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Espacio de opinión de Tenerife Ahora

¿Salud o economía?

Juan Henríquez

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No tengo la menor duda de que la pandemia de la COVID-19, nombre con el que se denominó, creo que fue por la Organización Mundial de la Salud (OMS), y por el que se le conoce en el mundo entero, dará muchas páginas literarias.

Estoy seguro que muchos escritores/as ya consagrados, y nobeles, querrán escribir su particular historia en torno al coronavirus. El trabajo de los hospitales, de los médicos, de los sanitarios en general, ambulancias, funerarias, policías nacionales, guardia civil, ejércitos, policías locales, protección civil, y un largo etcétera de ciudadanos y ciudadanas que no dudaron ponerse al servicio del rescate de vidas humanas.

En fin, que la COVID-19, dará para muchos debates en todos los medios de comunicación social y centenares de títulos en las estanterías de las librerías del mundo entero.

De momento, un servidor colaborará, en el marco de los análisis y valoraciones que pueden extraerse de la COVID-19, en la parte política, social y económica, en definitiva, en los valores en que se han sustentado la gestión del Gobierno español, presidido por el socialista Pedro Sánchez, en coalición con Unidas Podemos.

Quede claro que mi formación profesional y académica, no tiene nada que ver con la medicina, ni la epirmediología, mucho menos de la investigación de fármacos, y por desconocimiento, no tengo ni puta idea de virus y similares.

Escribo desde la visión de un ciudadano que ha vivido el confinamiento, y seguido, a través de los medios de comunicación social, que han hecho, en su inmensa mayoría, un trabajo extraordinario de seguimiento e información a la población, jamás visto en la historia más reciente de la España moderna.

Por supuesto que tampoco han faltado los bulos y la información intoxicada, solo por el mero hecho de hacer daño al Gobierno de coalición PSOE-UP, pasando tres pueblos de las muertes, infectados, y de los problemas sociales y económicos que la COVID-19 ha generado, y lo que queda por venir, que no es suave la cosa.

Por si alguien todavía a estas alturas piensa que las ideologías han dejado de existir, la COVID-19, ha desmontado esa teoría con los hechos. Las reticencias de la derecha y extremaderecha en España contra el Estado de Alarma, con la abstención última del PP para prologarla y el voto en contra de VOX; la invitación en primera instancia de Trump negándose al cierre de comercios y restaurantes, o invitando a la gente a mandarse un chute de detergente; la propia invitación de Bolsonaro en Brasil para que la gente saliera a la calle a trabajar y a disfrutar cantando y bailando; o, el propio Boris Jhonson, negándose en un principio a decretar el estado de alerta, hasta que vivió en propias carnes las consecuencias del coronavirus. Son pruebas concluyentes y determinantes, cómo los conservadores, ideológicamente hablando, la derecha y extremaderecha, antepone la economía a la salud.

Menos mal que teníamos al frente del Gobierno español una coalición de izquierda PSOE-UP, que desde el primer momento colocaron a las personas y la salud, por encima de la economía y los intereses particulares de las grandes fortunas.

Al mismo tiempo que hicieron todo lo posible por dotar a los centros sanitarios de medios técnicos y humanos, en la medida que se empezó a conocer las carencias y debilidades de una sanidad que pensábamos era la mejor del mundo, y, sin embargo, la llegada de la pandemia, demostró todo lo contrario. Tampoco se dudó en poner cuántos recursos fueron necesarios para ayudar a las empresas y trabajadores afectados por la COVID-19.

Los ERTES y las especiales ayudas a los autónomos paliaron la catástrofe que se nos venía encima. Incluso llegué a escuchar al presidente de los Autónomos  españoles, que era la primera vez que en crisis habían recibido una paga.

Jamás, y mira que fui uno de aquellos que en la transición luchó y defendió la llegada de la libertad, la democracia, y también, la libertad de expresión, pero nunca pensé que alguien empleara estas herramientas para insultar, descalificar y acusar de asesinatos inexistentes. En la crisis de la COVID-19 hemos escuchado, no a ciudadanos/as del pueblo, sino a políticos/as de la derecha y extremaderecha, con representación en el Congreso de los/as Diputados/as, blasfemar contra el Gobierno español, y en particular centrada en la figura de su presidente Pedro Sánchez.

Y menos mal que la pandemia ha sido declara en todo el mundo, porque no faltó quien en un primer momento señaló a Pedro Sánchez como el culpable de su existencia; una diputada de VOX llegó al extremo de culpar a Pedro Sánchez de las muertes producidas en los centros o residencias de mayores; otra lindeza, esta vez de las filas del PP, llegaron a decir, que el estado de alarma y sus prórrogas, le servían al Gobierno para perpetuar a Pedro Sánchez en el poder.

