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El éxito del fracaso

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José Miguel González Hernández

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El mundo no es todo alegría y color. Es un lugar terrible que, por muy duro que seas, es capaz de arrodillarte a golpes y tenerte sometido de forma permanente, si no se lo impides, ni tú, ni yo ni nadie. Golpea más fuerte que la vida. Pero no importa lo fuerte que golpees, sino lo fuerte que pueden golpearte y los aguantas mientras avanzas. Hay que soportar sin dejar de avanzar. ¡Así es como se gana! Si sabes lo que vales, ve y consigue lo que mereces, pero tendrás que soportar los golpes. No puedes estar diciendo que no estás donde querías llegar por culpa de él o de ella. Eso lo hacen los cobardes y tú no lo eres. Tú eres capaz de todo.

Sin pretender hacer spoiler, así se expresaba el personaje cinematográfico Rocky Balboa en una conversación con su hijo en la sexta entrega de la saga, estrenada en 2006. Independientemente de la película en sí, es importante el mensaje que se quiere transmitir en relación con la consecución de los logros personales y las autolimitaciones que normalmente nos ponemos.

De esta forma, la sistemática de una persona que se percibe como congruente con las expectativas que se tienen hacia ella se suele atribuir a procedimientos internos adquiridos, como, por ejemplo, su habilidad innata o capacidad de aprendizaje, mientras que la conducta que se percibe como inconsistente se suele atribuir a causas algo menos controlables e inestables, además de otras caracterizaciones de afección externa como el azar.

En el comienzo de las andaduras profesionales se pone de manifiesto que se espera que se tengan más fracasos que éxitos. En este sentido, hay sociedades donde se suele catalogar que los éxitos pudieran estar atribuidos a factores de tipo externo, mientras que los fracasos a factores de tipo interno; en otras, la propia responsabilidad de la persona actuante es la que da el fruto.

En otras palabras, o bien tenemos a alguien o algo como justificación para echarle la culpa correspondiente de nuestro naufragio o bien aprendemos de los errores en que se ha incurrido; nos hacemos más fuertes y nos centramos en la próxima meta, sin que la melancolía nos lleve al desánimo.

En definitiva, las características que se asocian habitualmente al rol de liderazgo ejerciendo el poder, la autoridad, el logro y la competición se muestran como la tipología de persona que renace una y otra vez del machaqueo continuo al que estamos en exposición.

Aunque dentro de nuestro espíritu tengamos una plena disposición a participar en cualquier tertulia, no lo sabemos todo. Ni sabemos de todo. Ni falta que hace. De ahí que, si demuestras tu humildad a través de tu propia y manifiesta ignorancia, podrás evolucionar como persona, porque, si te consideras infalible, no tendrás capacidad de aprendizaje y, por lo tanto, de progreso. Así que tengamos claro que aprender de un fracaso es más útil que regodearse de efímeros éxitos.

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