Tres islas canarias en la fase 1 de desescalada: el temor a un rebrote de contagios choca con la dependencia del turismo para sobrevivir

La isla de La Graciosa inicia este lunes la fase 1 del plan de desescalada.

Natalia G. Vargas / Camino Pérez / Romina Cabeza Izquierdo

Las Palmas de Gran Canaria —

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En La Gomera comenzó todo. El 1 de febrero de 2020 Sanidad confirmó que el coronavirus había llegado a España con el positivo de un turista alemán hospedado en una isla canaria de poco más de 20.000 habitantes. Un mes y medio más tarde, ante la propagación del virus, el Gobierno de España decretó el estado de alarma y comenzó el confinamiento. El Hierro luchó por esquivar la pandemia, pero terminó por registrar tres casos. La Graciosa, por el momento, ha logrado resistir y convertirse en el único punto del país libre de COVID-19. Este lunes, estas tres islas canarias - en la que no ha habido ningún fallecimiento por coronavirus- junto a Formentera han avanzado en la desescalada pasando directamente a la fase 1 del plan. Pero, pese a las ansias de “normalidad”, la población se ha encontrado en las calles con una realidad distinta, donde la dependencia extrema del turismo para sobrevivir choca con el miedo a un rebrote de la enfermedad.

La Cámara de Comercio de La Gomera calcula que un 50% de los comercios de la Isla ha retomado su actividad este lunes: “Muchos, al depender del turismo, han preferido no hacerlo de momento, a lo que se suma el miedo que lógicamente existe”, apuntan. En Valle Gran Rey, la zona turística por excelencia, la propietaria de una boutique de moda y complementos, Noelia Núñez, ha vuelto a recibir a sus clientes: “Han venido a comprar, a probarse ropa y a buscar regalos”, señala.

La dependienta ha implantado en su negocio una serie de medidas de seguridad: no puede haber más de dos personas en la tienda y deben echarse gel desinfectante en las manos antes de entrar. Aun así, son muchos los que siguen comprando a través de Internet para no acudir al establecimiento.

La floristería de José Ramón Mora o el estudio fotográfico de Carlos Brito también han reabierto: “Ha habido movimiento y la gente usa las medidas de protección. En mi caso, solo necesito que me instalen las mamparas”, apunta el fotógrafo. Para algunos vecinos y vecinas, la jornada ha recordado a “un día cualquiera antes de que todo esto empezara”. La Gomera, según los datos del Gobierno de Canarias, contabilizó ocho positivos, de los cuales todos han recibido el alta médica.

El Hierro “prueba suerte”

El Hierro, con una población que supera ligeramente los 10.000 habitantes, es la Isla con menos casos registrados durante esta crisis sanitaria, con solo tres positivos, según los datos del Gobierno de Canarias. Después de más de cincuenta días, ha vuelto a abrir sus puertas el San Fleit. Es uno de los pocos bares con terraza en la capital, Valverde, pero han tenido que retirar cuatro de sus ocho mesas para ajustarse a la normativa impuesta por el Gobierno de España. Lorenzo Barrera, el único de los cuatro camareros que ha escapado del ERTE, se muestra pesimista: “Con esto de poder usar solo la terraza y al 50% no lo termino de ver. Vamos a probar y en función de cómo vayan las cosas decidiremos”.

Cerca de un centenar de comercios han decidido abrir este lunes en El Hierro, pero otros prefieren permanecer cerrados. Entre ellos, el hotel de Puntagrande, un espacio conocido por ser el hotelito más pequeño del mundo y un Bien de Interés Cultural (BIC). Levantado sobre una lengua de lava y rodeado de mar es, literalmente, una isla dentro de otra. La COVID-19 obligó a cerrar sus puertas y aunque desde hoy tiene permiso para recibir clientes, que no paran de hacer reservas para hospedarse en una de sus cinco habitaciones, su dueño, Davide Nahmias, ha decidido que lo mantendrá cerrado hasta que se restablezcan las conexiones aéreas nacionales e internacionales “porque para los herreños no tiene sentido ir a quedarse en un hotel dentro de su propia Isla”.

