parece común, a ti se te va a quedar grabado en la retina.

Eso, de alguna forma, se traslada al trabajo.

Supongo que sí. Compartir con ellos y generar buen rollo es algo que a veces cuesta en las producciones, porque son muchas horas, muchos roces y mucho estrés. Pero conseguimos algo que con móviles y con cobertura no hubiésemos conseguido, que era prestar atención al “aquí y ahora”, que estoy en ésta época y este pacto y voy a convivir. Si hubiese habido móviles y cobertura estaría más dinamitada, iría perdiendo el tiempo mirando al teléfono. Eso es una realidad, así que doy gracias a que no hubiera cobertura en ningún sitio.

¿Qué experiencia sacas de vivir sin cobertura?

Empezamos a mirarnos a las caras otra vez. La gente mira hacia abajo, hacia el móvil. Hay que tener en cuenta el estrés que genera el teléfono, no solamente hace que los adolescentes parezcan más estúpidos, sino que hace que hayamos perdido nuestro tiempo. Si ya lo teníamos bastante limitado, encima se lo hemos regalado a la tecnología. Antes, en lo que nos trasladábamos de un espacio a otro, ese tiempo era nuestro para mirar, para pensar, leer…y de repente lo único que hacemos es mirar el móvil. Siempre que tengamos el móvil el trabajo nos persigue y eso es horrible. Esa experiencia de desconexión absoluta nos vino genial, empezamos a mirarnos entre nosotros. Con la calma del pueblo, su tempo, que creo que se traslada a la película, más lento, más contemplativo.

¿Los habitantes de la eco-aldea han podido ver la película?

Sí, antes del estreno que tuvo lugar el 12 de septiembre en Madrid, fui con la actriz principal. Nosotras dos fuimos a convencer al pueblo tres años antes, además me acuerdo que por las mismas fechas, y regresamos con la película bajo el brazo y un proyector. Nos recibieron súper bien, la gente del pueblo nos estaba esperando, habían hecho palomitas y organizado la sala en la que íbamos a proyectar. Me puse más nerviosa delante estas 80 personas, que de las 1.300 que la vieron en el Capitol. Estaba preocupada, porque quería que ellos se sintiesen cómodos, que les gustase la película y que toda la confianza que depositaron en mi no hubiese sido en vano. Se rieron bastante al verse en pantalla, porque muchos de ellos salen como actores. Gustó mucho y creo que se quedaron con una buena experiencia, porque también para ellos fue ver de cerca y trabajar en un rodaje. Permitieron a los niños salir de la escuela que tienen allí y ese mes estuvieron ayudándonos en los diferentes departamentos, fue maravilloso.

¿Puede realmente una pequeña comunidad vivir al margen del sistema?

Por poderse, se puede. Este no es el caso, tanto en el pueblo en la vida real, com el que recreo en la ficción – que son diferentes, aunque sea en el mismo sitio – no se desprenden del todo del sistema. Al final existe una dependencia con lo que te da el sistema. Por una parte es como nuestra droga y por otra es la que nos surte de lo que nos falta. Por ejemplo, en este pueblo no se planta arroz, ni grano. O hay otras aldeas o espacios que vivan de la misma manera y lo transporten, o lo compras. Pero se puede decir que ellos viven bastante separados, creo que es más una decisión de tu rutina y vivir de otra manera.

La película refleja la toma de decisiones mediante un sistema de asamblea, ¿funciona?

Estuve muy involucrada con el 15M de Madrid, porque vivía allí en el momento en que eclosionó, y también estuve ivolucrada con los encierros que se hacían en la Facultad de Ciencias de la Información de la Complutense para denunciar lo que estaba ocurriendo. Estuve en muchas asambleas. Las más difíciles, lógicamente, y las que se hacían eternas eran las que se celebraban en Sol, porque había muchísima gente. Lo que sí es verdad es que las que mejor funcionaron fueron las asambleas de barrio, porque acotas, no son multitudinarias. De repente, gente de todas las generaciones que ni se había mirado a la cara y vivía en el mismo lugar, se ponían voz y convivían para compartir ideas. Me parece que, simplemente con eso, este tipo de funcionamiento viene genial.

¿Una vez la cinta está montada cuál es la sensación?

Siempre queda ese inconformismo que te dice: “necesito más tiempo para montarla mejor”. Creo que tiene haber una parte que responda “ya está, no lo toco más”. Al igual que pasa con el guión, porque sino se hace eterno y te vuelves loco. Realmente, cuando voy a ser consciente de que esto ha pasado, va a ser cuando ya no tenga que hacer nada más que tenga que ver con Julie. Todavía estoy con festivales y promoción, pero cuando tenga el DVD en mi estantería creo que tomaré la distancia suficiente para decir: “eso lo hice yo”. Va a ser una sensación bastante gratificante.

La película está teniendo muy buena aceptación y, de hecho, has ganado el premio a mejor ópera prima en el festival de Málaga, ¿cómo recibiste este galardón?

No me lo esperaba, sinceramente. Competía en sección oficial, que eso ya fue un premio, con varios directores que presentaron sus segundas películas, como Gernika de Koldo Serra, o la de La punta del iceberg de David Cánovas con Maribel Verdú. Había un nivel y una producción económica que nosotros no le llegábamos ni a la suela de los zapatos. Que tuviesen en consideración nuestra obra y decidiesen que nos merecíamos el premio a mejor ópera prima, la verdad es que fue surrealista. Luego encima, cuando nos dijeron que habíamos ganado también la biznaga de plata a la mejor actriz de reparto para la actriz Silvia Maya, que era su primera vez en la gran pantalla, también fue un subidón.

¿Eso quiere decir que se puede hacer buen cine con poco dinero y mucho talento?

Exacto, se pueden contar historias con cuatro duros, la cosa es cómo las cuentes. Puedes contar historias de acción, donde en cada plano se vea el contenido, o puedes una historia de un señor sentado hablando de esa película de acción. Estás narrando lo mismo, pero de diferente manera. Siempre he pensado que la industria del cine gasta demasiado. Me parece el ejemplo claro de cómo funciona el capitalismo. De repente hay cosas que están en alza según el caché que tengas. ¿Has ganado premios? Cuestas tanto. No es un dinero fijo, sino que fluctúa como la bolsa. Me parece curiosa esa forma de funcionar, no es que esté muy a favor.

¿Cuáles son tus proyectos de aquí en adelante?

Mi idea es seguir haciendo cine. Tengo un colectivo que se llama ‘La semilla’, que hace documentales. Lo vemos como cultura libre, es decir, de libre acceso y gratuita. Quiero seguir haciendo documentales que lleguen a la gente y, por otro lado, la ficción, porque a mi siempre me parece bonito contar historias y ojalá siga por aquí.

¿Tu próxima cita en el calendario?

Me voy a la India con la película, al festival de cine de Calcuta.

Etiquetas
stats