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Confidencia de la amiga ceiba

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Román Delgado

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Me hallaba tan triste, desolado, desorientado y falto de ideas que decidí, como hago casi siempre (cuando el verbo no fluye, como ya advertirán los que me siguen, que no son legión), regresar al barranco, al parque inundado de cagadas de perro y a la ceiba y su banco sin esta vez alguien con el culo reposado en él. El barranco canalizaba con emoción el viento descendente y el frescor que este transportaba imprimía al ambiente un color gris de mañana fría de invierno.

En la colina, tras subir a pie la vertiente sur de la cuenca seca de agua, el ambiente era verde: algo tan diferente como la noche y el día. En la cumbre, donde se posan juguetes policromos para críos y mayores, los mirlos mayores rastreaban con mala gana, y otros, los más menudos, fastidiaban con insano divertimento ajenos a los adultos.

En la ruta inversa, la de caída, ya hacia la degollada, la ceiba dominaba el paisaje con su demoledor esplendor, como una dictadura consentida y bendecida por hierbas, arbustos y cagarrutas de seres indefensos, menores y mimados. Por la senda de bajada, los orines creaban falsos espejos en el agujereado asfalto y el cemento erosionado daba al recinto principal un aspecto posbélico. Freno…

La lluvia resulta que ahora amenaza con acariciar, sin necesidad de tirar de paraguas. Amaga con solo ofrecer un masaje cutáneo, agradable y risueño, y me dejo. El fondo musical pone el resto gracias a Las cuatro estaciones de Vivaldi, en la transición del invierno a la primavera. Ya alcanzo la sombra de la ceiba, que esta vez no era tal, pues lloviznaba como lágrima leve, y allí, en el banco ubicado junto al tronco savia del potente ejemplar, no había nadie.

Miro a un lado, a otro, arriba, abajo… Compruebo que lo que habita son solo mirlos y entonces pongo el culo donde siempre estaba la pareja que ansiaba quererse. La madera tallada con mal gusto no está caliente. Hacía tiempo que habían desaparecido. Seguro que les ocurrió lo que dicta el eufemismo de Báñez: “Movilidad exterior”. Ya saben. Sé que se fueron en busca de pan menos duro, y lo sé porque me lo dijo la amiga ceiba. Ella jamás miente.

Relato publicado en el libro de cuentos y otros textos llamado Policromía.

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