Quienes no van a notar prácticamente la diferencia, y en El Hierro es mucha gente, son todas aquellas personas que bien viven de trabajar en la tierra o en la mar, bien tienen un huerto para agricultura de subsistencia. Todos ellos han podido seguir atendiendo sus labores y a sus animales sin mayores problemas, con la única salvedad de que ahora recuperan los bares y las cafeterías para “echarse un buche de café” antes o después de la faena. Es el caso de Samuel Acosta, que cruza a pie cada día el pueblo de El Mocanal para ir a dar de comer a su burro. Es también uno de los pocos que mantiene viva la tradición de la agricultura de secano en el norte de la Isla. “Todo lo que siembres debajo del millo, judías, calabazas, frijoles, pega sin regarlo”, dice Samuel.

La Graciosa, con miedo a ser “zona roja”

El miedo y la falta de certezas alcanzan también a las 700 personas que viven en La Graciosa. Los habitantes han dado este lunes el primer paso hacia un verano jamás vivido. En los últimos años, se ha repetido sin interrupción la estampa de cientos de visitantes en las playas y miles de personas de otros puntos del Archipiélago celebrando las fiestas patronales de julio. Sin embargo, la posibilidad de que esta imagen se repita este 2020 se vislumbra cada vez más difusa. Este escenario aboca a la población graciosera, altamente envejecida, a comenzar la desescalada entre la necesidad de recibir turistas para rescatar su economía y el miedo a pasar de ser una zona sin casos a ser una “zona roja” cuando se permitan los desplazamientos.

La concejala delegada del Ayuntamiento de Teguise en la Isla, Alicia Páez, ha confesado que temen al momento en el que se abra al público el puerto de Orzola que conecta La Graciosa con Lanzarote. Hasta ahora, nadie en la Isla ha presentado síntomas de padecer la COVID-19 ni se ha registrado ningún positivo, pero tampoco se ha hecho ningún test. La concejala reivindica que, en los próximos meses, quien entre a La Graciosa lo haga sano, y para ello propone que se hagan pruebas sanitarias de control en los puertos.

Los propietarios de las terrazas de la Isla han preferido no abrir sus negocios, ni siquiera al 50%, porque “no les compensa” ante la ausencia de visitantes. “En estos momentos la actividad económica de la Isla está igual que cuando comenzó el estado de alarma y los comercios abiertos son los mismos que al principio del confinamiento”, apunta Páez.

Para alojarse en La Graciosa entre abril y septiembre, las reservas deben hacerse hasta con seis meses de antelación, ya que la ocupación en estas fechas suele ser del 100%. Elena Aguilera, directora del complejo de apartamentos Evita Beach, calcula que el porcentaje aproximado de pérdidas que sufrirán este año roza el 40% ante la anulación total de las reservas que han tenido lugar en los últimos meses, con una especial caída en Semana Santa. Las reservas para el mes de agosto se mantienen y suponen el 75% del total, mientras que julio se presenta “muy flojo”. Aguilera señala que durante el verano, la mayoría de visitantes son del propio Archipiélago, por lo que la reapertura total del complejo tendrá lugar cuando se permitan los viajes interinsulares.

Más allá de este panorama incierto que ha irrumpido en la Isla, este lunes La Graciosa se ha reencontrado con su gente, que ha vuelto a las calles de arena con mucha cautela. Para Pedro Páez, vecino y reponsable en la Isla de la Asociación de Voluntarios en Emergencias y Rescate de Lanzarote (Emerlan), todo sigue igual: “No hay muchas personas fuera de sus casas, salvo algunos jóvenes que aprovechan el desconfinamiento para hacer surf o para sacar sus veleros teledirigidos”. Aún así el ambiente es distinto: “Más que vecinos, aquí somos todos familia, y ya teníamos ganas de vernos”.

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