Espacio de opinión de La Palma Ahora
Viernes de mansedumbre con Antonio Gamoneda y el Trío Arriaga
Queridos amigos:
El viernes pasado fue un gran día, sí, sin lugar a ninguna dula. No pasará a los anales por nada importante, me imagino, todavía no se de nada ‘importante’ que haya ocurrido en el mundo, que haya saltado a los informativos (el mundo es lo que digan los informativos, lo demás que ocurra, no es mundo, no ocurre), que son los que decretan lo que tiene importancia. Lo del ‘importante’ triplete del Barca fue el sábado ¿no? Sin embargo, aunque no haya ocurrido nada grande en el mundo, para mi sigue siendo un gran día. Dormí bien la noche del jueves, no me picaron los mosquitos que están trayendo la playa. No me levanté para nada en la noche, y cuando sonó el despertador, le dije, quédate ahí, seguí durmiendo hasta que ya no tuve ganas de seguir haciéndolo. Cuando duermes de esa manera, te conviertes, a la mañana siguiente, en la persona que más te gusta ser. ¿Cómo me gusta ser? Me gusta ser alegre, sin apellidos, sin nombre, sin más, con dinero o sin dinero, me da igual, pero sí, llanamente, sencillamente alegre.
Cuando estás alegre, atraes alegría, te rodeas de ella. Ella te viene a buscar desde todos los puntos cardinales, como me vino a buscar a mí.
Me había preguntado alguna vez, qué le ocurriría a mi amigo Antonio Gamoneda, poeta, premio Cervantes 2006, que no me había enviado aún un libro que me había prometido un día que estuvimos con su mujer, Facundo Fierro, Rosi, Ángela y yo, en el patio de Las Cosas Buenas de Miguel, tomando vinos del Bierzo e ibéricos. El libro lleva por título ‘Libro de los venenos’. Antonio hablaba de él, y yo le comenté que durante casi treinta años fui casi esclavo de una multinacional alemana, y de otras empresas que fabricaban venenos y mentiras parecidas. Le hizo gracia a Antonio imaginarse verme en aquel papel que en nada me iba, y, sonriendo, lanzó su encadenante promesa: te voy a enviar el libro desde que llegue a León.
Estaba en la tienda, sobre el mediodía, pensando en no me acuerdo qué, cuando entran Antonio y su mujer, sonriendo los dos, por la puerta para dentro.
-Miguel, vengo a traerte el libro, que no se me ha olvidado, perdí tus datos, y la verdad es que me sentía mal ¡Qué no se te haya ocurrido pensar que me he olvidado! Vamos a una mesa que te lo voy a dedicar.
-Antonio, con los años, se van perdiendo, cada vez más las cosas, pero lo que conlleva el auténtico sentimiento de la amistad, eso no se pierde nunca, va a mucho más, cuando es sincera.
Antonio me escribe en su libro: “Para Miguel, tan sabio en ‘cosas buenas’ y también, paradójicamente en venenos. Sabio también a la hora de la amistad. Este libro con los convenientes antídotos y un gran abrazo. Antonio Gamoneda”. Me lee la dedicatoria con ternura, buscando con su mirada y matices de voz, complicidades que él quiere que yo entienda. La letra de Gamoneda es bonita, parece un criptograma, pero es difícil de entender, y él, bromea con ello, dice que para entenderla hace falta un paleontólogo o arqueólogo.
-Ya descansé, Miguel ¡tú no sabes lo mal que me tenía este asunto!
Gamoneda viene con frecuencia a La Palma, siempre con su mujer. Me comentó que el de ellos dos, es un amor de muy jóvenes, que lo primero que le llamó la atención de ella fue su larga cola del pelo cuando era casi todavía niña. Se alojan, siempre, en la Hacienda San Jorge, en donde escribe un libro, que le ocupa todo el día, sobre la vegetación que hay en ella.
-Miguel, este libro me trae loco, estoy escribiendo hasta las tres de la madrugada.
¡Cada vez me reafirmo mas en el punto de vista de que detrás del genio, hay una gran persona! A Antonio le gusta mucho este tema, opina de igual manera, pero dice: “Hay excepciones ¡Mira el caso de Rimbaud!”. Por eso, su poeta más completo es el peruano César Vallejo.
La visita de Gamoneda me siguió hinchando de alegría las velas de ese día viernes, en el que teníamos por la noche el último concierto de la temporada de Acapo, con el Trío Arriaga. En la puerta del Teatro Circo de Marte, Jorge Perdigón, que se preocupa porque todo lo relacionado con el concierto salga bien, me comenta que el concierto iba a ser casi familiar, que había poca gente; a mí, luego, no me lo pareció, aunque, en realidad había asientos vacíos, pero esta vez no me herían. Mientras hablaba con Jorge, pasa por delante de mí un amigo del instituto, que vive en La Laguna, y que, de vez en cuando, me hace pedidos de Cava Llopart Rosé Brut. Me dice bajito, acercándose casi al oído:
-Sigo tu artículo
-El Cava Llopart.
-No. El que escribes en La Palma Ahora
-Eso son cosas de Esther R. Medina, que después de venir a Las Cosas Buenas a hacerme una entrevista, que luego publicó, me puso a escribirle todas las semanas.
