Elogio al paisaje de la Isla
“... la belleza está en la naturaleza y se encuentra en la realidad y en las formas más diversas?”, escribía Courbe. Cuando el hombre occidental vuelve a la Naturaleza se evade de su realidad material e imagina aquellos paisajes visitados por Ulises en su Odisea, contempla árboles tan hermosos como los pinos del Olimpo, observa el paisaje. El sueño romántico. Ese sueño perfecto que Arsenio Morales ha encontrado en su Isla, en ese entorno hechicero que posee la isla de La Palma y que él ama, quizás porque sabe que el camino hacia la verdad está en ella. Por eso la materializa a través de su mirada pictórica cuando recrea caseríos o marinas, cuando con sus pinceles crea detalles, no lo anecdótico, cuando lo colma de matices, de sentimientos y de vivencias en su expresión artística, en su pintura.
Y nos presenta una exposición madura en sus planteamientos eligiendo con gran paciencia el lugar, el momento, el día adecuado, el equilibrio de la madre Tierra para lograr que el paisaje conviva con sus trazos sueltos, llenos de vitalidad y realizados con un tratamiento tan esquemático que algunas veces raya la abstracción.
Y nos deleita con sus formas y sus texturas con vistas otoñales, con los colores del castaño, el árbol sagrado celta. Nos seduce con sus óleos trabajados por medio de rápidos empastes a base de espátulas y coloridos luminosos, con la pintura de sus montañas y laderas donde la luz se filtra a través de la vegetación, porque él sabe descubrirnos las palpitaciones de las florecillas tan bien reflejadas que parece que conservan su virginidad.
La obra de Arsenio se caracteriza por su atmósfera íntima, por el realismo con que atrapa los panoramas, con las que capta la energía que se canaliza a través de los verdes y cobrizos, que aparentemente sencillos emanan una sensación de paz. Se caracteriza por la soledad que parece brotar de su interior cuando le da vida a caseríos sobre los que se cierne un aura de serenidad. El sueño de las casas en medio de la Naturaleza entre el vaho de los celajes.
Lienzos donde podemos contemplar la iglesia silenciosa de San Mauro en Puntagorda o el paisaje de Juan Adalid de Garafía, con un árbol proclamándose único en un retiro tan profundo, que es igual que si viera su propia soledad que gira y gira dentro de su corazón, como decía Juan Ramón Jiménez en Platero y yo.
Su estilo de pintura es una paleta de colores discretos y una sutil elección de los temas en los que nos hace participar como algo más que meros espectadores. Un paisaje captado con gran sensibilidad, casi en movimiento, tanto que mirando su obra podemos caminar por los frondosos senderos entre la orgia de tonos rosas de los almendros en flor o entre el murmullo de la hojarasca y los piñones que caen de los castañeros y los pinos. O en las laderas de Fuencaliente salpicadas del musgo que prolifera a sus anchas y entre las encendidas proteas abandonadas entre un sinfín de colores de hojas nuevas y viejas, entre el reflejo de los árboles.
Otras veces nuestro pintor nos lleva a la playa de la Salemera en Mazo para que escuchemos el sonido del mar efervescente, de las olas centelleantes que rompen sobre el acantilado, con un mar que acude a la orilla igual que una bambalina azul como diría la escritora palmera Ana Samblás.
La pintura de Arsenio forma parte de su vida interior, de su visión del mundo, de la búsqueda de la armonía y de la magia subjetiva. Porque él se distancia de lo cotidiano, para explicar su relación con la Naturaleza, su experiencia. Y nos ofrece collages realizados con papeles de colores, una obra moderna, simbólica sobre la isla, la tierra, el mar, una obra que acompaña a sus magníficos lienzos que nos envuelve y nos hace sentir emociones, lo mistérico, la sensualidad, la eternidad de las cosas. El sueño romántico.