Es decir, que la oposición (PP/VOX) han dedicado todo el tiempo de la pandemia del COVID-19, con mentiras, insultos, descalificaciones, artimañas barriobajeras y falsas denuncias, en el propósito de hacer caer al Gobierno de coalición, PSOE-UP, presidido por Pedro Sánchez. Da la sensación de que la oposición, la derecha y extrema derecha, se introdujeron en el túnel de la campaña electoral permanente, y del que no están dispuestos a salir hasta que el Gobierno no caiga.

Así es prácticamente imposible remar unidos y en la misma dirección, no solo para ganarle la batalla a la pandemia, sino para avanzar unidos en la reconstrucción social y económica de urgencia que va a necesitar el pueblo español.

He sentido, durante el confinamiento, sensaciones encontradas y perfectamente diferenciadas. De una parte, la sorpresa solidaria de todo un pueblo volcado con el trabajo y el esfuerzo de los sanitarios para salvar vidas, y los servicios esenciales que le han acompañado las veinticuatro horas del día. Me han hecho soltar alguna que otra lágrima el reconocimiento popular con los aplausos que cada día le hemos dado desde ventanas, balcones, azoteas y terrazas.

Yo he sido uno de los que saca cada día los altavoces a la ventana del despacho, y pincho el himno de Resistiré, a la vez que le doy rienda suelta a los aplausos hasta que siento el dolor en las palmas de las manos. Igual, que siento una gran alegría cuándo veo a médicos y enfermeros/as, aplaudiendo a los pacientes afectados por el coronavirus que reciben el alta médica y abandonan la UCI o el Hospital.

Pero está la otra cara de la moneda, la de la tristeza y pena humana que da la pérdida de seres humanos, a los que, ni siquiera sus allegados han podido despedir como se merecen en esas últimas horas del adiós definitivo. Han sido muchos miles de personas al que la CODIV-19 se ha llevado por delante como si de un vendaval asesino se trata, entre ellos/as, y con diferencia, mucha gente mayor, en gran parte, residentes en centros o residencias, en su mayoría de carácter privado.

Abro paréntesis para hablar de los centros o residencias para mayores, y también, de la sanidad privada. A estas alturas de mi vida, cuándo he superado los sesenta y trece, o lo que es lo mismo, los setenta y tres años de existencia entre los vivos, sin comillas, no voy a negar mi condición de hombre de izquierdas, y socialista para mayor concreción, el currículo de un servidor es público y notorio. Jamás he renunciado a mi condición ideológica y partidista.

Sin embargo hoy, sin carnet de militancia política de ningún color, me puedo permitir usar la libertad de expresión sin que esté sujeta a disciplina partidista y estatutaria. Y en el caso concreto que nos ocupa seré claro y transparente.

Porque hablando de centros o residencia de mayores y de clínicas privadas, desde el primer momento que se descubre las debilidades, aunque fueren desde perspectivas diferentes, hubiera decretado la nacionalización de ambos. Teniendo en cuenta que tanto las residencias de mayores, cómo las clínicas privadas, pertenecen al capital privado, por consiguiente, la gestión se corresponde con empresas privadas, cuyo principal objetivo, es la obtención de beneficio, sí o sí, entre otras razones porque a la primera de cambio que cualquier centro, tanto de mayores, como de clínicas privadas, que entren en recepción o pérdidas, solo tienen dos salidas: traspaso o cierre.

Tal vez con una dirección pública, con funcionarios técnicos y expertos en la materia y funcionamiento en los centros de la tercera edad, no digo que todas, pero muchas de las vidas perdidas se podrían haber evitado. Y en relación a las clínicas privadas, la nacionalización significaba poner al servicio de la lucha contra la pandemia, una infraestructura clínica y profesional, que, de alguna forma, hubiera colaborado a paliar los colapsos que en algún momento colocaron al borde del caos a la sanidad pública, tal vez -una intuición- el montaje del hospital del IFEMA lo podríamos haber evitado.

Y desde luego, en ningún caso hubiera permitido a las clínicas privadas la presentación de un ERTE, cómo así sucedió; y encima, han tenido la cara dura de solicitar ayudas públicas para cubrir pérdidas.

De la mafia, usurpadores, desaprensivos, violadores, maltratadores, insaciables y usureros, ni una coma. Esta especie insolidaria y podrida, mejor ignorarla y restarle importancia social, cortarles los cauces de convivencia, son la peste humana a los que hay que poner a distancia infinita.

En otro momento dedicaré un monográfico a la recuperación social, económica y cultural, que va a necesitar arrimar el hombro y remar en la misma dirección, al unísono y solidariamente. ¡PA´LANTE!

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