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Negrín/Suárez, fin y principio

Juan Negrín y Adolfo Suárez con las celebraciones en la Puerta del Sol de Madrid con motivo de la proclamación de la Segunda República de fondo.

Enrique Bethencourt

Las Palmas de Gran Canaria —

Lo hemos escuchado muchas veces en diversas versiones. La historia la escriben los vencedores. O la historia la hacen los pueblos y la escriben las clases dominantes. El tratamiento que han recibido dos personalidades tan distintas, pero tan relevantes en cruciales etapas históricas, como Juan Negrín López y Adolfo Suárez González, confirma que estamos todavía lejos de encontrarnos ante espacios para la objetividad y el justo reconocimiento. Sin hagiografías ni linchamientos interesados a las que tan acostumbrados nos encontramos. Valorando lo realizado por cada uno, sus aciertos y sus errores, y las concretas y difíciles circunstancias históricas en que llevaron a cabo su complicada tarea al frente del Ejecutivo.

Día 29 de enero de 1981, poco después de las 9.30 de la noche. Desde mi compartido piso estudiantil, en las inmediaciones de la calle Heraclio Sánchez, en La Laguna, me dirijo al Bar Benjamín, el popular Hoyo del Ron, para comprar unas cervezas. Varios clientes habituales del establecimiento me preguntan, con un guiño de presunta complicidad, si estoy celebrando la dimisión de Adolfo Suárez al frente del Gobierno español. Nada de eso. Es una fiesta privada, un cumpleaños. Y el gran hecho noticioso de la jornada sólo logra elevar mi preocupación, avalada por numerosas informaciones de los últimos meses, de que se está gestando un golpe de estado, un intento más de acabar con la recién estrenada democracia.

Un mes después, en la tarde del 23 de febrero, entrando en el hall de la Universidad de La Laguna, el bedel, un viejo militante del PCE, se me acerca visiblemente excitado con su transistor en la mano. “La Guardia Civil acaba de entrar pegando tiros en el Congreso”, me dice con voz quebrada en la que se adivinan los dolores de la clandestinidad, del miedo.

Me dirijo a la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación, en la que estudiaba, y aviso a un grupo de profesores y alumnos de lo que está sucediendo en la Carrera de San Jerónimo en la votación para designar al nuevo presidente del Ejecutivo, Leopoldo Calvo Sotelo. Su reacción inicial es de manifiesta incredulidad.

Los peores presagios se cumplen. La vuelta al oscuro túnel de la dictadura parece posible. Y el tiempo, muchas horas, que tarda el Rey en comparecer ante la única televisión de entonces hace que algunos pensemos en connivencias muy graves, que ya se venían rumoreando. Desmentidas en el período inmediatamente posterior a los hechos, pero hoy resucitadas desde distintas ópticas.

Iconografía

En el lagunero piso estudiantil ya no estaban colgados los politizados posters, como ocurriera pocos años antes. Los más populares, los de Ernesto Guevara de la Serna, el Che. Pero también toda la iconografía marxista estaba presente en muchas paredes. Recuerdo, asimismo, uno de un personaje casi desconocido para la mayoría de nosotros pese a su origen canario, Juan Negrín, último presidente de la República española. Si la memoria no me falla, junto a su foto recogía la leyenda Negrín, canario, socialista y científico.

Juan Negrín, el canario que intentó llevar a la victoria a las fuerzas republicanas frente a los sediciosos fascistas. Adolfo Suárez, el abulense que, desde el interior del régimen franquista en el que ocupó distintos cargos, impulsó el acuerdo que permitió la Constitución del 78.

En medio, casi cuarenta años de dictadura, brutal represión, exilio, empobrecimiento cultural, nacionalcatolicismo y alejamiento de una Europa que, por activa o por pasiva, tuvo mucho que ver con el triunfo de los que dieron un fracasado golpe el 18 de julio de 1936 que dio paso a la guerra civil.

Y en medio, asimismo, varios presidentes, el propio Franco (hasta 1973), Luis Carrero Blanco (víctima mortal de un atentado de ETA en diciembre de 1973), Torcuato Fernández Miranda (1973, de forma interina tras el asesinato de Carrero) y Carlos Arias Navarro (1974-1976), el carnicerito de Málaga, donde ejerció una brutal represión en plena guerra, y que también fuera gobernador civil de Santa Cruz de Tenerife a principio de los años cincuenta.

