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‘Meríocracia’

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He decidido, en un acto de autoridad sin parangón, otorgarme la Medalla de Platino al Mérito Cántabro con Distintivo Azulón con Toques Malva en base a los méritos que yo mismo me reconozco. El amor a la tierruca y una tonada que ando aprendiéndome aunque todavía no me salga del todo bien justifican el honor.

Me lo merezco. Tanto como la autodenominada como Princesa de Asturias se merece la Gran Cruz del Mérito Naval después de su crucero retransmitido en el que supuestamente ha afianzado “los valores del honor, valor, disciplina y lealtad que definen nuestra Escuela Naval Militar”.

Me lo merezco tanto como esta muchacha, cuyo mérito para ser heredera de un trono es haber sido engendrada por el anterior heredero del trono que hizo méritos suficientes para ponerse la corona después de que el papá emérito y fugado le impusiera algunas medallas similares antes de cederle el magnánimo sillón.

También me merezco la medalla de Oro de Potes tanto como Leonor se ha ganado la Medalla de Oro de Galicia por méritos que ella describió con detalle: “Mi vida en la ría de Pontevedra ha sido intensa y exigente, pero también he podido disfrutar del buen ambiente en cada lugar que pise, y de la comida, sobre todo los furanchos”.

Si es por eso, meu irmán Xurxo merecería unas siete medalla de oro de estas porque no hay furancho que no se haya bebido ni ría en la que no haya estado a punto de ahogarse, pero él está optando al salario mínimo vital, que es como la medalla de oro pero de los supervivientes.

El papá de Leonor, un tal Felipe perdió unos cuántos títulos al conseguir el trono por méritos propios —es decir, haberse criado en un palacio—. El pobre dejó de ser príncipe de Gerona, duque de Montblanc, señor de Balaguer y príncipe de Viana. Y mira que molaban esos cuatro, aunque a cambio tiene como 30 distinciones de lo más rimbombantes, es capitán general de los tres cuerpos de las fuerzas armadas sin haber librado ni una pelea en el patio del colegio, y tiene las llaves de oro como de 14 ciudades y pueblos —algo que, además de responsabilidad, supone un peso metálico esperpéntico—.

Pue eso, que me río de la meritocracia en este país en el que se reparten medallas y títulos como churros y en el que la mejor orla es la del colegio del Opus al que fuiste o las páginas del Hola que compartes con otros de tu calaña.

Es una ‘meríocracia’ que desestimula cualquier esfuerzo porque la lectura inversa a lo de la “cuna de oro” es que si naces en una cuna de aglomerado, tu vida estará ya marcada por ese designio.

Así que no es de extrañar que, excepto por los baby boomers —la generación más ‘bienportada’ del último siglo—, nadie se crea el rollo de la meritocracia y ahora sólo 1 de cada 4 jóvenes en España, entre 16 y 24 años, cree que el éxito depende únicamente del esfuerzo y los méritos propios.

Y es que no depende. En este reino de España que siempre regresa después de huir con la corona entre las piernas, la estructura de la élite trata de estar intacta. Lo intenta, al menos. Para lograrlo, resurgen cada cierto tiempo, se aplauden entre ellos y constituyen clubes nostálgicos en los que la marca más barata es Dior.

En Cantabria podemos presumir de apellidos que llevan manejando el cotarro desde hace siglos. Ahora se agrupan en determinadas ‘logias’ que llevan un vida paralela a la del resto de los mortales. Por ejemplo… ¿usted sabía de la existencia del Ilustre Cuerpo de Hijosdalgo de la Montaña y Antiguos Solares de Cantabria (ICHMASC)? Ahí se reúnen, hacen sus misas, cocteles y actividades ‘benéficas’ apellidos como Mendoza, de la Vega, Velasco, Castañeda, Ceballos, Barreda, Villa, Bulnes, Terán, Mier, Concha, Portilla, Mazarrasa, de Diego, Machín, Llamosa, García de Lago, Agudo, Zorrilla, Abad, del Portillo, Valle, de Luz, Tovar, Olea.. Luego dicen que el asociacionismo está de capa caída.

Estos “linajes montañeses” se mezclan y agitan entre ellos, invitan siempre a sus actos a los representantes de las fuerzas armadas —le gustan los uniformes tanto o más que las medallas y las capas— y aseguran que hay “una necesidad histórica para los descendientes actuales de esos hidalgos, (de) volver a agrupar a todos los nobles, Títulos, Caballeros, e Hijosdalgo de Cantabria”. Una vez reunidos —y dicen ser ya más de ochenta— se proponen, entre otros imprescindibles objetivos vacíos de sentido, “[O]bservar y mantener las tradiciones y códigos de conducta propios de la nobleza española” y [O]bservar los ideales de la secular caballería cristiana, observándose especialmente los de generosidad y misericordia, que se manifestarán mediante la promoción de labores asistenciales hacia los colectivos sociales más desfavorecidos“.

Pues salvados estamos con esta ‘meríocracia’ que para aceptar la membresía no pide títulos en Harvard o en la Universidad de Cantabria, sino “comprometerse a la defensa de los valores tradicionales de la hidalguía, de la Patria Española y de S.M. el Rey con su Real familia” y “[P]robar fehacientemente la nobleza por título del reino o por hidalguía, por línea recta agnática —por cierto, el palabro significa: parentesco basado en la línea masculina de descendencia—, para ello serán validas las copias autentificadas por notario o equivalente”. Menos mal… ya llamo a mi notaria de cabecera a que rastree cualquier gota de sangre hidalga.

Por si las misas y los nobles objetivos del ICHMASC no fuera suficiente, en Cantabria tenemos a otra banda organizada muy anclada en la ‘meríocracia’. Se trata del Cuerpo de la Nobleza de Cantabria. Estos tienen condiciones de membresía similares pero van más allá y ofrecen medallitas varias, reconocimientos y un uniforme “fabricado por nuestro sastre a medida y en exclusiva para cada nuevo miembro de la corporación en la mejor lana merina, sobre el tejido totalmente negro se borda en hilo de oro las hojas de los robles, encinas... y otros árboles autóctonos de Cantabria”. Pues ya estaría. Pero, por si les faltaba algo, nombraron —¡y aceptó!— como Prior de la Orden propia del Cuerpo de la Nobleza de Cantabria a “Su Eminencia Reverendísima el Cardenal Don Carlos Osoro, Arzobispo Emérito de Madrid”.

Me río por no llorar, pero confieso que estos mundos paralelos —que son los que nos desgobiernan— me fascinan y pagaría unos meses de salario por poder satisfacer mis pulsiones voyeristas observando por una ranura de una puerta de lo que los denominan como el “Palacio del Marqués de Casa Pombo” una de sus cenas de gala y de decimonónica caspa. Pero claro, mi salario de licenciado con máster no les sirve ni para los primeros bocaditos del coctel de Navidad. Me quedo con las ganas y me río desde la acracia.