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Mi amigote Giorgio y la chica holandesa

Miguel Jiménez Amaro

Queridos amigos míos: 

Mi amigote Giorgio, el paracaidista de los huevos de bronce, anduvo durante tres años de su vida cayéndose desde el cielo. Una parte  de su vida la ha vivido como un meteorito, cayendo a tierra; otra, la más importante, el resto de su vida, la ha vivido subiendo al cielo peldaño a peldaño, del que ya anda  muy cerca, gracias a sus buenas acciones, a su bonhomía. 

Hace cincuenta años, cuando una ola de mar le arrebató sobre una roca las gafas de mar blancas, Champion, de su amigote Chuchú, se enfureció contra esa ola cleptómana tanto como El capitán Akab de Henry Melville lo hizo contra Moby Dick, la ballena blanca asesina, que le había arrancado una pierna. El cojo Capitán se volvió loco buscando por todo el mundo a la ballena que lo había humillado y mutilado. Alberto, por aquella ola, quedó dolido por dentro; se quedó algo cojo emocionalmente, y se dijo que un día  encontraría las gafas Champion. No se volvió loco como el capitán, más bien todo lo contrario, se fue llenando, como se llena un vaso de vino, de lucidez; y la búsqueda de las gafas blancas, blancas como Moby Dick, lo  ha ido volviendo, casi sin darse cuenta, cada día  más sabio y compasivo. Lo ha ido convirtiendo también en un predicador, pues al ser sabio y compasivo, lo que sabe lo comparte; y no se le oponen las lenguas, reciben mejor su evangelio los que no hablan ni una papa de palmero. 

El lunes de los pasados Indianos Giorgio rompió un autoarresto de cuarenta días y noches sin beber vino. Cuando se la coge grande (¡es el único tamaño de sus borracheras!) un día, como se la cogió el 31D, luego,  se atrinchera cuarenta días sin vino. ¡No lo puede ni ver!  A donde primero se dirigió  el día que se levantó el autocastigo, de madrugada, fue a una pequeña cala que hay en El Paseo de Las Salinas, un rincón en el que antes de existir el paseo íbamos, de adolescentes,  a bañarnos desnudos y tirarnos de cabeza desde las estalagmitas más altas. Se dijo a sí mismo cuando se iba a tirar al mar, a punto de zambullirse: “¿Qué es aquello blanco que está viendo Giorgio en el fondo? ¿No? ¿No? ¡Ay, las gafas blancas de mi amigote Chuchú! Lo sabía, lo sabía. Ellas aparecían”. Le ocurrió como a Grillito cuando al regresar de Cuba se encontró, en lo alto de un pino del Camino de las Vueltas, yendo para la fiesta del Pino, su reloj Cauny que había perdido hacía veinte años, y que tenía cuerda aún.

Regresó de la cala en Los Cancajos con cara de contento, su sonrisa no le cabía en la cara, y con las gafas blancas dentro de su petate. Pasó por El Puertito a comprar camarón y tirar para Las Cosas Buenas. Llegó hablando, o predicando, justo cuando el reloj daba las doce campanadas del mediodía. Había algo en su mirada de pillo que yo no cogía, y que un poco después supe. En la cocina empezó a abrir su pequeño petate en el que tanto cabe: ensaladilla de boniatos con sardinillas, tollos en salsa, pan bizcochado, pan, queques, chocolate, filetes empanados y camarón. “¿A que Chuchú no sabe lo que le traigo aquí? Yo lo sabía, que aparecían, yo lo sabía. Se lo pedía a Dios todas las noches. ¡Hay que tener fe! ¡Fe! Sin fe se va uno pal piso”. Yo no le vi la cara a Grillito cuando encontró el reloj al regreso de Cuba, ni cuando lo contaba, pero si vi la de Giorgio cuando me sacó de su petate las gafas Champion. 

