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De divos, de pactos y de gobiernos

El pasado sábado sonó Tosca en la Ópera de Viena. El público, completamente entregado, pudo disfrutar una vez más de este melodrama de Puccini y de las magistrales interpretaciones del tenor alemán Jonas Kaufmann (el favorito de Angela Merkel) y de la soprano rumana Angela Gheorghiu (diva de todos los santos). Buen ambiente, palomitas virtuales, aplausos y algunas de las mejores voces del momento se entremezclaron para crear un divino baile de cuerdas vocales.

Todo transcurría con normalidad cuando, ante una magistral interpretación del artista teutón de la conocida aria E luceven le stelle, el público austriaco comenzó a aplaudir y a aplaudir y a aplaudir y a aplaudir durante más de cinco minutos. Como premio, en mitad de la obra, con los músicos y el resto de artistas esperando, Kaufmann repitió el aria y la gente enloqueció.

Después de aquel momento de gloria, la obra continuó. Instantes después, en el momento en el que le tocaba entrar a escena nuevamente a la Gheorghiu, la Gheorghiu no entró. La complicidad y sensualidad que habían exhibido ambos durante la actuación quedaron irremediablemente truncadas por aquel “bis”.

Las versiones oficiales cuentan que fue un despiste, que pudo desorientarse, quizá, encontrarse mal, que, que, que… que ya sabéis, que probablemente, no pudo coger un cuchillo y un tenedor, trocear su ego de soprano, comérselo y esculpir una cínica sonrisa en su cara por el bien común.

Pactos

El bien común, ya sabéis. Cuando leí la noticia, lejos de pensar en Tosca, mi mente me transportó a la normal anormalidad de nuestra actualidad política. Este momento en el que un Gobierno en funciones sigue más ajeno que nunca al Parlamento y en el que el Parlamento no es capaz de ponerse de acuerdo para formar un Gobierno.

Veo a dos artistas enfrentados por el favor de un público e imagino a nuestros políticos intentando hacer lo mismo sobre el escenario, dilucidando quién la tiene más grande, mientras se suceden los actos de una obra melodramática de paro, estancamiento, corrupción, analfabetismo funcional, viajes a Suiza y a Panamá e inestabilidad territorial.

Que si tú sí, que si tú no, que si el abuelo puede, que estoy cantando yo, que ahora yo no salgo, que este “bis” es para mí, que ahora yo hago una consulta completamente enfocada, que ahora la hago yo, que ahora yo planteo otra ocurrencia, que yo permanezco en las sombras porque haga lo que haga (o no haga lo que no haga) tres de cada diez españoles me van a votar…

El aria final

Y, mientras tanto, muchos de nosotros permanecemos atónitos ante el despropósito (independientemente, de cuáles sean nuestras inclinaciones políticas o sexuales), sabiendo que no hay solución y que la obra nos conducirá a unas nuevas elecciones donde unos van a perder mucho menos de lo que merecen perder, donde otros perderán lo justo para tener una excusa para seguir matándose entre ellos, donde la unión de otros hará que se beneficien sustancialmente de una ley electoral que odian y donde los últimos recibirán con los brazos abiertos los votos que unos y otros se van dejando en el camino.

Resumiendo: que al final volveremos a estar más o menos en la misma situación. Todos los movimientos serán insuficientes porque los pactos naturales no sumarán la mitad más uno. Es decir, que o se ponen de acuerdo ahora, después de las próximas elecciones o después de siete convocatorias electorales más Ciudadanos y Podemos (porque para el PSOE ambas posibilidades son naturales al estar sentado en el centro de ambos) o no hay nada que hacer. No habrá ópera que valga, vamos, no habrá ni ópera ni zarzuela ni canción de Bisbal ni temazo de Kiko Rivera.

En fin, que si no se consigue esto, seguirán mandado eternamente en funciones Mariano Rajoy y su inglés y sus pensamientos inconexos y los Soria, Barberá, Camps, Granados y Bárcenas de turno. Toda una tortura para siete de cada diez españoles que verán cómo la soprano, el tenor, el barítono, el director de la orquesta, la segunda viola y el loco de los crótalos no consiguen terminar de una vez con este sainete que un día quiso ser ópera.

NOTA DEL AUTOR: si excluyo al PP de posibles pactos es porque, primero, el PP se ha autoexcluido de cualquier negociación y, segundo, con los casos diarios de corrupción entre sus filas que salen a la luz, veo muy difícil que nadie pueda pactar con ellos sin mancharse (por lo menos, mientras no haya depuración de responsabilidades y gente nueva).

El pasado sábado sonó Tosca en la Ópera de Viena. El público, completamente entregado, pudo disfrutar una vez más de este melodrama de Puccini y de las magistrales interpretaciones del tenor alemán Jonas Kaufmann (el favorito de Angela Merkel) y de la soprano rumana Angela Gheorghiu (diva de todos los santos). Buen ambiente, palomitas virtuales, aplausos y algunas de las mejores voces del momento se entremezclaron para crear un divino baile de cuerdas vocales.

Todo transcurría con normalidad cuando, ante una magistral interpretación del artista teutón de la conocida aria E luceven le stelle, el público austriaco comenzó a aplaudir y a aplaudir y a aplaudir y a aplaudir durante más de cinco minutos. Como premio, en mitad de la obra, con los músicos y el resto de artistas esperando, Kaufmann repitió el aria y la gente enloqueció.