Galdós en Santander, el legado intangible del Dickens español

Benito Pérez Galdós (Las Palmas de Gran Canaria, 1843 - Madrid, 1920) no inventó la Navidad, como hizo Charles Dickens, pero casi. Puede decirse que hizo un modelo de una forma característica de narrar, de contar historias con trasfondo histórico y social, de dar realce al mundo emocional y psicológico de la mujer, lo que puede que no tenga tanto eco como la Navidad pero sí trascendencia literaria como en el caso del autor inglés, ya que ambos marcaron escuela. No se puede entender un Arturo Pérez-Reverte sin el legado del autor de los 'Episodios Nacionales', salvadas las distancias.

Ambos también tuvieron otra cosa en común: eran autores incansables y lo eran para mantener su nivel de vida. Sus casas, sus mujeres, sus viajes, su retiro para escribir necesitaban producir cuantiosamente y también que sus obras se vendieran. Público no les faltó y al autor nacido en Canarias y que pasó su vida entre Madrid y Santander puede decirse que fue el primer autor de best-sellers de la historia española, con el añadido de que fueron best-sellers de calidad.

Ahora que se cumple el centenario de su muerte, se recupera la figura de un hombre de las letras cuya ingente obra fue escrita en buena parte en Santander. En el momento del recuerdo, cuando todos los que le amaron y odiaron ya no existen, es fácil recuperar a un Pérez Galdós institucionalizado, perfectamente masticable y digerible, despojado de las aristas de quien rechazó y fue rechazado por una sociedad burguesa que no le perdonó su pensamiento anticlerical y liberal, con todas las contradicciones que la vida le hizo incurrir.

La mujer

Una de esas aristas, tanto literaria como social, fue su relación con la mujer. El intelectual de prosa incansable y prodigiosa puso en pie personajes femeninos con una profundidad psicológica pocas veces vista antes. Sus personajes eran retratos de mujer hechos con extremada agudeza y finura, mientras que sus personajes masculinos se liquidaban con brochazos, brochazos de un maestro, como si no le merecieran mayor interés. Las mujeres, así, adquieren un especial relieve y espesor en su obra, trasunto de sus relaciones personales con otras mujeres, estas de carne y hueso, con las que nunca se casó, pero a las que amó.

Entre sus amantes 'reales' predominaron escritoras, actrices y cantantes que pertenecían al mundo que él frecuentaba, ya que tuvo una producción teatral importante. Pero también hubo mujeres ajenas a este mundo, como Lorenza Cobián, la asturiana robusta de trágico final, como el personaje de Fortunata, a la que el escritor puso casa en Madrid y Santander, pero con la que no pudo convivir más que con ocultamiento pese a que le dio su única hija, María.

Factoría Galdós

Este episodio tuvo por escenario la capital de Cantabria, a donde Galdós se retiraba todos los años para huir del calor. Más que un veraneante, como se le suele retratar, Galdós tuvo en Santander su segunda residencia. Era un residente 'fijo discontinuo', de ahí su adopción por los santanderinos como algo propio, compartido con madrileños y canarios.

En Santander adquirió la finca San Quintín en donde erigió su casa, de la que ya no queda rastro, por lo que puede decirse que el paso de Galdós por la capital ha dejado un legado simbólico pero no físico. A diferencia de los veraneantes al uso, la casa de Galdós en Santander era un lugar de trabajo. En la capital encontró, desde 1892 (aunque la frecuentó durante los veranos desde 1871 en que se alojaba de alquiler), un lugar fresco, lejos de los calores de la meseta, que se podía recorrer andando y de una gran belleza. En San Quintín, Galdós abrió realmente una factoría que lo revelaría como el Dickens español: ocho novelas, 14 Episodios Nacionales y 11 obras de teatro salieron del lugar. También fue un polo magnético que trajo a numerosos visitantes ilustres, tanto del lugar como foráneos.

Santander no supo retener la memoria galdosiana ni convertir en museo una quinta que acabaría bajo la piqueta el siglo pasado. Guerras y dictaduras tiraron los esfuerzos que diversas personalidades, como José Estrañi y José del Río Sainz 'Pick', llevaron a cabo para que la casa fuese museo y los manuscritos y bienes muebles se exhibieran a los aficionados a la literatura y a la obra del escritor canario.

Las Palmas de Gran Canaria rescató los manuscritos y muebles, pero la casa en sí desapareció, una de las mayores tragedias patrimoniales que ha vivido la capital cántabra, hasta el punto de que Galdós ha desaparecido de la memoria de las jóvenes generaciones, como si el cerebro de la ciudad hubiera sido lobotomizado, estirpando las circunvalaciones de aquel burgués tan poco burgués. Aquellos que odiaron su existencia y lo que significó su obra consiguieron borrar su paso aprovechándose de la incuria de las autoridades locales, provinciales y nacionales.

Dinero

Su genio como escritor no lo trasladó a su vida cotidiana. Galdós ganó mucho dinero, y los derechos de sus obras llegaron a alcanzar sumas exorbitantes para la época, pero, sentimental y dadivoso, fue incapaz de tener la cartera cerrada. Galdós fue víctima toda su vida de usureros, que le consumían sus ganancias, y no tuvo reparos en acometer grandes dispendios para mantener un tren de vida, amantes e incluso para ofrecer dinero a cuantos sablistas, truhanes y personajes variopintos le salían al paso a diario.

Llegada la hora es de los homenajes a quien su quinta fuera demolida y tampoco tuviera suerte con sus coetáneos. Lejos parece ya el tiempo en que la Academia sueca del Premio Nobel recibía misivas para boicotearle el galardón, cosa que se consiguió. Esa misma España ingrata y cainita está ahora ausente del recuerdo y la obra del viejo anticlerical y regeneracionista que vivió una época en que las vidas se perdían en epidemias y guerras coloniales absurdas y las aristócratas se cruzaban en la calle con las costureras.

Galdós fue un liberal en lo político y en lo personal: su amistad inquebrantable con personaje tan reaccionarios como José María de Pereda o Marcelino Menéndez Pelayo lo demuestra. Demuestra hasta qué punto pueden llegar las diferencias políticas y qué ámbitos no han de traspasar jamás, lo que no es mal legado.