Pedro Bethencourt Padilla: el poeta divino de La Gomera

Pedro Bethencourt Padilla dibujado por José Aguiar

Pablo Jerez Sabater

Agulo —

Nacido en Agulo en 1894, se trasladó a Tenerife siendo adolescente para estudiar, primero, en la Escuela de Comercio y, más tarde, en el Instituto Canarias el bachillerato. Desde muy joven su pasión por la literatura le hizo asistir a numerosas veladas poéticas y a publicar diferentes poemas en la prensa del momento.

Sin embargo, fue tras su viaje a Madrid para estudiar medicina, unido a sus viajes a Cuba –siempre esta isla tan presente para nuestros antepasados gomeros- los que forjó en él una personalísima voz en la poesía del momento. Basten las palabras del poeta y escritor asturiano Andrés González Blanco en su prólogo al poemario de BethencourtVida Plena (1934):

"nos han dado sus poetas (poetas canarios) una nueva nota de sensibilidad: nos han cantado el mar y el encanto de los puertos cosmopolitas, y en sus estrofas oímos zumbar las caracolas marinas".

Efectivamente, quizá la condición de isleño haga del poeta canario un ser con una sensibilidad especial para con el mar. Ese océano que, para Pedro Bethencourt Padilla era el istmo que separaba, cual península ficticia, su Gomera natal de su amada y vivida Cuba.

Sin embargo, hay algo en la poesía de este poeta realmente mágico o, mejor dicho, místico. Y es la creación de un nuevo lenguaje poético basado en el pensamiento teosófico tan en boga a comienzos de siglo en España y que tiene en autoridades como Blasco Ibáñez verdaderas piedras angulares. Esta nueva percepción sensorial y espiritual de la lírica la denomina nuestro poeta Yuvismo. En el prólogo de su poemario Salterio (1920) nos revela su significado:

La poesía es una emanación de la Divinidad y a Ella debe afluir, por la misma ley natural que hace que los arroyos tornen al mar del que proceden. Siendo la más expresiva de las artes, humanamente, la poesía ofrece una posibilidad más inmediata para la realización de lo divino. De aquí la responsabilidad del poeta como representante de la Belleza Universal. 'El Arte por la Humanidad´.

Esta verdadera espiritualidad al servicio de la belleza y la divinidad ya la hemos vinculada, como hemos señalada, a la teosofía. Pero ahora bien, ¿qué hace de Pedro Bethencourt un poeta especial? Sin lugar a dudas, su exquisita sensibilidad. Como seguidor de esta doctrina y sus vínculos posteriores con la masonería (no en vano su hermano José fue masón, así como su amigo José Aguiar), hicieron que su lírica alcanzase verdaderos momentos de hondura, como podemos observar en uno de los poemas de su Salterio:

El divino mensaje (Salmos): vs.40-44

Yo quiero ser tan sólo el mensajero errante

Que teje con sus rimas los más fraternos lazos.

Para abarcar el Orbe, quiero en mi afán constante

Abrir como la cruz de Redentor mis brazos...

Esta característica de su poesía, perfectamente estructurada y rimada, se hizo patente en su primer poemario, del que nos interesa ahora señalar su relación con el pintor agulense José Aguiar, sin duda alguna el mejor muralista español del siglo XX. Un jovencísimo Aguiar, con tan solo 25 años, colabora con su amigo Pedro Bethencourt en la ilustración de su poemario. Aquí descubrimos a un nuevo Aguiar, alejado de la corriente racial de su primera etapa, esto es, su regionalismo más acusado en obras como Comadres de La Gomera o Romería de San Juan, por señalar solo algunas de las más conocidas.

No, aquí nuestro pintor es otro, mucho más cercano a la estética modernista y simbolista de pintores como Néstor Martín Fernández de la Torre o el primer Borges Sala. Esta fructífera colaboración fue muy bien acogida en su presentación en Madrid en el Ateneo en noviembre de 1920. Y es que Pedro Bethencourt tenía una gran capacidad para construir imágenes literarias, como es su reflexión final en este primer poemario, constituido a modo de epílogo:

He lanzado mi voz y no me importa.

Si los hombres negáronse a escucharla,

Yo sé que por los siglos de los siglos,

Y a pesar de los hombres y de las razas,

Por todos los confines de la tierra

Repetirán el eco las montañas!...

Y para Pedro Bethencourt, esas montañas serán las de su Gomera natal, las que circundan ese gran anfiteatro (como lo denominaría la inglesa Olivia Stone) que es Agulo. Sin embargo, para él, aunque profundamente gomero en espíritu, sus raíces las echó en Cuba. Viajero en su juventud por Europa, donde incluso vivió en París con el periodista gomero Pascasio Trujillo, regresó a Madrid en 1934 para presentar su poemario Vida Plena. Una poesía mucho más madura que la de Salterio, menos mística quizá, y mucho más influenciada por la vanguardia, aunque sin perder del todo esa espiritualidad tan asumida en su pensamiento. Fijémonos, como ejemplo, en un fragmento de su poema La tierra, publicado en el referido libro de 1934:

El hombre es el dolor; acaso el único
dolor que la atormenta.
Si no fueran los astros;
si no fueran
el mar, el viento, el río... ¿quién diría
lo que tal vez decir quiere la Tierra?
El canto que ella inspira
no lo ha dicho jamás ningún poeta.
La Tierra pide un canto
de piedad a los hombres que la pueblan.
La Tierra tiene voz; pero las almas
están sordas. La Tierra
llora por todos; pero...
¡las almas están ciegas!

La Guerra Civil le sorprende en Madrid y regresa a Cuba hasta 1961, por tanto, casi 30 años alejado de España, sintiendo cada vez más añoranza por las islas, por el mar que sirve como enlace, pero también como éxodo. En ese mismo año regresa a La Gomera donde fue recibido como un hijo pródigo, celebrándose fiestas y conmemoraciones en su honor durante dos semanas, incluyendo el nombramiento de su calle natal, en el Calvario, como calle poeta Pedro Bethencourt. Es el momento en el que publica, de manera periódica, poemas en la prensa de la época, como en El Día o en La Tarde.

Finalmente, Pedro Bethencourt Padilla fallece en Madrid en 1985, callando su voz y su guitarra (era un espléndido músico) para siempre. En el recuerdo quedarán siempre sus poemas, su pensamiento y sus amigos, quienes dirán de él que se marchó, ante todo un hombre bueno.

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