Arias Navarro fue el que nos comunicó la noticia de la muerte del dictador aquella mañana del 20 de noviembre de 1975: “Españoles, Franco ha muerto”.

Estudiaba yo entonces en la Universidad Laboral de Las Palmas, actualmente IES Felo Monzón, inaugurada oficialmente dos años antes por el ministro franquista de Trabajo (1969-1975) Licinio de la Fuente, que luego sería uno de los fundadores de la Alianza Popular que presidía Manuel Fraga; en la cafetería de la Laboral, frente al televisor en blanco y negro, un grupo de profesores lloraba amargamente mientras, a distancia, en claro contraste, otro se abrazaba emocionado celebrando el fin de la larga pesadilla.

Ministro de Hacienda

Volvamos a Juan Negrín. Tras haber sido ministro de Hacienda en el gobierno presidido por el también socialista Largo Caballero, accede a la presidencia de la República en 1937.

Pero antes es, fundamentalmente, un profesor e investigador de gran nivel, tras estudiar en universidades alemanas, que fue clave en la formación del futuro premio Nobel de Fisiología y Medicina Severo Ochoa; aunque la convocatoria a la cátedra de Fisiología de la Universidad de Santiago de Compostela (cuyas pruebas se realizaron a finales de 1935 y comienzos del 36), a la que al parecer se presentó Ochoa por insistencia de Negrín, que presidió el tribunal, y que finalmente ganó otro aspirante, Jaime Pi Suñer, enturbió definitivamente sus relaciones.

El profesor Negrín se afilia al PSOE en 1929. Hijo de familia acomodada, lo hace por un compromiso ético en una España profundamente desigual, empobrecida, con altos niveles de analfabetismo e injusta. Diputado por Las Palmas desde 1931, es nombrado en septiembre de 1936 ministro de Hacienda. Lejos de la imagen que se ha pretendido forjar de él, poco menos que la de un comunista furibundo, era un socialista profundamente moderado al que le tocó estar al frente del Gobierno de España en el momento más duro.

La actitud del mundo tras el fallido golpe y el comienzo de la guerra fue letal para la República, para el régimen y el gobierno legítimo salido de las urnas. Mientras las potencias fascistas, Alemania e Italia, apoyaron decididamente a Franco, los países democráticos, especialmente, Francia y el Reino Unido, optaron por una neutralidad que dejaba muy debilitados a los demócratas españoles. No hay que olvidar que la mayoría del Ejército se había alineado con los golpistas y que hubo que improvisar una fuerza armada desde el amateurismo y la escasez de adecuado armamento.

URSS

La URSS fue entonces la única esperanza para los republicanos. Como señala el historiador Ángel Viñas en El Escudo de la República, mientras los nacionales contaban con una enorme facilidad para conseguir armas en Alemania e Italia, la República tuvo que recurrir a canales de contrabando (por la neutralidad europea) y sufrió numerosas estafas (material de baja calidad, altos precios e, incluso suministros que nunca llegaron a su destino).

Al sacar las reservas de oro del Banco de España (unas 500 toneladas) y ponerlas en depósito en Moscú, idea puesta en marcha por Negrín a finales de 36 y comienzos del 37, se posibilitaba el adquirir armas u otros bienes imprescindibles de manera mucho más normalizada.

Viñas señala que el nuevo sistema “pivotó sobre tres pilares: la colocación de una gran parte de las reservas metálicas en Moscú, la obtención del material ruso a crédito mientras se le movilizaba y la preparación del recurso al sistema bancario soviético en occidente”.

Asimismo, el historiador asegura que de esa manera se conseguían importantes objetivos, “el oro estaba a buen recaudo, al menos respecto a las amenazas que se habían cernido sobre la República a mitad y finales de septiembre. Se había creado el mecanismo que permitía la adquisición, mediante compra, de material de guerra soviético y de otros productos que necesitaba la economía española. Por último, se había cubierto con un tupido velo el haz de transferencias financieras que sostendrían el esfuerzo bélico”.

