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Viva el turismo, muera la inteligencia

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El turismo en Cantabria es hoy, como ha ocurrido en tantos otros lugares de España desde que el franquismo decidiera apostar por convertir España en la playa de Europa, más que un mero sector; se trata, más bien, de un sistema que abarca por completo la realidad socioeconómica de la comunidad autónoma, aspirando a ser el principio regulador y articulador de nuestra sociedad.

No hay más que ver para quién proyecta y legisla el Gobierno del PP: para ese ente abstracto tan concreto, “el sector”, no para la ciudadanía. La carretera turística de Reinosa-Potes rechazada por 200 expertos que firmaron el manifiesto promovido por Cantabristas, el parking de pago para autocaravanas de Mataleñas en una zona protegida, la posibilidad de crear áreas de autocaravanas en el parque protegido de Oyambre por cuya protección tanto se ha luchado en esta tierra, la pista libre otorgada a la construcción de viviendas, incluidas de uso turístico, en suelo rústico y un decreto sobre viviendas de uso turístico que no solo no lucha contra el alza de precios sino que abre la puerta a los grandes fondos para que especulen con la vivienda son claras pruebas de ello.

Ya hace tiempo que nuestros colectivos sociales lo vienen diciendo. Desde bien pronto desde CNSV se ha insistido en que necesitamos una Cantabria para vivir, no ser un parque temático para el turismo. La masificación es evidente pese a que las autoridades no solo no toman medidas, sino que se dedican a negarlo. Y los datos son incontestables: Cantabria recibió, según datos oficiales, más de 2,1 millones de turistas en 2024, casi 4 turistas por cada habitante. Las pernoctaciones ascendieron hasta los 6 millones en 2024, y en junio de este año se elevan ya un 8,7%. Somos la tercera comunidad que más viviendas destina a uso turístico según el INE, solo superado por Canarias (4,08%) y Baleares (4,06%), ambas muy por encima de la media estatal. Y los municipios sufren este descontrolado acceso de gente sin servicios que lo sostenga: Noja o Laredo lideran los ranking de vivienda esporádica, por encima de destinos vacacionales clásicos mediterráneos hoy profundamente degradados.

Pero que no cunda el pánico, porque a cambio de malvivir con masificación y servicios insuficientes y pese a que el entorno se degrade cada año por efecto de las manadas descontroladas de gente queriendo disfrutar de los mismos enclaves, se abre un futuro rutilante para nuestros hijos e hijas que podrán desempeñar todo tipo de profesiones relacionadas con el sector: camareros/as de bares y restaurantes con contratos de pocas horas, socorristas contratados solo por temporada estival, guías turísticos autónomos/as sin vacaciones pagadas, conductores de autobuses turísticos a tiempo parcial, dependientes en tiendas de souvenirs con salario base y comisiones mínimas, camareras de piso subcontratadas, monitores de deportes acuáticos con contratos eventuales, fotógrafos y/o guías callejeros por comisión o propina, personal de limpieza en alojamientos turísticos con pago por habitación, mozos o mozas de alquiler de tumbonas y sombrillas con pago “a comisión” o sin contrato, monitores de museos con contratos por horas, técnicos de sonido e iluminación para eventos turísticos, cocineros/as de temporada alta, personal de chiringuitos de playa sin alta en la Seguridad Social, traductores e intérpretes de visitas guiadas pagados por servicio, bailarines/as y músicos en hoteles sin garantías laborales claras, botones y mozos de equipaje con sueldos mínimos, repartidores de folletos y captadores de clientes para excursiones por una miseria, conductores de VTC con jornadas extensas, guías de montaña sin contrato estable, personal de casas rurales cobrando en negro por tareas múltiples… El universo que se abre es casi tan infinito como pretendían que fuera Cantabria.

Si echamos a un lado minucias como la estacionalidad, la precariedad y la necesidad de una actitud servil, el futuro está abierto, y en la postmodernidad capitalista que habitamos han de ser los destinos los que se adapten a los turistas y no al revés. Para qué hospitalidad si se puede garantizar casi lo mismo con una buena dosis de servilismo obligado por contrato. Hay que salir de la zona de confort y habitar la pérdida de autenticidad con que amenaza el fenómeno con una buena sonrisa, no se vayan a enfadar los visitantes, que de vez en cuando se vienen arriba para recordar a un vecino molesto que vivimos de su dinero.

Y recordemos, con el filósofo y entropólogo Marc Augé, que el turista es un ser de no-lugares, un ser de espacios de tránsito, consumo y comunicación donde la gente se cruza, pero no hay interacción sino transacción. No-lugares que no estén suficientemente enraizados en la historia, la identidad o las relaciones sociales para ser considerados “lugares” antropológicos. Cantabria, entonces, tendrá que perder personalidad y ganar estandarización buscando ofrecer una experiencia predecible y cómoda al turista, eliminando la incertidumbre y la autenticidad que podrían encontrarse en un “lugar” real. El turista busca, y a menudo encuentra, la seguridad de lo conocido, incluso en una comunidad desconocida o un país extranjero.

Y hablando de turismo, por algo menos de 1.000 euros se organizan tours en jeep o en barco para ver los bombardeos de Gaza: lo llaman turismo de genocidio. Vivimos tiempos en los que ya no es difícil imaginar selfies con un niño muerto de inanición, junto a un hospital bombardeado o frente a cuerpos ametrallados por el sionismo cuando iban a recoger comida. No se me hace más llevadero el genocidio en verano, porque voy por la calle buscando un silencio como el que se sintió en Madrid el 11M, el atronador silencio del dolor por la humanidad herida, pero tan solo nos envuelve el ruido del consumismo deslocalizado que es el turismo estival con sus fiestas, festejos y festivales pero, por positivar me digo a mí misma que al menos ya podemos desgranar el misterio de cómo debía lucir Alemania durante el genocidio y la solución final: como Santander este verano, por ejemplo. Si Millán-Astray viviera hoy, diría, a buen seguro: “¡Viva el turismo, muera la inteligencia!”.