Pusimos las gafas blancas sobre la silla de tea, más bien sillón, que Brita Drude me regaló. Giorgio seguía hablando de la fe y de los santos que tiene en su casa. Sonaban las campanas del reloj con las  tres horas. Nos fijamos en que las gafas iban desapareciendo, y que al mismo tiempo se materializaba, en su mismo lugar, una chica rubia con los ojos azulísimos, que lo primero que vieron en esta vida fue a Giorgio. Luego, la chica holandesa abrazó a Giorgio de la manera que veis en la foto. Así como un hombre puede llevar una mujer dentro, o una mujer un hombre, y lo quieren dejar salir; así las gafas blancas Champion llevaban dentro el espíritu, la semilla, de la chica holandesa queriendo salir. 

Pasaban las horas, se sumaron muchas campanadas, y Giorgio no paraba de predicar. Su prédica se entendía hablase  el interlocutor la lengua que fuese. Lo escuchaban con cara de asombro, como se escucha a un maestro autentico. “¡Es sorprendente lo que sabe este hombre y con la simpleza que desvela los misterios!”, comentaban a coro. ¡Hubo hasta quien le pidió una bendición!  Nadie se iba sin despedirse de él y abrazarlo. Sonaron las campanas de las diez. Giorgio llevaba justo diez horas predicando sin interrupción, sesenta y siete campanadas. La chica holandesa le dio la mano para llevárselo a un lugar un peldaño más cerca del cielo. Cuando nos despedíamos, le dijo Giorgio a la chica holandesa: “Mi amigote Chuchú es mi papá”. Yo le pregunté que si se iba a arrestar otros cuarenta días y noches, y que la dejase hablar, que llevaba cincuenta años sin hacerlo. Ellos dos rieron. 

Ya estoy escuchando a alguno de vosotros preguntándome: “¿Qué comisteis, que bebisteis?”. Lo iba a decir ahora mismo. Un mes antes le había preguntado a mi amigote Álvaro si él podía hacer una garbanzada con el hueso del pata negra de ocho kilos y medio Martin Hierro que nos despalillamos el día de la lotería, y me había respondido que sí. Puse los seis kilos de garbanzos lechosos el día anterior en remojo. Álvaro llegó el domingo a las doce campanadas, se fue cuando sonaron  seis. Mientras él cocinaba, bebíamos Mibal Roble y picábamos unos chicharros republicanos. El secreto de la preparación de la garbanzada es que hay que desgrasarla mucho, aunque hay quien diga que la grasa es lo mejor. ¡Sacamos una palangana de grasa! Al día siguiente, la garbanzada fue el único plato fuerte. De entrantes ibéricos de Jabugo, Montesierra; queso curado de oveja Montesierra de Badajoz; queso curado de oveja de Zamora ‘Vicente Pastor’ en maceración con aceite de oliva virgen extra primera presión en frío; aceitunas de Kalamata y algo que se me olvida. Vino Mibal Roble (Ribera del Duero), O Rei (Albariño) y Rosé Brut de Cava Llopart. “¿Postres?”, me preguntáis otros de vosotros. Barbara Lotzsch trajo un bizcocho de naranja – aparte de un kirch de verduras - ; Petra Kiesewetter, un mus de frutas del bosque; y mi hermana Carmen Rosa, torrijas y merenguitos - ¡la locura de Conchita Capote!-, recetas de nuestra madre Rosario Amaro. Y hablando de tanta comida me apetece despedirme de vosotros con unas botellitas   de Integral de Cava Llopart para hacer la digestión de tanta comida que estoy escribiendo.

Juan Capote y El Apóstol del Jazz tampoco  pudieron estar, como el día del camarón y de la sama roquera con Ninnette, Lissette y El Charro. ¡Pero estuvieron sus espíritus! “¿Qué dónde estaban Ninnette, Lissette y El Chivato Tántrico?”, me decís. Os digo, dando un master para unos chinos en la Universidad de La Sexualidad Sagrada de El Mudo, Garafía.     

¡Ay Giorgio, Giorgio! ¡Si no existieses, habría que inventarte! Te lo dice tu papá que te está escribiendo a las doce campanadas de la noche de unos cuantos días y noches después de Indianos, mientras tú duermes y te has vuelto a arrestar, a atrincherar, otros cuarenta días y noches. ¡Qué grande eres Giorgio!   

Abrazos por El Lado del Corazón. Salud y Alegría Interior. 

Las Cosas Buenas de Miguel     

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