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Y sin embargo se mueve

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Estación de Chamartín-Clara Campoamor, interior día: las obras y los días. Reformar y cerrar por un tiempo, reformar y seguir obrando, como en este caso, transportando personas de un lugar a otro de la Península Ibérica. Difícil.

Llueve, porco gobierno, sí. Pero también las actitudes, en el vestíbulo, en el tren. Y solo es lunes, el primero de agosto. Hay un catetismo de exigencia, requiriendo al Gobierno porque todo lo hace mal, e hizo mal, siempre y cuando sea de izquierdas, claro. Incluso promover los trenes de alta velocidad, que ahora resulta para iletrados analistas, que la red es excesiva o centralista. La capacidad de coherencia social y territorial de la alta velocidad en España es un hecho incontestable. Quizás por eso no se lee a nadie escribir sobre la demanda inducida por los nuevos trenes y trayectos, por ejemplo. Otra cuestión es la inversión que hace falta en otras formas y modos ferroviarios. Nadie lo duda. Los trenes y las infraestructuras no se compran en un supermercado de un día para otro. Y los trenes y las infraestructuras, como siempre dice la que fuera Ministra de Fomento, Magdalena Álvarez, tienen ideología. Por ideología se deja de invertir, por ideología se dejan las cosas en manos de oscuras iniciativas privadas. Y se dicen tonterías como que el tren este o aquel no es rentable, como si se pudiera aplicar la cuenta de resultados simple a los servicios públicos.

Seguro que el viajero que protesta no piensa en eso. Le han cambiado de sitio sus maletas pequeñas para dejar espacio a las más grandes en el maletero correspondiente. Se enfada, amenaza con reclamar, la emprende con la empleada. Solo le falta decir “no sabe usted con quien está hablando”. Pero esa expresión no pertenece a su tiempo. “Ni a su ánimo, por ahora” me corrige Andrea. “La mala educación o la ausencia de educación, sin más, invaden los vagones”, remata.

La insistencia en que todo es un caos ha penetrado en la sociedad mayoritariamente cosificada como masa desde los mayoritarios medios de comunicación y de agitación a la contra de todo lo que suene progresista. Los trenes, los fallos estadísticamente irrelevantes pero humanamente insoportables e injustificables, se han convertido en un ariete derechoso que funciona. La pobre empleada aguanta estoica y acude a razones. No hay razones que valgan ante la bestialidad humana agitada, de vacaciones sobrevaloradas, en pantalón corto y camiseta de tirantes, dispuesta a acabar gritando, como hizo, y “Pedro Sánchez en Lanzarote a costa de todos. ¿A usted a que no la invitan a Lanzarote?”

Estoy a punto de decir que yo sí he estado en La Mareta varias veces y en ocasiones muy singulares, pero no lo hago, por supuesto. Miro a la empleada y admiro su paciencia. Sin mujeres abnegadas no habría mundo. Y sin ideologías menos.

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