Convivir con un volcán

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Convivir con volcanes, lo hemos hecho todos los canarios desde que nacimos. Pero ahora se ha despertado uno de ellos, y, ni en mis peores sueños, ni en mis mejores pesadillas se había pasado por mi cabeza cómo sería convivir con uno en erupción.  Si una adivina o alguien que supiera de predicciones me lo hubiera dicho, jamás le hubiese creído. Y aquí estoy, intentando conciliar el sueño de noche, mirando ensimismada por la ventana de mi habitación. Una suite de inmejorables vistas, por la que ahora mismo, cualquier turista pagaría lo que fuera.

Una escena que parece salida de una peli de ciencia ficción. Perfectamente lograda y que te deja embobecida. Esa es la estampa que veo cada noche, donde la oscuridad matiza más sus colores vivos y centelleantes. Un monstruo que se alimenta de las miradas de los más curiosos, que quedan perplejos ante el rugir feroz de esta bestia que sigue devorando historias a su paso. Unas veces más pausado, y otras, determinado e implacable con todo.

Y en esos momentos, donde su furia se desata y le muestra a todos que se hará su voluntad, es cuando levanto mi parte superior de un golpe de la cama y miro hacia fuera, vigilando al Maligno, a ver si se acerca o permanece quieto, volviendo nuevamente con su gruñido a entorpecer mi cita con Morfeo.

Así cada noche. Donde no dejo de dar vueltas en la cama y mirar el reloj a cada rato. Pienso en esos amigos, conocidos, y también desconocidos. En todos esos lugares que visitaba frecuentemente.

Ya no está la playa de Los Guirres, esa que me hizo acariciar una ola por primera vez, donde saboreé la sal en los labios y di mi primer beso de amor. La casa de mi amigo Rafa ha quedado aislada rodeada por la lava, y ya no volveremos a veranear en su jardín. Tampoco sé si volveré a conducir por la carretera que me llevaba a Puerto Naos, al Remo, a la Bombilla… para pasear cerca del mar. Y tampoco volveré a comprar en el Spar de La Laguna, ese que me resultaba tan cómodo para aparcar; ni volveré a desconectar de la rutina en la Finca del Moral… esas, entre otras tantas cosas que hacía habitualmente y que ya echo de menos.

Veinticinco días y no da tregua. Se ha empeñado en seguir acabando con los sueños, con los recuerdos, con la esperanza… Ahora sólo quedan lágrimas negras como cenizas, esparcidas por tantos rincones que nunca volverán a ser lo que fueron.  Son tantos los recuerdos arrasados que no puedo evitar sentir miedo. Una angustia diaria que me hace plantearme muchas preguntas; entre ellas, ¿Qué pasará cuando todo esto acabe?

No. No es fácil. Igual que tampoco lo es decir esa frase que inunda las redes sociales que asegura que Somos más fuertes que el Volcán. No. No lo somos. Somos vulnerables ante este fenómeno caprichoso que se está llevando hogares, fincas agrícolas, una zona industrial, empresas, y otras tantas propiedades que han sido levantadas con esfuerzo y que han servido de sustento para muchas familias.

Son historias de vida truncadas, y ante eso; sólo nos queda desahogarnos porque estamos de luto.  Y con el paso del tiempo, ya veremos si esas ayudas le darán esperanza a los damnificados para construir una nueva vida, aunque no le devuelvan los recuerdos.

De lo que sí estoy segura, es que nunca nos olvidaremos todos esos municipios del Valle que han sido sepultados por la lava. Y de lo que también estoy segura, es de que tampoco dejaremos de vivir en una Isla llena de volcanes; porque aunque ahora sintamos miedo, este es el lugar que nos ha hecho luchar por lo que queremos. Y de eso, también estoy segura. De que seguiremos luchando.

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