Los soviéticos cobraron hasta el último céntimo. Y lo hicieron, según Juan Negrín, “sin realizar, ni insinuar siquiera, compensaciones que comprometieran nuestra orientación nacional, y mucho menos sin pretender injerirse en nuestros asuntos de orden interno”, tal y como recoge Viñas en la obra citada.

La operación, iniciada con Negrín al frente del Ministerio de Hacienda, contaba con el conocimiento y la aprobación del presidente Largo Caballero, aunque este, al igual que las derechas, culpabilizaron a Negrín de todo el operativo. En el caso de la derecha y sus historiadores de cabecera insinuando que Negrín poco menos que regaló el oro a los soviéticos a cambio de nada.

La manipulada historia del oro de Moscú sigue persiguiendo a Negrín, pese a que está documentado que su decisión fue imprescindible para sostener el esfuerzo bélico del legítimo Gobierno republicano.

Un Negrín criticado también por su prolongación del conflicto, esperando que el escenario prebélico europeo pudiera favorecer a la República, que sería definitivamente derrotado por los franquistas en abril del 39, cinco meses antes del comienzo de la IIª Guerra Mundial.

Odio

En el odio que suscitaba Negrín confluían franquistas y anarquistas, y no pocos socialistas, entre ellos Largo Caballero, Julián Besteiro o Indalecio Prieto. En 1946, el PSOE decide expulsar a Negrín de sus filas, acusándolo de subordinación al PCE y a la Unión Soviética.

Y no es rehabilitado, devolviéndole el carné socialista a título póstumo (que recogió su nieta Carmen Negrín) hasta el año 2008, en la celebración del 37º Congreso Federal del PSOE, con Zapatero al frente del partido.

Diez años antes, el hospital mayor y más moderno de Gran Canaria y Canarias es bautizado con su nombre: Hospital de Gran Canaria Doctor Juan Negrín, conocido popularmente por Hospital Negrín. Curiosamente la decisión no la toma un Ejecutivo socialista, sino un Gobierno nacionalista a propuesta del entonces director general del Servicio Canario de Salud, Román Rodríguez, que lo inauguraría un mes antes de acceder a la Presidencia del Gobierno canario, en julio de 1999.

Hoy, Juan Negrín sigue siendo una figura política y científica muy desconocida para la mayoría de los canarios y españoles; y en otros muchos todavía pesa la injusta leyenda que le sigue persiguiendo 58 años después de su muerte en París, última etapa de su exilio tras Reino Unido y México.

La Fundación que lleva su nombre, y que acaba de abrir unas dignas instalaciones en Las Palmas de Gran Canaria, en las que se encuentra su voluminoso archivo personal y en la que distintos paneles y audiovisuales permiten a los visitantes acercarse a sus distintas facetas, tiene mucho trabajo por delante.

Movimiento

La derrota de las fuerzas democráticas en 1939 daría paso a una larga dictadura que llegaría hasta mediados de los años setenta. Franco, tras una prolongada agonía y numerosos partes del equipo médico habitual, moría en la cama el 20 de noviembre de 1975. A partir de ese momento, desde el régimen y desde la aún clandestina oposición se empiezan a dar los pasos para cambiar el país y hacerlo homologable al resto de estados europeos. En 1976 el Rey, sorpresivamente para casi todos, nombra presidente del Gobierno a Adolfo Suárez.

Este, pese a su relativa juventud, 43 años en ese momento, julio del 76, había desarrollado una intensa carrera política en el seno del franquismo. Procurador en Cortes, gobernador civil de Segovia, director general de Radio Televisión Española...hasta llegar a ser ministro secretario general del Movimiento.

Pocos podían dar crédito a que alguien tan imbricado en la dictadura pudiera ser capaz de abrir las puertas y lograr la institucionalización de un sistema democrático con partidos políticos y sindicatos, pluralidad y libertad de prensa.

Pero, tal vez, fuera la fórmula más viable en aquella correlación de fuerzas tan desigual que alguien desde el interior capitaneara la nave hacia la democracia. Con una izquierda débil, que mantenía fundamentalmente el PCE; con un PSOE inicialmente poco relevante pero que al final, con colaboración externa y por una moderación y una representación generacional que sintonizaba más con la ciudadanía española de finales de los setenta, se convertiría en los comicios de 1977 en el principal referente opositor, hecho refrendado luego en marzo de 1979 y, ya con absoluta rotundidad, en su aplastante triunfo del 28 de octubre de 1982.

