Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Declaración de amor (y esperanza) a la juventud
Está de moda poner a parir a las y los jóvenes. Es un deporte facilón que sólo practican, de forma exclusiva personas como yo: adultos apoltronados en su poder simbólico dentro de esta sociedad adultocéntrica —esa que minusvalora las opiniones, las dudas y los derechos de niños, niñas, adolescentes, jóvenes y personas mayores—. Los jóvenes son el imán que atrae todo lo que criticamos y, a veces, envidiamos: no quieren trabajar, son débiles y poco proclives al sufrimiento, no leen ni gustan del cine, individualistas a muerte, caprichosos y obsesionados con su bienestar, enganchados a las pantallas y a los gimnasios, y ahora los acusamos —el último descubrimiento— de ser (casi) todos y todas de ultraderecha.
En realidad esos males que achacamos a la juventud son los mismos que cargamos las personas adultas, pero es mejor escupir hacia abajo y así no nos salpica. Algo sencillo de entender —excepto para una persona adulta— es que si una parte de la juventud es así será porque alguien (alguienes) los ha educado, les ha dado “ejemplo” y les ha explicado (mal) de qué va esto de vivir. Si quiere encontrar a ese alguien deleznable le invito a que se mire al espejo y quizá comience a atisbar su contorno.
El último grito de esta efebifobia —que también hay palabro para la aversión a la juventud— es el de acusarles de la inminente llegada al poder de la ultraderecha, así que me centraré en esta acusación que por generalizadora ya debe estar errada.
Sabios y sesudos sociólogos, politólogos y otros todólogos de las tertulias nos advierten de que el voto a la ultraderecha tiene acné y gusta del botellón. De hecho, el barómetro del CIS de principio de año ya indicaba que la intención de voto a Vox se dispara entre varones que tienen entre 18 y 24 años de edad. Los expertos nos explican que este ‘carasolismo’ desilustrado tiene que ver con dos hechos: una reacción antifeminista en varones jóvenes desorientados por la pérdida de “privilegios” y, por otra parte, el espíritu antisistémico de una juventud que encuentra en las organizaciones más radicales de la ultraderecha el lugar donde canalizar ese ímpetu subversivo de las personas más jóvenes.
Pues ya está… declaro mi amor y mi esperanza en la juventud antisistema. El problema, entonces, no es que ellos y ellas no crean en este sistema de la precariedad, la hiperproductividad a costa de la vida, la corrupción, la desigualdad (Forbes dixit), y la violencia estructural; el problema debe ser que en el ‘supermercado’ político y de las organizaciones sociales no encuentran otro espacio donde expresar su rabia y malestar que en esa banda de musculados nazis que repiten que esto es una mierda constatando lo que es pero ofreciendo un futuro aún peor, cargado de resentimiento y de enemigos ficticios. El problema puede radicar, en el caso de los varones, en que nos les hemos ofrecido masculinidades decentes donde sentirse cómodos y valorados: somos buenos para cuestionar pero no para abrir horizontes ilusionantes.
El problema, el gran problema de fondo, es que los partidos o formaciones que dicen ser de izquierdas se han convertido en las grandes entidades “conservadoras” del sistema, incapaces de imaginar nuevas formas de gobierno y de convivencia donde se pueda disfrutar de salud y educación públicas —entre otras cosas— sin tener que soportar a cambio este expolio de la vida que practican los verdaderos dueños del poder. “Conservar” jamás ha sido asunto de jóvenes y ante la falta de perspectivas “constructivas” la “destrucción” parece un gancho amable. El problema, uno de los verdaderos problemas de fondo, es que la tendencia moralizante de algunas izquierdas o movimientos antisistémicos puede llegar a ser tan asfixiante como un sermón de domingo en el púlpito y muchos jóvenes reaccionan con una inflamación del ‘fascio’ de difícil control.
Declaro mi amor a estas generaciones jóvenes que saben que esto no les gusta, aunque no tengan ninguna utopía decente a la que abrazarse. Declaro mi esperanza en una juventud capaz de identificar el problema pero carentes de alternativas re-humanizantes en las que canalizar su energía.
Las y los adultos convencionales le ofrecemos a la mayoría de la juventud cuatro vías para encauzar su espíritu anti sistema: el consumo y la acumulación —eso está reservado a muy pocas jóvenes—, el narcisismo —traducido en pantallas, espejos y gimnasios—, las pastillas —porque hemos patologizado la vida—, o los escuadrones de protonazis en los que buscar la identificación de tribu. Por supuesto que otras y otros encuentran caminos en los feminismos, en los ecologismos o en el activismo cultural. Pero permítanme que les recuerde que tendemos a tomar los caminos de la vida más evidentes o fáciles. Igual que es más sencillo, cuando se es adolescente, jugar al fútbol que aprender a tocar el corno francés, es más fácil ser un ultra político o deportivo que optar por militancias periféricas e invisibilizadas que obligan a gestionar privilegios varios (masculinidad, blanquitud…).
Así que… sí… declaro mi amor y mi esperanza en la juventud antisistema y espero que, ya que el mundo adultocéntrico no les ofrece utopía alguna, sean ellas y ellos los que terminen organizándose para construir mundos posibles bien lejanos de la ultraderecha que ni ellos —ni desde luego nosotras— somos aún capaces de imaginar. El devenir no puede impedirnos imaginar ese porvenir.