El paisaje de un bombardeo atraviesa el corazón platanero de La Palma
El valle de Aridane, en La Palma, ha amanecido este martes bajo una densa bruma cargada de cenizas que apenas permite ver el cono del volcán, pero está ahí, se le oye: lleva toda la noche provocando explosiones que resuenan hasta en la costa, como una tormenta sin fin, como un bombardeo.
De noche, es fácil seguir el curso de la lava. Dibuja un trazo de un naranja intenso, que refulge en la oscuridad, incluso por encima de las zonas que tapan los invernaderos o las elevaciones del terreno a los ojos de los cientos de palmeros que miran al valle desde la orilla de la carretera LP-3 intentando adivinar qué le ha pasado a su casa, a la de un pariente... o solo por curiosidad.
De día, su color negro se confunde con el terreno cubierto desde tiempo por una gruesa capa de cenizas, sobre todo en los barrios más cercanos al volcán, como El Paraíso, donde cuesta adivinar si queda alguna vivienda en un paisaje monótono de escoria y lava.
Conforme levanta la bruma, un hongo volcánico que en este noveno día de erupción ha alcanzado los 7.000 metros de altura señala de nuevo el foco del desastre, donde también se aprecian los borbotones de lava que emergen de la boca secundaria del volcán.
El equipo científico que sigue la erupción asegura que, desde que despertó de sus casi doce horas de descanso de lunes, el nuevo volcán de la Cumbre Vieja está emitiendo lava un a ritmo desconocido en todos los días previos. Y además es diferente, procede de puntos más profundos y calientes del subsuelo: lo saben porque es mucho más fluida y brillante, recuerda a las coladas características de Hawai.
En su descenso, se desliza rápida sobre las dos coladas anteriores, una pista de 258 hectáreas de terreno de rocas incandescentes, libre ya de obstáculos, que facilita su avance: ha arrasado lo poco que quedaba del pueblo de Todoque, como el colegio, pero se ha topado con la montaña del mismo nombre que se levanta a la salida del pueblo, y que interrumpe por ahora su curso hacia el mar. Mientras ese tapón natural lo frena, la colada crece a lo alto y ancho: su frente supera los 500 metros y su altura llega a 50 metros en algunos puntos, con espesores medios de entre 8 y 12.
Los vulcanólogos creen que terminará sorteando la montaña, por el norte o por el sur: desde ahí, se precipitará por un talud que facilitará su llegada al mar, probablemente por Los Guirres, un poco más al norte de donde otra erupción, la del San Juan, en 1949, le “regaló” al municipio de Tazacorte casi un 10 % de su superficie: 1,5 km2 de suelos ganados al mar, hoy cubiertos de plataneras.
Cuando la bruma se despeja y el día levanta, vuelve a hacerse evidente en el valle de Aridane el curso de la colada. No se ve, pero una sucesión de columnas de humo delata su trayectoria y completa la imagen del bombardeo que ya sugerían las explosiones.
En su camino, la roca fundida a más de 1.000 grados sepulta casas, infraestructuras, fincas, redes principales de riego de la isla, enormes invernaderos de plástico que se queman de forma súbita, dispersando un humo que sería nocivo, de no estar toda esa zona y sus alrededores ya desalojados. ¿Llegará al mar? Los científicos no se atreven a asegurarlo, tras dos pronósticos fallidos.
Desde el Ayuntamiento de Tazacorte y también desde el comité del Pevolca señalan que, si la colada se abre camino hacia el océano, probablemente tendrá un curso estable y no se ensanchara más. De esa forma, haría menos daño, apuntan. Pero es difícil que convenzan de ello a los propietarios de las cerca de 70 casas y de las incontables fincas que tiene por delante en esos 1.000 metros.
0