Senegal, Tenerife, Huesca: Ibrahima afronta su nueva vida lejos de Canarias

Ibrahima se despide de las trabajadoras de la ONG del recurso donde se alojó en Tenerife

Efe / Gema González

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Khalifa Ibrahima Ndiaye está nervioso, intranquilo. Llegó a Tenerife en un cayuco hace más de tres meses y hasta ayer, viernes, veía los días pasar en un hotel del norte de la isla junto a otros 175 inmigrantes senegaleses. Este sábado, sin embargo, observa el punto de control del aeropuerto Tenerife Sur con esperanza. Sobre su mano izquierda descansa un brazalete metálico con la palabra (creer) inscrita y su mano derecha sujeta un ejemplar de la Constitución Española de 1978. 

Puede que, por fin, sea el día, pero Ibrahima reconoce a Efe que tiene miedo. No sabe si la Policía le volverá a vetar el embarque en el último momento, como le viene ocurriendo desde diciembre a cientos de inmigrantes en los aeropuertos de Canarias, aunque lleven su pasaporte. Le acompañan tres voluntarias de una ONG, a las que abraza con fuerza a su llegada al aeropuerto y quienes le recuerdan que es mejor que pase “desapercibido”.

Juntos se dirigen al punto de control, en donde Ibrahima saca su teléfono móvil. Desbloquea la pantalla, amplía el código QR de la tarjeta de embarque y la coloca sobre el lector digital. Le tiembla la mano, que agarra el móvil con firmeza, pero el detector le devuelve un tic verde que le arranca una sonrisa.  

Ibrahima tiene 28 años, comenzó a estudiar Derecho en Senegal, pero su sueño, afirma, es poder terminar su carrera en la península, en donde le espera su tío, que reside en Huesca, y defender así los derechos de las personas migrantes. 

Tras su llegada a Tenerife, después de pasar seis días a la deriva en el mar, este joven senegalés se erigió como portavoz de los 175 inmigrantes con los que compartía hotel, a modo de refugio humanitario, en el Puerto de la Cruz. 

Desesperados por los continuos bloqueos en los aeropuertos, este grupo de senegaleses trató de emprender una huelga de hambre, aunque finalmente abandonaron la idea al segundo día. A pesar del continuo silencio institucional, Ibrahima asegura que no se rinde, que continuará con su lucha desde la distancia, y que tratará de conseguir asilo para todos sus compañeros atrapados en Tenerife. 

“Aquí no tengo la posibilidad de hablar con nadie, ni con el Consulado ni con activistas, así que continuaré mi lucha desde la distancia”, apunta. Una vez cruza el punto de control, Ibrahima se gira hacia las tres voluntarias de la ONG. Las tres se abrazan, aliviadas y le animan a caminar hacia la cola del control de seguridad. 

Vestido con un pantalón y un suéter gris, y una chaqueta de plumón, tenis y un gorro negro, el senegalés empieza a cruzar la laberíntica pasarela de cintas verdes, y rápidamente se mezcla con el resto de viajeros. 

Unos minutos después, y tras haber depositado sus objetos personales en una bandeja verde, Ibrahima atraviesa el detector de metales, que permanece impasible. 

Las tres mujeres que le han acompañado rompen entonces a llorar, y el senegalés dirige una última mirada de agradecimiento antes de desaparecer en la zona de embarque. Su mano sigue aferrada a la Constitución Española.

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