Mallorca, una ventana al Mediterráneo

Vista de la bahía de Palma desde el castillo de Bellver.

Alexis González

Palma de Mallorca —

No es un tópico de guía de viajes, o del perfecto cicerone que enseña su isla al visitante. Es una realidad palpable como la piedra del marés: Mallorca es más que un destino de sol y playa. De noches inolvidables de verano y fiestas de esas con glamour. Mallorca rezuma historia milenaria e historias conectadas con Canarias, mucho antes de la Conquista castellana. Y ahora conexiones directas con la mayor de las Baleares, que permiten abrir una ventana atlántica a la luz mediterránea.

A escasas tres horas de vuelo directo desde Tenerife Norte y Gran Canaria, la isla de las sobrasadas abre sus secretos al mercado canario. Ya sea en fiestas del área turística de Playa de Palma o en callejones medievales. Mallorca es costa y olores del mar, también de allende donde llegaron sus navegantes (a Gran Canaria, mediado el XIV). Y Mallorca es tierra y sabor del interior, de su llanura verde o de la guinda de su ensaimada: la Tramontana.

Un día en Palma, la vieja Ciutat de Mallorca del reino medieval del mismo nombre, da para mucho. La ciudad se ha expandido extramuros, pero es dentro del recinto ahora rodeado por las avenidas, en la Palma del XVII, donde el visitante puede dar un paseo por la historia en una capital que ha recuperado sus encantos de antaño.

Con el Passeign del Born como eje natural divisorio, un antiguo cauce del torrente desviado donde en su lecho (born) se celebraban justas medievales, el palacio de La Almudaina y la Catedral dominan su desembocadura. Ahora convertida en una de las ramblas más lujosas del Mediterráneo, con grandes firmas de moda y museos instalados en palacetes de relumbrón y de aires venecianos. No en vano las marcas han pagado el metro cuadrado más caro que en Picadilly o Manhattan.

Pero sobre todo es la Catedral de Palma, “la Catedral de La Luz”, la que impone y da su impronta de ciudad grande a la capital. Vista desde el mar, de noche, resalta iluminando el cielo. Y vista desde dentro, con las explicaciones del guía Tomeu Amengual, adquiere las dimensiones históricas y artísticas que merece.

La Catedral es la única que está orientada hacia La Meca. Al ser conquistada por Jaume I en 1229/31, se utilizó el solar de la mezquita para levantar una iglesia, que devino en catedral. Ahorradores que eran aquellos maestros de obra. De ahí que contenga en su interior un espectáculo natural único: el 8 de Palma. Dos veces al año, el dos de febrero (02.02) y el once de noviembre (11.11) la luz del sol entra por el rosetón de su nave central y se refleja en el interior de la fachada principal, al otro lado, bajo el rosetón de esa misma pared, haciendo la figura de un 8.

La catedral merece una visita pausada, para admirar el baldoquino de Antonio Gaudí, en el altar mayor de la capilla real; o la reciente capilla de otro artista de la isla, Miquel Barceló, adornada con productos del mar y de la tierra mallorquinas. Y con la figura de un hombre de la estatura y complexión de Barceló en el lugar del Cristo. “¿No está Dios en todos nosotros?”, replicó el artista al colegio catedralicio para convencerles definitivamente. Si Gaudí levantó polémica cuando arrancaba el siglo XX, Barceló no se ha quedado atrás en este XXI. Pero ambos perduran.

Callejear Palma da para mucho más, ya sea por su paseo marítimo y el esplendor de su marina, por el entorno de la Lonja el Consulado del Mar, o incluso más allá de la antigua muralla, por el barrio pesquero de Santa Catalina, ahora revitalizado como una de las zonas de ocio nocturno más en boga.

Y Palma también tiene su particular guinda: el castillo de Bellver se alza sobre una colina que a poniente domina su rada. Refugio de la población frente ataques de corsarios y piratas. Bellver es una fortificación única en el mundo. Un castillo de planta circular que impone con su rudeza y la colorida piedra arenisca del marés.

Conozca el interior

No solo de Palma vive Mallorca. Es más, con la pérdida de las colonias en 1898 y el regreso de muchos indianos a la isla, una de las comunidades que más floreció fue la de Sóller, al otro lado de la pared de montañas que parece alzarse como una ola entre la llanura y el mar. Regresaron de Puerto Rico con tanto dinero que a inicios del siglo XX abrieron su propio banco, construyeron una fachada para su iglesia y decidieron conectar Palma con Sóller mediante ferrocarril.

Los indianos de Sóller, un valle con idiosincrasia y muy relacionado con el sureste de Francia, querían dar salida a los productos de su rico valle, y aparte de la vía marítima a través de su puerto, tunelaron la montaña y echaron raíles que todavía se utilizan, un siglo después, como reclamo turístico. Es el viejo traqueteo del tren de madera y hierro de Sóller, y del tranvía al puerto desde la villa.

El tren y el tranvía fueron necesarios para completar los al menos 30 kilómetros necesarios para que el Estado diera una concesión ferroviaria. Porque de Palma a Sóller sólo había 28,5 kilómetros. La solución: seguir la línea hasta el puerto. El viaje tiene su encanto, como Sóller con sus productos denominación de origen.

También en la Tramontana, Valldemossa es otra parada obligada. Sobre todo para los amantes de Chopin. El célebre músico polaco pasó aquí, con su amante George Sand, Un invierno en Mallorca. En la cartuja de Valldemossa, más concretamente. Y aquí compuso el preludio número 15, La gota de agua, aterrado en una noche de tormenta con no volver a ver a su amor, que había viajado ese día a Palma.

El interior de Mallorca tiene mucho más. Al otro lado de la isla, en la Manacor del tenista Rafa Nadal, el Mediterráneo se adentra cuevas adentro en el Drach. Es visita obligada, por supuesto. E irremediablemente, para cualquier canario introducirse en las cuevas del Drach hasta llegar a su escenario sobre el lago Martel es sinónimo de César Manrique. La inspiración del artista lanzaroteño en los Jameos del Agua se ve reflejada en cualquier vistazo de las cuevas.

Las cuevas bien valen la pena. Es increíble lo que la naturaleza puede hacer con el paso paciente del tiempo. Cómo se descuelga la pared en hilitos de piedra. Cómo se cuela el agua. Y hay que tener también mucha paciencia con el gentío de turistas. Y con las llantinas de los críos en mitad del concierto final…

Pero Mallorca también es playa, sol, noche y diversión. La costa abrupta, acantilada de Tramontana, hasta Pollensa. Las playas más recónditas del sureste, Es Trenc o Es Caregol. O El Arenal y su germanamente famoso Bierkönig, un almacén en plena zona turística imitando a una gran cervecería teutona. Un cacho de Alemania en estado puro cervecero non stop.

O Petra, de donde partió fray Junípero Serra para descubrir California, fundar misiones de San Diego a San Francisco, y dejar el rastro mallorquín al otro lado del mundo conocido. O los que por el camino se quedaron en Canarias…

Mira la fotogalería de Mallorca en este enlace.

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