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La iglesia de Rubén Gallego

Elsa López

Dios debe estar de fiesta o danzando por ahí sin dar golpe al agua; o quizá esté durmiendo en la gloria de los santos o quizá le importemos un rábano, cosa que ya me temía yo desde hace tiempo. Porque si está cerca, si nos escucha, si nos ama de verdad, si nos acoge en su seno durante enfermedades y dolores, en estos momentos, yo, despistada siempre en asuntos del cielo, me pregunto qué coño pasa con Él que deja hacer y deshacer a capricho de humanas voluntades. Al mejor cura que hemos tenido por estas tierras, el que hace amar al hijo de Dios aún sin tener pajolera idea de quién es el padre; el que nos conduce entre risas y bromas a amar la iglesia de lo cotidiano, cercana y libre de deudas y castigos, a ese es al que precisamente las autoridades que dicen representarla, le causan mayores daños. Dos casos de curas defenestrados en La Palma tengo en mi haber. Dos casos terribles cometidos contra la fe que algunos cristianos, buena gente y con la fe a cuestas constantemente, defienden a capa y espada. Hace años, el señor obispo de la Diócesis Nivariense, se cargó a Fermín, un cura lleno de vida y alegría a quien la juventud seguía como rebaño inocente y feliz. Las madres contentas, los hijos más contentos aún, haciendo deporte y encomendándose a Dios.

Se llamaba Fermín Hernández y era el párroco de San Francisco. Fermín era alegre y sano. Predicaba con naturalidad y sin dejarse sobornar por beatas y malandrines. Y un día lo denunciaron porque había dicho en una homilía que las mujeres madres eran como la Virgen María, no importaba si eran viudas o solteras, eran, sencillamente, madres, como la madre de Dios. Gran escándalo. Los cristianos de la ultraderecha católica que son más papistas que el mismo Papa, lo grabaron en video y denunciaron. A la semana estaba fuera de La Palma. Fue desplazado, (eufemística manera de expulsar a alguien de un sitio) de su parroquia. Aquellos días escribí sobre el caso y dije cosas tales como: “¿Hubo envidia entre pastores? ¿Hubo exceso de celo por parte de los viejos escuadrones de la parroquia asustados ante la avalancha de sangre nueva sensible a la bondad del nuevo párroco? Dicen que lo denunciaron al obispado los buenos católicos de su misma parroquia. Dicen que lo pillaron in fraganti diciendo cosas demasiado escandalosas para los castos oídos de nuestras buenas damas de sangre y escapulario… Dicen las buenas lenguas que el obispado sacó a don Fermín de la parroquia obligado por las informaciones de algunos feligreses que llegaron al extremo de testificar audiovisualmente los desmanes del cura”. Esos comentarios y otros muchos escribí el 6 de junio del año 1997.

Ahora otro cura, Rubén Gallego, es desterrado literalmente de nuestra isla por iniciativa del señor obispo, el famoso palmero Bernardo Álvarez Afonso a quien tampoco gustan los curas alegres, cristianos y llenos de virtudes que reparten amor a manos llenas o que, simplemente, conectan con la gente, se divierten con ella, sufren con ella, con ella rezan y con ella se van a bailes, playas y comuniones. En cuanto los habitantes de un lugar comienzan a querer a su párroco, parece que a las autoridades competentes en temas eclesiásticos se les abren las carnes y comienza la inquisición a manejar sus tribunales. ¿Quiénes son los que denuncian y quienes los que castigan a la hoguera? ¿Quiénes muestran su disconformidad con una forma nueva, moderna, divertida y humana de amar a Dios? Pues pensándolo bien me temo que los mismos que tienen siempre la palabra de Dios en la boca. Los guerrilleros de Cristo Rey, los Caballeros de Las Cruzadas, los que rechazan la inocencia y la alegría y buscan la venganza de Jehová exterminando a los hombres que no piensan como ellos, que no viven según sus leyes, que no comulgan con las ruedas de molino que ellos mismos construyen e inventan. A veces pienso que algunos miembros de la iglesia católica, tal y como hacen los talibanes de otras religiones, persiguen a los niños y los cortan en pedazos para evitar que prospere la inocencia. Y si a veces dudo de la existencia de Dios es única y exclusivamente por culpa de todos éstos.

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