Adolfo Suárez abanderó la reforma política, sometida a referéndum en 1976 y donde la izquierda planteó sin demasiado éxito la abstención: fue apoyada por el 94,17% de los votantes, con una elevada participación que alcanzó el 77,8% de los electores.

En la Semana Santa del 77, Suárez legaliza al PCE. El ministro de Marina, el almirante Pita da Veiga, dimite en señal de protesta. Unos meses antes, a final de enero, los comunistas habían mostrado una gran serenidad, frenando las respuestas ante la Matanza de Atocha, los asesinatos de cinco abogados laboralistas por un grupo de la extrema derecha.

La reforma política dio paso a las primeras elecciones, las de junio de 1977, con el siguiente resultado: UCD (166), PSOE (118), PCE (19) y AP (16). Además de PDCP, nacionalistas catalanes (11), PNV (8) y el PSP de Tierno Galván (6), entre otros. Entonces, Suárez alcanzó la Presidencia, por primera vez, por las urnas. Posteriormente, en el mes de octubre, el presidente Suárez impulsa la firma de los denominados Pactos de La Moncloa, entre el Gobierno y los principales partidos políticos, contando con el apoyo de las organizaciones empresariales y sindicales, con el objeto de dar estabilidad al país y generar condiciones para superar la grave crisis económica con una inflación que superaba el 25%.

En diciembre de 1978 se aprueba la Constitución Española en referéndum por el 87,78% de los votantes, con una participación del 58,97%, muy inferior, dieciocho puntos menos, al de la consulta sobre la reforma política del año 76.

Pocos meses después, en las generales de marzo de 1979 la UCD vuelve a vencer, con resultados muy parecidos a los del 77. En esta ocasión UCD alcanza los 168 escaños por delante del PSOE (121), PCE (23), CD (9), CiU (8) o PNV (7). La Unión del Pueblo Canario (UPC), con Fernando Sagaseta al frente, también consigue un acta de diputado.

Declive

Pero el 79 marca también el comienzo de su declive. El de Suárez y el de su convulsa formación política. Las municipales del 3 de abril suponen un serio varapalo para la UCD. Pese a triunfar en votos y en número de concejales, la mayoría de grandes ciudades queda en manos de la izquierda, con el pacto entre socialistas y comunistas, entre ellas Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Zaragoza y Málaga.

En Las Palmas de Gran Canaria, un acuerdo entre UPC y PSOE, además de dos concejales de AV, da al nacionalista Manuel Bermejo la alcaldía de la capital grancanaria; mientras que en Telde es elegido Francisco Santiago Castellano (AC). Santa Cruz de Tenerife es para Manuel Hermoso (UCD) y en La Laguna Pedro González, del PSOE, con apoyo de UPC y un grupo vecinal, se hace con el bastón de mando.

En mayo de 1980, Felipe González le presenta una moción de censura a Suárez, que es derrotada por 166 votos de rechazo frente a 152 favorables a la misma. Por los socialistas defiende la moción el que luego sería vicepresidente del primer Gobierno de González (1982), Alfonso Guerra.

En su intervención Guerra señala: “El señor Suárez ha llegado al tope del grado de democracia que le es posible administrar; el señor Suárez no soporta más democracia; la democracia no soporta más al señor Suárez. Cualquier avance en el camino de la democracia pasa por la desaparición del señor Suárez”.

Esa desaparición, por distintas razones, era también deseada por muchos de los que integraban las filas de la UCD; la concatenación de conspiraciones internas, el constante ruido de sables y la retirada del apoyo del Rey parecen estar detrás de la dimisión de Adolfo Suárez en enero de 1981. En su breve discurso televisado de aquella anoche afirmó lo siguiente: “Yo no quiero que el sistema democrático de convivencia sea una vez más, un paréntesis en la historia de España”. En lo que parece una clara premonición del 23-F.

'El País' en su editorial del día siguiente, 30 de enero, es muy duro con el ya dimitido presidente. “Es sencillamente un insulto al pueblo español irse como Suárez se ha ido, dando una espantada digna de la famosa e histórica de 'El Gallo'”, señaló en su editorial. Asegurando, además, que era vergonzoso “que el primer partido del Parlamento no sea capaz de explicar la dimisión de su propio presidente”.

