Espacio de opinión de La Palma Ahora
Carta desde Australia a Miguel de LasCosaBuenas
De nuevo Miguel has vuelto a insistir en un nombre que solo me pusiste pasado el tiempo. Y de nuevo te recuerdo el original, el que me adjudicaste estando en aquel convulso y fascinante Madrid de los años setenta: Ibarruti, un apelativo compuesto más creativo y, as consequence, más propio de tu espíritu. Nunca me sentí identificado con Durruti, un anarquista puro y violento, dos atributos que detesto por igual. Y tampoco otro de sus rasgos, el valor hasta la temeridad, hizo mella en mí. Me rajé en cuanto supe que estaba fichado, todavía con el recuerdo en la cabeza de las torturas a las que había sido sometido nuestro amigo Manolo. Lo sabes bien, como casi todo lo que escribiré a continuación para que los que te siguen en el periódico puedan explicarse mejor alguna cosa de las que cuentas en este medio.
Tú fuiste el primero que me recomendaste la ruta anglosajona, pero debo reconocer que la idea de que Pericles estuviera en Londres fue lo que me animó definitivamente a escoger ese camino. ¿Te acuerdas cuando llegó a Madrid, siendo casi un adolescente, solo con su guitarra y una pequeña mochila? ¿Te acuerdas cuando fuimos juntos al Balboa Jazz donde un afroamericano, de cuerpo proporcional a su instrumento, tocaba el bajo sin dejar de reírse? Cuando, para nuestra consternación, nos trajeron la abultada cuenta, él nos dijo que ya entendía de quien se reía aquel músico...
El que Pericles llevara ya un año en Londres me facilitó mucho las cosas. No fue difícil empezar a fregar platos, ya que él lo había hecho para poder sobrevivir y dedicarse a su verdadera pasión: la música. La cosa fue bien y antes de que nuestro amigo se fuera definitivamente a hacer las Américas, yo había abierto un restaurante en Southampton junto con mi socio Marcos, un asturiano que empezó como pinche de cocina en el mismo local donde yo trabajaba. Fueron seis años de dura labor en los que cada vez se nos llenaba más la cabeza con la idea de cruzar el charco en la dirección que fuera. Nuestros clientes, hombres de la mar y cruceristas de lujo, contribuían a fomentar, con sus conversaciones, o con su solo aspecto, el levantamiento del vuelo, pero tuvo que ocurrir otro hecho luctuoso, cuya narración haría muy larga esta carta, para que tomáramos la decisión en firme. Solo nos faltaba acordar cuál sería nuestro destino. Pusimos el local a la venta y esperamos pacientemente hasta que cuatro meses después nos llegó una buena oferta. Entonces we flew the nest.
Sin embargo, durante el tiempo de espera, no nos quedamos con los brazos cruzados. Primero fui yo el que viajó a México y a Estados Unidos. En el primer país nuestro contacto, en apariencia un acaudalado crucerista que nos animó fervorosamente a abrir un restaurante en D.F., había perdido su etílico ímpetu y, cuando por fin pude sortear sus evasivas y verle, solo alcancé a comprobar que la realidad había menguado tanto su interés como su riqueza. Así que adelanté mi viaje a New Orleans y no me arrepentí. Pasé una semana maravillosa con Pericles dando tumbos de garito en garito y tragando jazz y bourbon al mismo ritmo. No obstante, la gran sensibilidad que para la música demostraba aquella gente, no tenía nada que ver con su devoción por la gastronomía. Más bien todo lo contrario. Eso, unido a otra circunstancia que no viene al caso, hizo que regresara a Inglaterra un poco con el rabo entre las piernas, después de despedirme con enorme gratitud de my friend Pericles.
Mientras yo tomaba las riendas del restaurante, Marcos inició un viaje con el mismo fin a Australia, dejando en la recámara a Canadá como última opción. Pero no hizo falta. Mi socio vino entusiasmado de Sidney, una ciudad cosmopolita y cara donde nuestro contacto, menos pretencioso que el mexicano, le había sido de gran utilidad. Me dijo que la alta restauración tenía futuro en una sociedad, en buena parte descendiente de convictos y buscadores de oro, que había prosperado hacia la riqueza. La bondad del clima fue la guinda sobre el pastel, así que fuimos preparando las maletas.
Tras ciertas dificultades pudimos por fin abrir un restaurante en la Bahía de Jackson que pronto se llenó de clientela. Los comensales, en general con buen nivel adquisitivo, eran en su mayoría de la ciudad, aunque también venían de otros sitios, principalmente de Melbourne. Así, un día entró en el restaurante un trío de esa antigua capital, en el que me llamó la atención la presencia de una joven cuya indumentaria y actitud parecían discordar con el atuendo y seriedad de sus padres. De inmediato pensé que la chica podría ser la pareja ideal para Pericles pero, lo que es la vida, el resultado final fue que se convirtió en la madre de mis hijos. Otra larga historia.
Para no cansar diré que en estos momento somos propietarios de dos restaurantes en Melbourne, en los que cada vez está más implicado mi hijo el menor, y de una granja que lleva directamente el mayor. Salió a su madre. También estoy poniendo en marcha una empresa al estilo LasCosasBonitas (gracias por tus consejos y contactos Miguel) pero de dimensión australiana. En los restaurantes he tenido la oportunidad de hacer amistad con altos cargos de la policía y el ejército, gente de notables apellidos, financieros y hasta un obispo anglicano. Desde luego no era lo que esperabas de un amigo al que bautizaste como Ibarruti (si Doña Dolores y Don Buenaventura levantaran la cabeza...), pero creo que puedes entenderlo.
Un abrazo a La Palma
PD: De los tagasastes y de la canaria que vino a estudiarlos ya hablaremos otro día.