Gracias Robert Smith

Gracias Robert Smith

Leandro Betancor Fajardo

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Un segundo antes de llevarme por delante a este conejo y perder ambos la vida en ese volantazo al tratar de esquivarlo, en la radio del coche sonaba The Cure y yo venía gritando el pegadizo estribillo de “Just like heaven”. 

No es un detalle menor la banda sonora de tu muerte. Y esta canción debería ser la primera de la playlist de mi funeral. Así que escribo esto desde una suerte de limbo o ensoñación y lo envío por correo celestial -las palomas y los ángeles mensajeros están en huelga-.  

No recuerdo haber tenido esa sensación de desdoblamiento extracorpóreo que en tantas películas había visto pero ahora siento que peso diez veces menos. Casi floto. 

La certeza de haber muerto no me resulta tan inquietante como que el conejo que me llevé por delante hable. Y lo tengo aquí al lado todo el tiempo. Él sí pesa diez veces más y casi tiene el mismo tamaño que yo. La primera hora después de morir no dejó de increparme y me acusaba de ir demasiado rápido. En perfecto castellano y sentado con las piernas cruzadas. Yo le contesté que esa querencia de los de su especie por las luces largas y por cruzar las carreteras siempre que veían acercarse un vehículo era una ruleta rusa y que esa lotería era cuestión de tiempo que le tocara. Nervioso, se colocaba la pajarita a cada rato.

Pero lo asombroso de todo esto de morir es que cuando desperté del coma habían pasado cuatro años. Cuatro años en los que, como si de tiempo interestelar se tratara, hablé dos horas con un conejo. Un conejo que, segundos antes de yo abriera el ojo en mi cama de la habitación 709 del hospital, me susurraba al oído las últimas frases de la canción de The Cure... 

You soft and only... You lost and lonely... You just like heaven

Creo que no pudo sonar mejor canción el día que no morí... y volví a nacer. 

La mañana que desperté pedí zanahorias. 

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