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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

El origen del “Lábaru cántabro”

Manifestación del 1º de mayo de 2006 en Torrelavega. |

Diegu San Gabriel

A raíz de la propuesta de ADIC para el reconocimiento institucional del Lábaru, diversas voces se han alzado para desacreditar la aceptación del símbolo. Se ha cuestionado el fundamento histórico de la enseña, su arraigo popular e incluso hay quienes han tratado de agitar viejos fantasmas con coordenadas renovadas. Dejando al margen, por burdo, esto último; y por evidente lo anterior; nos centraremos en contrastar los argumentos que, con razón o excusa histórica, se han vertido contra el símbolo que ya representa al pueblo cántabro, lo rubrique o no el Parlamento.

Alguien ha debido obnubilarse con el cedro de la bandera libanesa, deduciendo que las banderas salen de los árboles, para reprochar a las demás (o concretamente a ésta nuestra) ser “artificial” o “un invento”. La bandera española, por ejemplo, fue elegida “a dedo” por el monarca Carlos III (el mismo que rechazó la Provincia de Cantabria) de entre las doce propuestas que le presentó su secretario de Estado para identificar a su armada naval.

La actual bandera autonómica, conocida popularmente como “polaca”, tiene su fundamento en la Real Orden que la adjudica a la Provincia Marítima de Santander en 1845, aunque sus expertos electores, casualmente los que con mayor vehemencia han tratado de desacreditar el Lábaru historiográfica y mediáticamente, trataran erróneamente de retrotraer su origen casi un siglo. Sin que esta artificialidad reste un ápice de legitimidad a una enseña, que ganó representatividad y valor sentimental en la lucha por la autonomía.

Sí es cierto que existe una confusión entre dos estandartes de la Antigüedad, el Cantabrum y el Labarum. Ésta, paradójicamente, fue desentrañada por Maroñas y Hierro Gárate en un tríptico editado por la Asociación ADIC en 2007. Pero más paradójico aún resulta descubrir que la confusión no es obra de “nacionalistas cántabros admiradores de Sabino Arana”, sino de eruditos de origen diverso que le antecedieron más de dos siglos, consolidándose en el Ejército español (poco sospechoso de pérfido separatismo).

En 1645, Rodrigo Méndez de Silva hablaba del “Lábaro Cántabro” en su obra Población General de España, mientras en 1681 Francisco Sota, en su Crónica de los Príncipes de Asturias y Cantabria, reproducía la idea de que la “Cruz Cántabra” era el aspa que Augusto habría adoptado en su estandarte imperial llamado “Cántabra”. Tales interpretaciones encontraron eco cuando en 1715 se creó el “Regimiento de Infantería Cantabria” recibiendo como emblema el “Lábaro Cántabro”. A principios del siglo XIX, varios batallones cántabros utilizaron este símbolo en forma de aspa durante la guerra contra el francés, y aún hoy el “Batallón de Infantería Mecanizada Cantabria” lo porta.

La reconstrucción contemporánea de la enseña, obra de Cantabria Unida en los años 70, simplemente mantuvo la confusión generada siglos antes y consolidada ya en la propia denominación. Relaciona el Crismón del Labarum, en aspa, con los cuatro crecientes lunares que aparecen de forma recurrente en cinco estelas gigantes cántabras y, en consecuencia, en el escudo oficial de la Comunidad. 

Estamos por tanto ante una bandera inventada (como todas) que sí tiene recorrido histórico y, sobre todo, representa estética y simbólicamente al pueblo cántabro contemporáneo. Pienso que lo que molesta a algunos es que nuestros símbolos se establezcan por aceptación popular y no por decreto real o un golpe de estado.

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