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Gloria Esther Rodríguez y Mercedes Lorenzo: dos pintoras, dos amigas

Rosario Valcárcel

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Me cuenta Gloria Esther que cuando iba de pequeña con su madre a Puntagorda a la zona del Fayal, a recoger troncos menudos para alimentar el fuego, observaba el bosquecillo, los árboles que se relacionan con la vida y la muerte, con el aire y el fuego. Observaba el paisaje envuelto en la niebla matutina, los caminos cubiertos de musgos, las ramas, los troncos que unas veces se retorcían y otras ascendían y ascendían hasta formar parte de las nubes. Y todo eso le sirvió de inspiración e igual que en el cuento de Tolkien se vio pintando una hoja, una simple hoja que más tarde le llevó a un árbol, a una flor, a un paisaje.

Así el bosque fue su inspiración, su punto de partida pictórica y las flores sus personajes.

Unos meses más tarde comentó, por primera vez, su deseo de pintar a un jamaicano, que casualmente pintaba las paredes de su casa. Él le dio la idea de utilizar azulejos blancos (sobrantes de la cocina) como si de lienzos o paleta se tratara. Y entonces ella empezó a pintar al óleo casitas impregnadas del aire que brota de las agujas de los pinos, del zumbido del viento en los árboles. Pintó ese paraíso perdido que es la naturaleza de la isla de La Palma.

En cuanto a Mercedes, al ser hija única hizo que su imaginación se desarrollara extraordinariamente, sobre todo con las cajas que el padre le regalaba llena de chucherías. Cajas que se trasformaban en ideas, que cobraban formas. Formas que se transformaron en sueños, en bocetos. Y los bocetos en casas, en ciudades con el efecto del flujo y el reflujo de sus habitantes, en calles por donde ella transitaba con sus pinceles formando parte de las casas y de los cobertizos. De niños jugando y conversaciones que resonaban en sus oídos. Era como viajar por otro país.

Una de sus aspiraciones era llegar a ser arquitecta. No lo logró, pero la vida le premió con el arte creativo y a los trece años empezó a recibir clases de pintura en una academia en Argual, primero con Sila González (quien pintó el cuadro de los Santos Mártires que está en la Iglesia de Los Llanos), y después con Emma Pérez.

De jóvenes, Gloria Esther Rodríguez y Mercedes Lorenzo encontraron los pinceles, el caballete y las pinturas, un material que les ha servido para capturar los sueños.

Sobre los veinte años, Gloria Esther ya tenía una familia que atender, una vida, un mundo, pero la pasión por la pintura la satisfacía, por eso comenzó también a recibir clases con el acuarelista palmero Antonio González Suárez en la Academia de Bellas de S/C de Tenerife. Y pronto la pintura la reconcilió con el recuerdo de su entorno y evocó aquel paisaje agitado por el viento y pintó bodegones y casas solariegas y flores pálidas y algunas tan brillantes que parecían que estaban sumergidas en agua. Pronto el paisaje de su tierra se hizo parte de su respuesta ante la vida.

También Mercedes se casó y se trasladó con su marido a Gran Canaria. Allí, su primera mesa de noche fue una caja de tomates pintada por ella. Al principio aquellos “trabajos manuales” fueron un pasatiempo casi infantil, pero pronto empezó a pensar en la base de todas aquellas ideas, en los objetos. Miraba al cielo e intentaba imaginarse la oscuridad. Descubrió que tenía que pintar las imágenes que se creaban en su interior. Así la pintura se convirtió también para Mercedes en una forma de explorar los significados ocultos de la vida.

Gloria Esther y Mercedes se conocieron cuando sus hijas mayores comenzaron a ir a la escuela. La amistad nació y maduró muy pronto, sobre todo por los gustos compartidos. Gloria pintaba por una necesidad de libertad física, mientras que Mercedes lo hacía por una necesidad de libertad interior. Pero en ambos casos la libertad era la motivación y el objetivo.

La primera exposición de Gloria Esther tuvo lugar en La Casa de la Cultura de Los Llanos de Aridane, donde hoy en día está la oficina de la Seguridad Social. Las dos amigas estuvieron juntas en la exposición pero Mercedes asistió solo como público, como amiga.

Unos años después, Gloria Esther animó a Mercedes, quien en un principio tenía miedo de la experiencia, quería ser honesta consigo misma. Dudaba, no se sentía segura de lo que quería mostrar. Por fin decidió que quería crear unas pinturas que alimentara la dimensión que conforma el ser humano. Quería que su obra despertara las emociones que ella sentía, esos estados que se alimentan de su isla.

Hicieron una exposición conjunta en el Salón de Caja Canarias, y aquella unión significó la madurez de la amistad. En la muestra las hojas y las flores de Gloria Esther estaban vivas y los paisajes de Mercedes eran armónicos, llenos de significados como los sonidos. La crítica de arte corrió a cargo de dos personajes importantes del mundo de la cultura en la isla de la Palma, Pilar Rey y Antonio Abdo. Hubo un lleno total y ambas recuerdan todavía las sonrisas, las felicitaciones, el éxito de aquella primera exposición conjunta.