Olvido

Adolfo Suárez fue (y sigue siendo) odiado por los más nostálgicos del franquismo. Boicoteado por su propio partido. Machacado por la oposición. Denigrado por los medios de comunicación de la época. Y olvidado también poco después por los ciudadanos y las ciudadanas. Es verdad que el CDS, que constituyó tras abandonar la UCD, consiguió 1.902.293 votos en las autonómicas y locales del 87, su mejor resultado en las urnas, accediendo, por cierto, en un Ejecutivo de coalición con AP y AIC, a la Presidencia del Gobierno canario, primero con Fernando Fernández y después con Lorenzo Olarte.

Pero seguiría posteriormente languideciendo y en el 91, tras lograr solo algo más de 700.000 sufragios en las municipales y autonómicas, Suárez presenta su dimisión al frente del partido.

Ahora, tras su muerte el pasado 23 de marzo, y dos décadas después de su abandono de la política activa, se produce un cambio radical respecto a la figura de Adolfo Suárez. Lo que ayer eran insultos (inepto, tahúr del Missisipi...) se han convertido en halagos casi hagiográficos, como confirman las primera paginas de los periódicos tras su fallecimiento. Maquinista de la democracia. El Presidente de todos. El forjador de la democracia. El presidente que inventó otra España.

Incluso, en homenaje póstumo, rebautizan con su nombre el aeropuerto de la capital española, ahora Adolfo Suárez Madrid-Barajas.

Eso sí, y sin descartar el grado de profunda desmemoria o de simple hipocresía que pueda encontrarse detrás de tanto aplauso a Suárez, de momento ha corrido mucha mejor suerte que Juan Negrín.

Suárez y Canarias, luces y sombras

Suárez y Canarias, luces y sombrasAdolfo Suárez fue el primer presidente del Gobierno central que hizo una visita a las siete islas. Y, especialmente, fue el primero que celebró en el Archipiélago un Consejo de Ministros monográfico sobre Canarias, que supuso la aprobación y puesta en marcha de un Plan específico de inversiones para unas Islas completamente depauperadas y olvidadas. Por esa sensibilidad hacia las Islas “y por ser uno de los artífices de la incorporación del REF a la Constitución Española”, el Gobierno canario decidió la concesión del Collar de la Orden Islas Canarias, a título póstumo.

Pero también parece probada la implicación de las fuerzas de seguridad españolas en el intento de asesinato del líder independentista Antonio Cubillo (Argel, abril de 1978), en un Gobierno presidido por Suárez con Rodolfo Martín Villa, la porra de la Transición, al frente de la cartera de Gobernación (también lo estaba cuando la muerte del estudiante Javier Fernández Quesada en La Laguna, en diciembre del 77). En 2003 la Audiencia Nacional condenó al Ministerio del Interior a pagar una indemnización de 150.000 euros a Cubillo por ese atentado.

“¿Negrín? Un médico del hospital”

“¿Negrín? Un médico del hospital”Salgo a la calle y al azar entrevisto a una serie de personas en torno a su opinión sobre las figuras de Juan Negrín y Adolfo Suárez. No tiene, como verán, ningún valor científico, pero sí puede ser una aproximación a las diferentes percepciones, a los distintos conocimientos ciudadanos de dos de las más relevantes figuras políticas de la España del siglo XX.

Cierto es que la reciente ola mediática tras la muerte de Suárez hace partir con enorme ventaja al presidente de la Transición, desde luego en notoriedad, al ocupar informaciones y opiniones sobre su persona primeras páginas de los periódicos y distintos programas de radio y televisión en los días siguientes a su fallecimiento.

Ana Sánchez, estudiante universitaria de 21 años, lo tiene claro: “Negrín fue el último presidente de la IIª República, natural de Gran Canaria; y Adolfo Suárez, el primer presidente democrático tras finalizar el franquismo”. Alberto Rodríguez, parado de 57, menos: “Negrín, un político anarquista o comunista, creo, de cuando la guerra. Suárez, el que trajo la democracia”.

