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Alegría de festivo

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Román Delgado

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La joven quería aprovechar el domingo desde muy temprano, desde que la luz lo alumbrara, para así optar a todos los placeres comunes, dulces y casi infinitos que había coleccionado con endiablado orden en la noche del día anterior, metida en la cama y navegando en un sueño caluroso, húmedo, líquido. Lo tenía todo apuntado en papel casi cartón, con rotulador verde, que era su color preferido. Verde esperanza. Siempre que podía, elegía ese color: el verde esperanza, que así mismo lo llamaba. Manía.

El primer encargo del día era disfrutar con una visita al rastro, y lo consiguió, que allí chocó, y lo sabía, con la cultura, el mestizaje y las voces de tanta gente, en muchos casos ejemplos de la mejor de las artes. Primer paso dado con éxito, con resultado de placer.

Siguió adelante con el sol dominando toda la extensión atmosférica: luz y azul, que no verde. Esta vez no había verde. Pero, ¡total!, hizo camino más camino hasta posarse en TEA. Se deslizó por la rampa que desemboca en la puerta principal del museo y dentro vivió e imaginó todo lo bueno que siempre tiene de alimento el arte, con mayor disfrute aún por el significado multiplicador que genera abrazar una repisa creativa metida en un recinto que ya de por sí es mucho...

La segunda parte de la tarea, ok. Y giró y tiró de nuevo…, que ya tocaba el tercer paso de los cinco. Sacó el papel cartón de su bolsillo trasero de pantalón vaquero desgastado y con su rotulador verde permanente tachó las dos primeras citas. Además garabateó a un lado: “Bien, perfecto”.

Ahora tocaba seguir con el paseo urbano para luego arrancar con el paseo urbano en la misma naturaleza: el que consistió en el verde, verde esperanza otra vez, del parque García Sanabria. Paseo lento, amoroso, rítmico, pleno, glorioso…: todo para converger en felicidad solitaria. Y con este ya tres gustosos minisueños ok.

¡Qué bueno! Le quedaba… A ver, a ver… ¡Ah! … los periódicos y los libros, mejor en la Rambla. Cuatro. Y luego la guagua y la senda hacia el hospital a abrazar al querido amigo: lo mejor del día siempre hay que dejarlo para el final.

Cinco y pleno.

*Texto publicado en el libro compendio de cuentos Policromía.

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