Sin respuestas

0

Uno anda de acá para allá buscándolas. Las necesitamos para vivir, para sobrevivir, para no sentir el fracaso. Las respuestas a tanta oscuridad la encuentran algunos en la religión, en las diversas religiones que conforman el arco -siempre infinito- de todas las creencias que el ser humano inventa para salvarse del miedo, del dolor, la enfermedad y la muerte. Otros encuentran sus respuestas a la medida de sus preguntas. Buscan en ellas lo que desean escuchar, lo que necesitan les sea dado para calmar tanta sed, tanta tristeza y tanta desesperación. He pensado mucho en ello en estos días de zozobra; en cómo encontrar alguna ante tanto dolor y tanto desconsuelo cuando oigo y veo a tanta gente desmoralizada por la pérdida de sus casas, sus tierras y su vida anterior que ha quedado borrada de un plumazo por la erupción que va dejando a su paso ceniza y desconsuelo.

Un amigo antropólogo, compañero del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid, Antonio Cea, me llamó el otro día para darme su cariño y su apoyo en estas terribles circunstancias. Había visto las imágenes del volcán de la isla y no sabía en qué lugar me encontraba en esos momentos. Habló mucho de los desastres que nos vienen sucediendo últimamente y me decía, irónico y tierno, que las cosas ya no son como eran antes. Estudioso de la religión y sus costumbres, no entendía cómo no sacábamos a la Virgen de Las Nieves en procesión. Si hubiera sido en la Edad Media, me decía, con la pandemia y ahora con el volcán, la iglesia hubiera sacado a peregrinar a sus santos, vírgenes y demás escoltas del Señor para que sus bendiciones, derramadas por esos montes, hubieran frenado semejante desdicha.

Pensé que sí. Que tenía razón. Que esa era una de las múltiples respuestas que uno espera del más allá. Ahora no. Ahora mi hija pequeña se pregunta dónde está Dios que permite este horror. Le digo que no blasfeme. Que no diga tal cosa, que Dios no está preparado para tales lances; que la iglesia no sabe qué hacer excepto recoger a sus santos, sus cuadros de temas religiosos, sus libros de salmos y rezos y cargarlos en un coche para impedir que sean calcinados por el fuego de una forma terrible. Que Dios no entiende de vulcanología. Que para eso están las televisiones llenas de sabios y buena gente que confunde La Palma con Palma, los plátanos con otras frutas y sólo saben hacer preguntas idiotas a la población que ha sido evacuada de sus casas, pobre gente que además de perder sus bienes, su memoria y los restos de una vida, tienen que escuchar cosas tan hirientes y simples como ¿Qué siente al perder su ganado, sus tierras y todo su pasado?

¿Usted qué cree? Sería mi respuesta. Y añadiría al presentir el futuro: ¿Usted qué piensa de esas tierras calcinadas para siempre, de esas casas devoradas por el fuego a las que nunca podrán volver y en las que han quedado enterradas sus fotos, sus cuadros, sus sábanas de novia, sus sueños, sus historias? ¿Qué le parece lo que el futuro les depara a los habitantes de ese lado de la isla cuando las fincas queden aisladas por muros de lava; cuando los pueblos queden sin comunicación; cuando la gente se quede sin agua y sin luz porque el volcán ha enterrado postes, canalizaciones, estanques y carreteras y ya no puedan ir de un pueblo a otro y ya no puedan regar sus fincas de plátanos ni recoger las cosechas para poder ganarse la vida? Y por si no me ha entendido esa pobre muchacha que confunde Todoque con Tedoque, La Palma con Las Palmas y a un garafiano con cualquier otra raza de perros que andan perdidos y desorientados por esos caminos, le haría comprender que esto no es una fiesta a la que acuden periodistas que no lo son, comentaristas de programas confusos y poco recomendables que se han apuntado a esta feria de príncipes y reinas de papel couché. Yo, agotada ante tanta imagen de pérdidas y desolación; enfurecida ante tanta frivolidad televisiva y tanta exhibición de mises y banqueros cuando estoy viendo calcinadas las casas de los abuelos y quedar engullidas literalmente por la lava las fincas de los agricultores, la escuela de sus nietos y la iglesia de muchos fieles, me plantaría delante de la supuesta periodista y le haría la pregunta clave en estos casos: ¿Qué le parece mi funeral?

La impotencia que me embarga es muy grande y no tengo respuestas ante tanta desgracia; ante tanta falta de empatía; ante tanta simple y llana estupidez humana. No tengo respuestas para consolar a tanta gente que ve arder su propia historia y quedar sepultada bajo un montón de piedras incandescentes como si fuera una maldición de los dioses que en el mundo han sido. Sé que hay muchas otras clases de respuestas que no tienen que ver con la religión o con el paseo de sus santos por encima de los volcanes. Son respuestas que dan los científicos y que no voy a comentar por ser incomprensibles para mí. Hay algunas que infunden temores varios como las que da un señor que sale en televisión anunciando toda suerte de catástrofes por llegar. Hay otras que dan los agoreros que no merecen más comentarios porque son inútiles para la mayoría de la gente sensata. Y luego están las que dan los visionarios que proclaman lo ya anunciado por sus líderes y que podemos resumir en pocas palabras: “Ya lo dijimos nosotros”. Y, por último, las más predecibles: aquellas que acuerdan darle a la tierra el papel de víctima de los desmanes humanos: calentamiento global, daños a la vida en la tierra y en el cielo, comportamientos desordenados que enfurecen a la naturaleza, etc., etc. A todas me arrimo y de todas saco mis propias conclusiones. Nada me queda lo suficientemente claro excepto dos cosas: las lágrimas de la alcaldesa de Los Llanos de Aridane, Noelia García, y que esto es una tragedia y no hay respuestas para poder consolarla ante tanto infortunio.

Elsa López

22 de septiembre de 2021

Etiquetas
stats