La portada de mañana
Acceder
El ataque limitado de Israel a Irán rebaja el temor a una guerra total en Oriente Medio
El voto en Euskadi, municipio a municipio, desde 1980
Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Doña Florencia, “la inglesa”

Miss Florence (señalada) durante la inauguración de la ermita de El Cedro en 1935

Oswaldo Izquierdo Dorta

Hermigua —

Conocí a doña Florencia en la academia de Hermigua, en la que ella impartía las clases de inglés. Nuestro plan de estudios, el de 1938, se desarrollaba en siete cursos y una reválida final, el examen de estado, y comprendía, entre otras materias, dos lenguas muertas, Latín y Griego, y dos vivas, en nuestro centro, Francés e Inglés. De sus clases recuerdo el rigor, la exigencia y la disciplina que imponía permanentemente, no sólo en el proceso de enseñanza-aprendizaje, sino también en la pulcritud personal y en el comportamiento social que exigía a sus alumnos.

El denominar a las personas extranjeras por el gentilicio correspondiente al país de origen, en lugar del nombre propio, era frecuente, dada la escasez de personas foráneas, así: “el italiano” (Mario Novaro), “el alemán” (Enrique Herzog) o “los noruegos” (la familia Olsen).

“La inglesa” residía entonces en La Punta, el barrio situado en la zona costera de la ladera de poniente, cerca del impresionante acantilado que se alza sobre ese extremo de la playa de Santa Catalina, en el lindero de Hermigua y Agulo, un mirador privilegiado para disfrutar de la vista de todo el Valle, de la playa, del pescante, del mar y de El Teide. Vivía en un chalet, construido en la primera mitad de los años treinta, en el que, a mitad de la fachada, en grandes letras, aún puede leerse una aspiración personal y universal: “La Paz”. En la terraza de esta villa impartía clases e invitaba los sábados a sus alumnas a merendar y a juegos de cartas, especialmente, al bridge. Junto a ella, disponía también de una pequeña casa para el servicio.

La información que nos han facilitado sobre la biografía de miss Florence M. Stephen Parry, previa a su venida a Canarias, transcurre por la zona nebulosa de las leyendas e incita a escribir una novela de aventuras. Según esas fuentes (2), nació en La India, entonces colonia del Imperio Británico. Su padre fue un militar de esta nacionalidad y su madre una dama de la alta sociedad griega. De regreso a su país, sufrió la tragedia de la primera Guerra Mundial, en la que pereció su prometido. Trabajó en Londres como enfermera y, después de la conflagración, como periodista. Fue en este periodo cuando un italiano afincado en La Gomera, padre de familia numerosa, mandó un anuncio al diario The Times, en el que solicitaba una institutriz culta y de buena familia, con dominio de varios idiomas, para la educación de sus hijos. A doña Florencia, que quería olvidar el horror de la guerra y que padecía de asma, le pareció buena la distancia y saludable la propuesta, por lo que, poco tiempo después, se incorporó a la familia Novaro Mora.

Pero, para situarnos en la confluencia de estas dos trayectorias (la de doña Florencia y la de los Novaro Mora), es necesario retrotraernos al primer tercio del siglo XIX y tomar el hilo de la familia que propicia su venida a La Gomera.

En 1831, un genovés, llamado Francisco Grasso, creó la primera industria pesquera de la Isla, en La Cantera (…) más tarde la propiedad pasó al también italiano de Chiavari (Liguria) Angelo Parodi…

A finales de siglo la empresa conservera de La Cantera, que contaba con 40 empleados, 20 hombres y 20 mujeres, la mayoría italianos, la regentaba un sobrino del creador, que recientemente la había adquirido. Se trata del joven ingeniero naval Mario Novaro Parodi, hombre inteligente y con gran visión de futuro. En esta factoría, con afán de innovar, en los años treinta se inventó un caviar especial fabricado con huevas de caballas, que tuvo una gran aceptación y se comercializó en toda Canarias. (3)

Mario Novaro Parodi se enamoró de la Isla y de una gomera, Concepción Mora García, hija de Domingo Mora Roldán y de Tomasa García González, con la que se casó. Don Mario y doña Concepción tuvieron trece hijos, a los que doña Florencia, en el entorno del trajín de la fábrica, se ocupó de educar y enseñar cultura general e idiomas (inglés, francés e italiano). Cuando los varones alcanzaban los doce años, los mandaban a estudiar a Italia. (4)

Durante ese periodo, “la inglesa” acompañó, en diversas ocasiones, a la familia Novaro Mora en sus visitas a los pueblos de la isla. Se cuenta que, al pasar la comitiva por uno de ellos, una señora llama la atención de una vecina suya gritándole:

- ¡Asómate para que veas al italiano acompañado de la cicatriz!