José Santana y Mario González, jubilados, coinciden: “Negrín, el que se llevó el oro a Moscú; Suárez, el que acabó con la dictadura”. Himar Pérez, 17 años, estudiante de 2º de Bachillerato, lo tiene más fresquito: “Acabamos de darlo en clase, Juan Negrín fue presidente a finales de los años treinta, en plena guerra civil, e intentó evitar el aislamiento de la República y su derrota ante el franquismo; Adolfo Suárez, un franquista que se convirtió en demócrata”.

Pero hay otros a los que el científico y último presidente de la República Española les suena a chino. “¿Negrín?, ¿un médico del hospital?” Nos dicen dos cuarentones a los que la historia, nuestra historia, parece quedarles bien lejos.

José Miguel Barragán (secretario general de CC)

José Miguel Barragán (secretario general de CC)

Juan Negrín

Además de su faceta científica, su figura, pese a las leyendas negras que urdieron unos y otros, será recordada por su lucha para conservar la democracia frente al avance del fascismo. Pudo haber optado por una vida más cómoda como investigador, pero optó por implicarse en preservar el sistema republicano. El obituario en The New York Times recoge la esencia de lo que representó para España en uno de sus episodios más trágicos: “Para muchos, Negrín representaba lo más noble de la República y de los ciudadanos que lucharon contra el franquismo”.

Adolfo Suárez

Destaco su capacidad de diálogo y consenso para garantizar e instaurar la democracia durante el difícil periodo de la Transición. La mejor manera de honrar su memoria es rescatar el espíritu de esa etapa para forjar nuevos Pactos de Estado que nos permitan afrontar con la misma unidad de entonces la difícil situación de hoy. A la generación de políticos liderados por Suárez le correspondió construir un nuevo sistema democrático a base de avances y renuncias, y ese mismo espíritu debe servirnos de referente para acometer un nuevo tránsito para superar la crisis más difícil que hemos vivido desde entonces.

Román Rodríguez (presidente de NC)

Román Rodríguez (presidente de NC)

Juan Negrín

Negrín se rebela contra una España caciquil, con abismos sociales; y abraza el socialismo convencido de que, desde la política, puede transformarse esa indigna realidad que padecen sus compatriotas. Le toca dirigir a España en los momentos más dramáticos, en plena guerra civil, con una República abandonada por las democracias europeas. Y demuestra, en todo momento, su sentido de estado, su rechazo al fascismo que comienza a extenderse por Europa, su firme compromiso con una España democrática y con equidad.

Adolfo Suárez

A Suárez debió reconocérsele en vida su papel en el desmantelamiento del franquismo y construcción del edificio constitucional que ha posibilitado las décadas de mayor progreso económico, avance social y descentralización de nuestra historia. Un papel -desarrollado con errores y aciertos- compartido con la mayoría de la ciudadanía que deseaba vivir en libertad y en paz; y, de manera especial, contando con la generosidad de la oposición democrática al franquismo, aunque dejaron sin resolver el justo reconocimiento a las víctimas de la dictadura.

José Miguel Pérez García (Catedrático de Historia Contemporánea y Vicepresidente del Gobierno de Canarias)

José Miguel Pérez García (Catedrático de Historia Contemporánea y Vicepresidente del Gobierno de Canarias)

Juan Negrín

Han tenido que transcurrir muchas décadas para situar a Juan Negrín con justicia en el acontecer de sus tiempos. Es probablemente y sin proponérselo, uno de los mejores estadistas españoles del siglo XX. Sin conocer bien su trayectoria sería imposible comprender la historia española de las décadas centrales de aquella centuria. Por eso es tan importante hoy el rescate de su memoria. Aunque él deseara pasar al absoluto anonimato, su olvido sería fatal para quienes en el presente deben conocer cómo llegaron a ser las cosas como fueron.

Adolfo Suárez

La transición a la democracia fue posible por la tarea y la voluntad mayoritaria del pueblo español. Adolfo Suárez, contribuyó a ello de forma decisiva impulsando el instrumento que permitió hacer realidad aquel cambio: el consenso. Para el Derecho contemporáneo, tal práctica nada tiene que ver con el “pasteleo”. Como en su día lo definiera Gregorio Peces Barba, el consenso “constituye la moderna versión de la mentalidad clave para la ética pública que llamamos contractualismo”. Adolfo Suárez fue un ejecutor extraordinario de esa acción política.

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