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Sisín, el hombre que vive dentro de una escultura en Selaya
En Selaya hay una casa, que es a la vez una escultura, y en ella vive Sisín, que así lo conocen todos. Narciso Fernández Sainz, Sisín, nació en la localidad pasiega en 1967 y ahí sigue, viviendo dentro de la casa que él mismo se hizo y que, como toda su obra, no podía ser más que una escultura de grandes dimensiones, que alberga otras esculturas, en un bucle infinito en donde el visitante ya no sabe si está dentro o fuera.
La casa de Sisín es una casa, valga la redundancia, y una escultura, pero también un museo. En ella vive Sisín, con sus dependencias particulares y las salas en donde ha almacenado piezas que han salido de sus manos autodidactas pero sabias, con la sabiduría que da la maestría, unas manos que parecen trabajar solas, con su propia intuición y su personal manual de instrucciones, después de miles de horas de domesticar la piedra y la madera en todas sus variantes.
Pero vista desde fuera, en lo alto de su finca, tras franquear cancelas forjadas y sortear fuentes y más piedras, se yergue la vivienda-escultura-museo, toda ella forrada de piedra, con esculturas y juegos de agua por aquí y por allá, y un tejado en la planta superior, aupado sobre grandes ventanales y rematado con una chimenea, presidida a su vez por un gran huevo, cómo no, de piedra.
La casa como un armazón que recubrir de piel escultórica para albergar piedras escultóricas y a su autor.
El catedrático de Historia del Arte de la Universidad Autónoma de Madrid, Juan Antonio Ramírez, recogió esta singular construcción en su libro 'Escultecturas margivagantes. La arquitectura fantástica en España', un título en parte misterioso y en parte aclarativo de esta y otras construcciones singulares repartidas por todo el país.
Porque entre lo misterioso y lo fantástico baila este hogar inclasificable, a cuyo porche recibe Sisín al visitante con sus grandes manos de escultor y una sonrisa no menos grande. Ya en el interior, se suceden estancias como el taller, que revela la intimidad de los útiles de trabajo, y el museo, el cual guarda decenas de piezas por doquier, una pequeña representación de toda una vida dedicada a arrancarle a la piedra y a la madera la materia superflua y repartir el resultado por toda la geografía nacional.
Hay ejemplos figurativos, incluso hiperrealistas, como las tallas en madera, útiles comunes y prendas de vestir y calzados actuales. Hasta uno tiene la tentación de descolgar de una percha una cazadora… de madera. Pero también hay piezas de corte simbólico, desde representaciones religiosas hasta otras más profanas, en las que destacan las figuras animalescas y, sobre todo, la figura de la mujer.
La espiritualidad de otras recuerda la depuración de líneas de un Moore o los juegos surrealistas, sin dejar de hacer una pasada por el concepto orgánico de Gaudí, que parece escaparse al exterior y trepar por las fachadas.
Accionando un mecanismo, Sisín pone en juego sucesivas cascadas de agua, haciendo de su casa un artefacto multisensorial, que no apela solo a la vista, sino también al oído (y por supuesto al tacto, porque es imposible pasar sin tocar la piedra). También el agua brota de una pilastra coronada por una cabeza en el exterior. Y hay agua además en pequeños aljibes y canalizaciones. Las puertas, para no ser menos, también están esculpidas y la forja del metal está presente hasta poblar las alturas con aves que quisieran ser gárgolas sin atreverse a tanto. La luz de los valles pasiegos, y también la humedad y el frío invernales, son otras apelaciones a los sentidos que complementan el efecto de la 'escultectura' de Sisín.
Por la concepción orgánica del edificio, que parece hecho de materia bulbosamente viva, por su decoración exterior suplementaria con bajorrelieves y pequeñas piezas exentas, por el uso de la piedra en general, por los juegos en ventanas, tejado y chimeneas, integrados en la estructura, la casa-museo-escultura de Selaya es una invitación a asomarse al capricho de la creatividad de Sisín, multisensorial y extravagante, cálida y fría, árida y húmeda a la vez.
Al final, la casa ni es casa, ni escultura, ni museo. Lo que Sisín ha cincelado en piedra en Selaya ha sido un manifiesto, vital y creativo. Toda una declaración de intenciones. Ahí queda.