- ¡Muchacha! - le contesta - ¡No se dice cicatriz sino emperatriz!

En descargo de estas dos paisanas, hay que reconocer que nuestra historia sabe más de cicatrices, e incluso de emperatrices u otras que han ejercido como tales, que de institutrices.

En 1924, dentro del periodo de convivencia con la familia Novaro Mora, doña Florencia hizo profesión de fe católica en la parroquia de San Salvador de Alajeró. Primer paso, posiblemente, de la trayectoria espiritual que la llevaría a su posterior devoción por la Virgen de Lourdes. (5)

Finalizado el compromiso laboral que había adquirido con la familia Novaro Mora, dejó La Cantera y se estableció en Hermigua, municipio al que se hallaba vinculada por razones de amor, de clima y de trabajo: vivió enamorada de El Cedro, donde tenía una pequeña casa; disfrutó del clima excepcional de ese valle, bálsamo para su quebrantada salud; y “trabajó algún tiempo como empleada de la casa Fyffes Limited” (6), que exportaba a Inglaterra plátanos por el pescante de Hermigua y tomates por el de Vallehermoso.

Doña Florencia colaboró en la construcción de la ermita de El Cedro, dedicada a la advocación de la Virgen de Lourdes, y regaló la imagen que aún se conserva. El proceso se inició cuando... en mayo de 1935 un grupo de vecinos de El Cedro se dirigió al Ayuntamiento para pedir un solar en el monte público con el fin de construir una ermita. El alcalde, D. Gregorio Ascanio, aprobará la cesión de cincuenta y seis metros cuadrados en el lugar conocido como “La Posada de los Yugos” (7)

De este regidor hay que destacar, entre otras importantes gestiones, su interés por la conservación y mejora del monte, en una época en la que los cerdos salvajes y las cabras sueltas, así como las talas para vender pasto y hacer carbón, hacían estragos en el mismo.

Muchos vecinos del municipio contribuyeron a la edificación, que contó con el apoyo del párroco catalán, don José Serret y Sitjar, con el que la ciudadana británica había establecido una cordial relación, así como con su sucesor en la parroquia de La Encarnación, don Mario Lhermet Valliers.

Este pequeño templo, situado en pleno Parque Nacional, fue inaugurado en agosto de 1935 (8), y su entorno, mejorado doce años más tarde: “… en 1947 se realizará el arreglo y acondicionamiento de la plaza de la ermita de Lourdes en El Cedro por un importe de quinientas pesetas a cargo de la Corporación Municipal” (9).

Para manifestarle su agradecimiento, los vecinos regalaron a la inglesa un tambor gomero y le dedicaron un romance, cuyo pie repetía:

“Buen tambor tiene la inglesa, Dios le conserve la pieza”

Desde la perspectiva de la gramática tradicional, la versión del hecho (“los vecinos regalaron a la inglesa un tambor gomero”) al lenguaje poético (el pie de romance) presenta la delicadeza de eludir el sujeto (los que hacen el regalo) y el verbo (la acción de regalar), para centrarse en el complemento directo (el tambor), y en el indirecto (la persona que lo recibe), y añade el deseo, dentro de la más estricta ortodoxia cristiana, de su conservación. La acción de regalar ha quedado atrás, no se exhibe; ahora sólo se trata de festejar el regalo.

El texto de este pie de romance, como el de otros muchos, es una muestra de la humildad y discreción características de la idiosincrasia de los gomeros, que evitan siempre la ostentación y tienden a pasar inadvertidos, pero, como muestra de su sagacidad, dejan claves para una segunda lectura; en este caso, con toques de humor y picardía.

Una vez puesto en marcha el colegio “Cristo Rey”, más comúnmente conocido como “La academia de Hermigua”, su creador y director, don Mario Lhermet, con muy buen criterio, la invitó a formar parte del exiguo, pero eficiente y heroico claustro. De esta manera, el centro contó, desde sus inicios, con dos profesores nativos: don Mario Lhermet Vallier, francés, y doña Florencia Stephen, inglesa. Esa situación, que hoy nos parece normal, era entonces totalmente infrecuente; por ese motivo y por la importancia docente que suponía, fue un verdadero lujo, del que ninguna otra academia de La Gomera pudo disfrutar y muy pocas en todo el Archipiélago. Sin embargo, hay que reseñar que si bien los resultados académicos fueron notables, no lo fueron tanto los prácticos, el uso de la lengua, porque fallaba la didáctica y se enseñaban las lenguas vivas de la misma manera que las muertas, esto es, memorizando vocabulario, conjugaciones y normas gramaticales, sistema válido para aprender a traducir, pero insuficiente para aprender a hablar, objetivo prioritario cuando se estudia una lengua actual.

