La pregunta de la semana no es qué pastilla se está teniendo que meter debajo de la lengua José Manuel Soria. Tampoco es cuestión principal a quién encomienda su alma la presidenta de la comisión eólica antes de saltar a ese circo de leones en que se ha convertido el invento. La verdadera cuestión a despejar es quién asesoró tan certeramente a Alberto Santana para que procediera a recusar a Soria y, de paso, ponerlo tan de los nervios que casi apareciera colgado de las lámparas del salón de Cabildos del Parlamento como si de un histérico Spiderman se tratara. La respuesta no está en los grupos parlamentarios, como muy astutamente pretende Soria que todos creamos. Ni en los servicios jurídicos de la Cámara. Sólo conocían sus intenciones un abogado y el periodista que le llamó cinco minutos antes. Y ninguno está en la política ni por activa ni por pasiva.