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Sobrellevar a los poetas vivos

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Decía Luis Cernuda: “¿Qué país sobrelleva a gusto a sus poetas? A sus poetas vivos, quiero decir, pues a los muertos, ya sabemos que no hay país que no adore a los suyos”. 

El último Premio de las Letras Ciudad de Santander, Alberto Santamaría, me ha traído a la memoria esta irónica, pero no menos cruda frase, del autor de ‘La realidad y el deseo’, uno de los grandes grandes de la poesía española del siglo XX, que tuvo que exiliarse por la Guerra Civil.

Santamaría, a quien desde aquí felicito por el reconocimiento, tiene dos problemas: es muy bueno y está muy vivo. Se preguntarán ustedes: ¿Dónde está el problema? El problema, realmente no está en él, está en los que están igual de vivos pero que no son igual de buenos. Espero que no llegue a la situación de tener que parafrasear a Catulo (hoy estoy de un pedante subido, disculpas) cuando dijo “sed fieri sentio et excrucior” (“así lo siento y lo sufro”). 

No sé si Alberto será consciente de su posición en el panorama creativo cántabro, porque como todo el mundo sabe, Salamanca, en donde reside, no estará muy lejos, pero las comunicaciones son tan malas que hacen que lo parezca. Sin embargo, como buen cántabro ya se habrá acostumbrado a los elogios de sus paisanos y a los silencios envenenados que por lo general siempre llegan sin previo aviso y por la espalda. 

Porque, como decía Oscar Wilde: “Cada acierto nos trae un enemigo. Para ser popular hay que ser mediocre”.

Para quien la popularidad se la trae al pairo, ser reconocido en su tierra -sus lectores y sus iguales ya lo hicieron hace tiempo- no deja de ser un hecho insólito, por lo cual me ha alegrado doblemente la noticia. También me ha alegrado la valentía del jurado, porque reconocer lo obvio a veces puede ser un ejercicio de valientes. Tampoco puedo olvidarme del Ayuntamiento de Santander, que no me duelen prendas en reconocer que ha acertado.

Torrelaveguense de 1976, catedrático de Teoría del Arte de la Universidad de Salamanca, Santamaría es un grafómano que toca todos los palos y todo lo que toca lo hace bien. Buen poeta, buen ensayista, buen narrador. 

Alberto, bajo su sempiterna sonrisa, tiene un espíritu poco acomodaticio y la tentación imperdonable de decir (y escribir) lo que piensa, por lo general sobre literatura y arte, cosa que no molesta a nadie, pero también sobre la sociedad en que vivimos inmersos, cosa ya más problemática. Pero de todos es conocido su ideología de izquierdas, su desapego de la burocratización de la cultura y la enseñanza, y su actitud combativa por la recuperación de la memoria, que es otra manera de decir, por hacer justicia a los que ya no están.

Llegarán más premios y reconocimientos (yo estoy convencido que muy importantes) pero la tarea de este autor, generoso como no he conocido igual, ahora es escribir, en este presente que sabemos que es lo único cierto, seguir escribiendo al dictado del cómitre impenitente de su vena creadora, que ya tendrá tiempo de morirse y ser adorado cernudianamente, entonces sí, por todos sus paisanos.