Referente a su labor docente, contamos con varios testimonios de estudiantes de las promociones iniciales, entre ellos, don Antonio Plasencia Trujillo, que recibió clases de doña Florencia en la academia y, posteriormente, en La Cuesta, cuando él estaba en las Milicias Universitarias, y recuerda que era una profesora seria, que hacía unas libretas con vocabulario y verbos para aprender de memoria, a la que agradeció la recomendación de ir a estudiar inglés en Oxford y no en Londres como tenía previsto (10); doña María Jesús González Quintero guarda un cariñoso y agradecido reconocimiento de todo el profesorado de la academia y, especialmente, de doña Florencia, que prolongaba la relación con sus alumnas hasta su propio domicilio en La Paz (11); don Carlos Bencomo Mendoza, alumno de clases particulares y de la academia: “Con el inglés que aprendí con ella en un curso, escapé todo el bachillerato. Era una gran profesional, con carisma, que no sólo te hacía estudiar sino que te hacía participar en las correcciones” (12) Y el de don Francisco Fragoso García: “Era correcta, educada, pulcra y puntual. Nos hacía trabajar con unos cuadernos que ella misma preparaba” (13).

Una de sus primeras alumnas nos cuenta que usaba un reloj de pulsera grande, que le servía también para ocultar una cicatriz, y recuerda oírle contar que su novio le había dejado una pensión vitalicia y que, en plena Guerra Civil, pasó un barco inglés por la isla y la invitaron a volver a su país, pero ella prefirió quedarse en La Gomera (14).

En 1950, doña Florencia, decidida a trasladarse a Tenerife, le vendió su vivienda en La Punta a don Vicente Bencomo Padilla, comprometiéndose el comprador al abono mensual de una cantidad, aunque ignoramos la cuantía de la misma y el tiempo de duración de los pagos. Según nos informó su actual propietario, don Vicente Bernardo, su abuelo adquirió el inmueble para vivienda de sus padres: doña Nora Bencomo, una de las mujeres más elegantes que he conocido, y don Bernardo Sanromán, uno de aquellos prestigiosos maestros que recalaron en el municipio allá por los años 30 y 40 del pasado siglo. (15).

Consideramos que este bello y original inmueble, actualmente remozado y ampliado, debe contar con una placa como recuerdo del municipio a una mujer excepcional que, huyendo de los horrores de la guerra, logró encontrar LA PAZ, que tanto anhelaba, en el mítico Valle de Hermigua, corazón de Mulagua.

Doña Florencia pasó los últimos años de su vida en Santa Cruz de Tenerife, siempre acompañada de Lola, su fiel sirvienta. Allí vivió, al principio, en La Cuesta, donde siguió impartiendo clases de su idioma natal, y, más tarde, en La Vuelta de los Pájaros. Falleció en 1964, tal como consta en la placa colocada en una de las paredes de la ermita de El Cedro.

Su recuerdo se mantiene vivo en las persistentes páginas de agradecimiento de la memoria individual y colectiva de las primeras promociones de alumnos de la academia de Hermigua.

GRACIAS PERMANENTES, mis Florence.

NOTAS

1. Díaz Padilla, Gloria, “Apuntes sobre la ermita de la Virgen de Lourdes”, El Día, Santa Cruz de Tenerife, 29 de agosto de 1981.

2. Mora Novaro, Elda, nieta de don Mario Novaro Parodi. Entrevista personal.

3. Díaz Padilla, Gloria, Pescantes de La Gomera, Litografía Romero, Tenerife, 2008, págs. 51 y 52.

4. Mora Novaro, Elda, e. c.

5. La Voz de Junonia, nº 105, 12 de mayo de 1924.

6. Díaz Padilla, Gloria, o. c., pág. 42.

7. Valeriano Rodríguez, Ricardo, La memoria de un pueblo. Historia de Hermigua a través de las actas municipales (1890-1975), ed. Sabater, Santa Cruz de Tenerife, 2014, pág. 45.

8. La Gaceta de Tenerife, 8 de septiembre de 1935.

9. Valeriano Rodríguez, Ricardo, o. c., pág. 83.

10. Plasencia Trujillo, Antonio, licenciado en derecho, primer presidente del Cabildo de La Gomera.

11. González Quintero, María Jesús, maestra nacional. Entrevista personal.

12. Bencomo Mendoza, Carlos, doctor ingeniero de minas, senador, eurodiputado y abogado en ejercicio. Entrevista personal.

13. Fragoso García, Francisco, perito mercantil, maestro nacional y profesor de la Academia de Hermigua. Entrevista personal.

14. González Quintero, María Jesús, e. c.

15. Sanromán Bencomo, Vicente Bernardo, arquitecto técnico. Entrevista personal.

Etiquetas
stats