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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

La leyenda negra, la leyenda rosa y la educación

López Obrador.

Pedro Merino Múgica

La petición de López Obrador dirigida al Gobierno español para que éste pida perdón por lo ocurrido durante la conquista de América ha generado toda una cascada de declaraciones de dirigentes políticos e historiadores de diverso pelaje. Lo cierto es que pedir perdón por hechos ocurridos hace medio milenio parece bastante extemporáneo, tal y como han señalado muchas voces; no pocas veces se ha abordado la diferencia entre la culpa individual y la responsabilidad colectiva, y si bien las fronteras son difusas y elusivas, es evidente que no son lo mismo. En este sentido, no es comparable el debate suscitado por estas declaraciones (más orientadas al consumo interno que externo) que el abierto por Daniel Goldhagen con respecto a la Iglesia católica y el Holocausto, por la sencilla razón que, en el caso mexicano, todos los actores llevan siglos muertos.

Sin embargo, más allá de los memes irónicos y de señalar lo (políticamente) interesado de la cuestión, el debate mediático oculta algunos aspectos más importantes y menos abordados, pero no por ello menos inquietantes. Y es que muchas de las intervenciones muestran una preocupante falta de un mínimo rigor histórico, mostrando un profundo desconocimiento de nuestra historia, tanto por parte de los que han visto la propuesta con buenos ojos como por parte de los que la han criticado. Así, la dirigente de Podemos Ione Belarra, afirmaba la necesidad de crear una “memoria democrática y colonial” sobre el pasado, ignorando olímpicamente las diferencias entre la memoria personal, la memoria histórica o la memoria colectiva, transponiendo medio milenio atrás el debate de la memoria histórica referida a la guerra civil y a la dictadura (donde sí que tiene plena vigencia).

Declaraciones indocumentadas

Más indocumentadas han sido aún las declaraciones de los políticos de la derecha. Las palabras del nuevo “doberman” del PP, Suárez Yllana, alimentan - y se basan en- una mítica visión de la conquista española como “integradora” para con los pueblos indígenas, frente a la segregadora y exterminadora de los británicos. Convendría recordar que el carácter mestizo del imperio colonial español poco tuvo que ver con la tolerancia en el sentido actual: en realidad, fue fruto de una política colonial basada en una migración fundamentalmente masculina (hasta 1540, apenas el 5% de los colonizadores fueron mujeres), por lo que la unión con indígenas (en muchas ocasiones, fruto de violaciones) no tenía alternativas reales. Por el contrario, en la colonización anglosajona tuvo un peso mucho mayor la emigración del núcleo familiar, por lo que el mestizaje fue menor. Muestra de que la política colonial castellana poco tenía de tolerante fue la prohibición de emigrar a judíos, gitanos, homosexuales, moriscos o, incluso, a cristianos nuevos (conversos). Además, esa sociedad multirracial degeneró en un sistema de castas, en el que el color de la piel era el primer condicionante a la hora de señalar el lugar de cada persona en la pirámide social.

Si no parece razonable que España pida perdón por acontecimientos de hace cinco siglos, menos aún que América “dé las gracias”, tal y como sugirió Yllana. Y es que, pese a que las cifras siguen estar claras, como tampoco lo están el peso concreto de las diversas causas, lo que sí que es indudable es la brutal caída demográfica que la llegada de los europeos (no sólo peninsulares) supuso para América. Un ejemplo podría ser el valle del Yucatán, donde el millón y medio de habitantes en 1520 se había reducido a 70.000 un siglo después.

Leyenda rosa y carencias educativas

Si las declaraciones de López Obrador tienen un trasfondo de propaganda política, no menos lo tienen las de los dirigentes de la derecha española, imbuidos en los últimos tiempos de un nacionalismo crecientemente beligerante. El problema es que dicho nacionalismo bebe (y vive) de unos tópicos históricos alimentados por la escuela y la historiografía franquista, que si bien los historiadores actuales no suscriben bajo ningún concepto, han permeado la mentalidad popular, mostrándose la educación actual incapaz de desmontar.

En ese sentido, los tópicos sobre la gloriosa conquista de América son una muestra de esa incapacidad para lograr que el conocimiento histórico riguroso llegue al conjunto de la ciudadanía. Una vez desmontada la “leyenda negra” construida por parte de la historiografía anglosajona, parecía que el rigor podría enseñorearse de este campo del saber. Sin embargo, frente a la “leyenda negra”, crece una ola revisionista que busca sustituirla por otra visión legendaria, esta vez “rosa”, que nos retrotrae a la visión teleológica de la “España imperial” propia del franquismo (por la Cruz a la Luz).

Lo cierto es que sería ilusorio pensar que el conocimiento histórico se construye entre la ciudadanía sólo a través de las aulas; en realidad, diversos estudios parecen mostrar que los currículos escolares tienen mucho menos peso que otras formas de aproximarse a la Historia (desde documentales a la web). Sin embargo, no hay que desdeñar las carencias en la formación histórica que sí son responsabilidad del sistema educativo. Un ejemplo palmario es la incapacidad para abordar, aún a día de hoy, nuestra historia más reciente: una encuesta de hace unos años mostraba que más de un tercio de los españoles no había recibido en las aulas ni una sola noción sobre el franquismo. Otra encuestar realizada entre el profesorado cántabro en 2018 mostraba que la mitad de los docentes consideraba que apenas se prestaba atención a la dictadura en el Bachillerato, por diversos motivos.

Un caso paradigmático: los reconcentrados

Ni siquiera es necesario recurrir a nuestras etapas más recientes. En línea con el debate suscitado por las declaraciones de López Obrador, un sucinto repaso a los manuales de Historia de España de 2º de Bachillerato muestran un nulo interés por mostrar adecuadamente el episodio más siniestro de la postrera historia colonial española en América: las reconcentraciones llevadas a cabo por Weyler durante la Guerra de Cuba, que provocaron la muerte de entre 170.000 y 300.000 cubanos. Libros de editoriales tan consagradas como Santillana ni siquiera mencionan los campos de concentración. Otros, mencionan las “reconcentraciones” sin explicar lo que fue, o se limitan a hablar de las “duras consecuencias del hambre y las epidemias” (Vicens Vives, Anaya...) sin explicitar que fueron causa directa de una política bélica consciente. Sólo una editorial (Ecir) da cifras de muertos, minorizándolos, y relegando la explicación a un glosario que el alumno nunca mira. Ningún libro recoge las palabras del político liberal José Canalejas, en las que afirmaba que se había provocado la muerte de la tercera parte de la población rural, cifrando las víctimas en 400.000.

En definitiva, y una vez más, lo preocupante del debate público no es sólo su acritud, sino la ya asentada tendencia a construir opiniones sin ninguna base documental, sin ningún rigor científico, sin ninguna vergüenza por manosear cualquier tema para lograr atraer un puñado de votos alimentando cualquier baja pasión (desde el nacionalismo exacerbado al miedo). En un mundo en el que buena parte de la clase política parece que ha abdicado totalmente de una de sus funciones, el hacer una pedagogía racional, sería conveniente que los docentes redoblaran su apuesta por la construcción de un conocimiento crítico y racional. Y en el ámbito de las Ciencias Sociales, ello pasa por desmontar leyendas de cualquier color, negras o rosas.

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