En 1999 volvieron a exponer juntas en la Casa de La Cultura de Los Llanos. Donaron todo lo recaudado a la Asociación contra el Sida.

La obra pictórica de Gloria Esther ha ido madurando poco a poco, sin prisa pero sin pausa no ha dejado de exponer, mientras que Mercedes poco aficionada a las exposiciones sigue representado las grietas de luz, los sueños que forman parte de su intimidad. Y regala cuadros a sus amig@s, regala obras llenas de colores encendidos, de las fauces de las montañas volcánicas de su isla, de esa ternura suya que acoge. Y lo hace con tal generosidad que a veces olvida firmarlos.

Firmas que son un fiel reflejo de sus personalidades. Mercedes firma de una forma menuda y en color negro quizás por su poco deseo de ser protagonista, mientras que las firmas en blanco de Gloria Esther resultan una confirmación de la concentración de todos los colores utilizados en su pintura.

En el año 2000 cuando Mercedes vivía aún en Tenerife, las dos amigas participaron en una exposición colectiva en el Viera y Clavijo a favor de la Asociación de la Hemofilia. En ese momento Mercedes expuso sus óleos, los amaneceres y atardeceres; lo que la luz del día no llega a transmitir. Plasmó Mercedes el color que brinda el alba a las paredes de los caseríos, la viva imagen del sol que enciende el día. Y vendió numerosos dibujos en el Colegio Acamán, como una manera de colaborar en la financiación del mismo. También realizó un par de escenografías, actividad que le apasiona.

En la actualidad, Gloria Esther sigue jugando con los pinceles igual que si fueran los juguetes que no tuvo de pequeña. Sigue mirando por encima de los matorrales, captando los instantes. Esbozando retratos que reflejan la carne, la piel, la intimidad. Todo un reto para la pintora. Y sin olvidar aquel universo de sus bodegones y de sus rosas, ahora mira a lo lejos, al mar y penetra en las olas que pierden el equilibrio, se deja dominar por el océano y crea unas marinas con espumas que se balancean sobre los azules.

En cuanto a Mercedes se sale del laberinto del sueño y nos presenta una obra que se caracteriza por pinceladas largas, generalmente de gran formato, en búsqueda constante de la luz y del color, de ese paisaje luminoso que le regala serenidad. Porque su pintura se ha convertido en una necesidad que la libera de las ataduras que la vida le ha impuesto, de libertad y felicidad, de una imperiosa necesidad de plasmar dibujos, pinturas con técnicas mixtas que provoquen sensaciones en quienes los observen.

Ambas llegan al lienzo en blanco de diferente manera: Gloria prepara el camino con mucho cuidado, mientras que Mercedes actúa por impulso, plasmando momentáneos flashes de color.

Entre todos sus cuadros, Gloria Esther atesora con cariño el regreso a una realidad familiar, un retrato de sus tres hijos, quizás porque ella piensa que supo plasmar sus sentimientos, o quizás porque cuando lo mira se sigue estremeciendo. De su amiga Mercedes guarda una obra que considera una revelación. Una obra que representa un campo abierto, un lugar en donde nuestra pintora entabla historias secretas con su amiga.

También Mercedes me cuenta que ella atesora, como si fuera una joya, un cuadro que pintó hace unos años, un cuadro que simboliza un parto, la idealización de la madre que da la vida y la protege. Esta obra le supuso a ella un reencuentro con su maternidad, con uno de los mayores misterios de la vida. Y de las obras de Gloria Esther conserva un paisaje de Las Manchas hacia Los Barros, que cuelga en su casa entre numerosos cuadros de diversos pintores. Un paisaje que es un canto a la vida, a ese sueño del que hablaba Calderón de la Barca -Un lugar, -me dice Mercedes bajito, -donde me veo soñando despierta.

Gloria Esther Rodríguez y Mercedes Lorenzo: dos pintoras, dos amigas que vuelven la vista atrás y no ven más que la honestidad de sus sentimientos. De ese sentimiento del que pueden seguir presumiendo porque es verdadero.

Muchas felicidades por el arte, por seguir pintando, pero sobre todo por la amistad.

El pasado sábado día 19 de abril en Los Llanos de Aridane, Isla de La Palma, se inauguró en el Centro Ocupacional Taburiente , una exposición titulada ‘Un rincón para Jane’, organizada por la Asociación Cultural Tagoror 2 de julio y comisariada por Charo González Palmero. Con obras de las pintoras Gloria Esther Rodríguez Rodríguez y Mercedes Lorenzo Gómez, y piezas artesanas elaboradas por Rosy Cabrera Lorenzo (sombreros), Vicky Pérez Fernández (arreglos florales), y Ana Cortés Ramírez (flores naturales de ecohuerto), estas últimas inspiradas en la Época de Regencia Inglesa.

La exposición estará abierta al público desde el lunes 21 hasta el sábado 26 de abril, en horario de 10:00 a 13:00, y de 17:00 a 20:00 horas.

Blog-rosariovalcarcel.blogspot.com

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