Yo estaba olvidado de que escribía artículos, luego lo recordé, y la verdad es que me produjo alegría el que este amigo, con cariño, me dijese que los leía ¡A ver cuándo me haces un pedidito pronto, Juan Gregorio, que te me estás demorando mucho!
A propósito de cava, se me viene a la cabeza, o será que tengo ganas de mandarme alguna botella, que me preguntan muchos amigos que por qué no se puede dar una copa de él en los conciertos, y, les respondo, que Jorge tocó ese tema, pero que le contestaron en el Ayuntamiento que si se caen gotas al suelo, se mancha el piso. Yo, desde aquí, hago el ofrecimiento de servir esa copa de cava, a un precio razonable, y limpiar del piso esas manchas, por eso no cobraría; también os comento que si salís del Teatro con la garganta muy seca, lo podéis venir a degustar a Las Cosas Buenas de Miguel.
Lo vivido en el concierto lo voy a decir con las precisas y hermosas palabras que me envió mi amigo Paco, asiduo a ellos, en un mail al día siguiente: “Miguel, como complemento al grandioso concierto de ayer, te adjunto enlace de youtube con escena de la grandiosa ( y a veces no reconocida) película de Stanley Kubrick, ‘Barry Lindon’, donde se puede escuchar el segundo movimiento de trío número dos de Schubert que ayer pudimos escuchar y disfrutar en una interpretación impecable y llena de sentimiento del Trío Arriaga”. Paco, sin saber que esa melodía pertenecía a la banda sonora de ‘Barry Lindon’, me sentí, en aquel momento en la película, me transporté. Y lo de ‘Barry Lindon’, lo suscribo: para mí es una gran película ¡Kubrick era Kubrick! ¡Era un genio!
Bárbara Lötzsch, sin Klaus, su marido, porque les venía la dula, en el descanso me pregunta que cómo es el trato con los músicos, le respondo que siempre es muy amigable, cómodo, casi fraternal, de parte y parte, que nos da la sensación, a ambos, de conocernos de toda la vida. Pericles, El Apóstol del Jazz, me pregunta en la tienda, antes de que lleguen los músicos, que cómo se va a dar la noche. Le respondo que siempre se nos ha dado bien, que cada vez mejor, que cada noche hemos tenido algún regalo, y que esa noche lo íbamos a tener, y lo tuvimos: a la una de la madrugada, Daniel Ligorio, el pianista, después de once piezas en el Teatro Circo de Marte, cuando el sábado tenía que salir de la Isla a primera hora, para poder llegar a Barcelona por la tarde a dar otro concierto, siente unas ganas que no hay bridas que las puedan sujetar, parecía que se le iba la vida en ello, quería tocar en mi piano -como los de las películas del Oeste, que me regalaron los chicos de la Heladería Frida, en Los Llanos (si no habéis estado allí, os lo recomiendo, de los mejores helados y tartas de Canarias )- un Estudio de Ejecución Trascendental de Franz Liszt, basado en un santo y un temporal de mar. Me pide permiso, lo toca, y nos deja a todos mudos y helados. ¡Qué regalo!
La atmosfera del Circo, y la de Las Cosas Buenas, me dio la impresión de que tenían como un aire de fin de curso aprobado. De algo que acaba con mansedumbre, y que volverá a empezar al sonido de otro despertar. Termina este ciclo de conciertos de Acapo, comenzará otro. ¡Los del 2016, prometen! La vida, y todo lo que se manifiesta en ella, es cíclica. Nosotros también, un día dejaremos este cuerpo, e iremos a dar a otro que El Padre nos volverá a regalar.
¿Qué más le puedes pedir a un día cualquiera de viernes? Qué más que haber dormido bien la noche anterior, que despertarte cuando hayas descansado del todo; que recibir la visita, con un libro prometido en la mano, del amigo Antonio Gamoneda con su mujer, que luego te dedica; que te diga un amigo, con cariño, que te lee, cuando tú no te acuerdas de que escribes ‘artículos’, si no de que haces la tarea que Esther te marca; que disfrutar de un grandioso concierto en el Teatro Circo de Marte; que seguir disfrutando, en Las Cosas Buenas de la compañía de Felipe, David, Daniel ( los tres componentes del Trio Arriaga); que disfrutar, al mismo tiempo, de la de Pericles El Apóstol del Jazz, de la de Anelio, Jorge, Dulce, Ödi, Salva y Ángela; que disfrutar de Daniel Ligoiro tocando en mi piano del Oeste americano; que no haber hecho mal a nadie, sino, desearle el bien a todo el mundo. ¿Qué más le podemos pedir a ese día?
El adorable cantautor argentino, el antiguo libertario Jorge Cafrune, que también actuó hace muchos años en el Teatro Circo de Marte, cantaba una canción, de la que es autor y compositor, ‘Chiquillada’. En uno de los versos la canción dice, sobre una serie de estampas de su niñez: “Lindo haberlo vivido, para poderlo cantar”. Lindo haberte vivido, viernes de mansedumbre pasado, para podértelo contar, querido amigo.
Abrazos por El Lado del Corazón.Salud y Alegría Interior
Las Cosas Buenas de Miguel