ENTREVISTA Periodista y escritora

Dolores Conquero, periodista: “Quien elige no ver la realidad será siempre más manipulable y peor ciudadano”

“Cuántas veces puede un hombre girar la cabeza y fingir que simplemente no ve lo que pasa”, se preguntaba Bob Dylan en una canción. Dolores Conquero abre con esta cita un ensayo sobre las consecuencias del exceso de empatía que genera la información. Un libro en el que la periodista y escritora cántabra analiza un fenómeno creciente: la evasión selectiva de noticias. Cada vez hay más personas que solo quieren saber lo que les hace sentirse bien, lo que les distrae. “El ser humano nunca antes tuvo acceso, en vivo y en directo, a tanto dolor”, explica en referencia a imágenes como las de Ucrania o Gaza. Esto provoca un fenómeno que no ha dejado de crecer: el exceso de empatía. Personas angustiadas y sobrepasadas que directamente optan por apagar los informativos. El texto ha sido reconocido con el V Premio Internacional Cuadernos del Laberinto del Pensamiento 2024 y se ha presentado esta semana en Santander.

Cuándo comenzó la guerra de Ucrania las imágenes abrían los telediarios y desataron una ola de empatía, pero cuando los conflictos se van alargando en el tiempo parece que nos acostumbramos a convivir ellos. ¿No da la sensación de que estamos cada vez más insensibilizados e indiferentes?

Hay gente se vuelve más indiferente, pero hay otra que sufre en exceso, que se entristece ante tanta información. En todo caso, la indiferencia suele ser más un mecanismo de defensa, la manera que tenemos de protegernos para poder seguir viviendo.

El 38% de las personas evita las noticias, según un informe que cita en su libro. ¿Somos una generación más débil, con menos fortaleza emocional que las anteriores?

Quizá en nuestro día a día, sí. No nos gusta enfrentarnos a la muerte y, con frecuencia, queremos vivir como si no existiera. Pero al mismo tiempo tenemos noticia de todo tipo de desgracias constantemente y por diversos medios. Siempre ha habido guerras o terremotos, pero antes la gente no se enteraba de ellos tan rápido ni se enfrentaba a tantas imágenes terribles de ellos. Es normal que nos cueste gestionar algo así.

¿Tuvo alguna influencia la pandemia en este fenómeno? ¿Agudizó el rechazo de las personas a ver las noticias?

No exactamente. Durante la pandemia hubo auténtica obsesión por ver las noticias. La gente entró en bucle: todo el tiempo queriendo ver, saber, leer sobre lo que pasaba. Y lo que veíamos era todo el rato lo mismo, pero no podíamos parar. Es a raíz de entonces cuando hemos sido plenamente conscientes de lo que era la sobrecarga informativa, de cómo podía dañarnos mentalmente. Pero ya hace 20 años se hablaba del incremento de la alarma social que vivíamos en Occidente, del miedo constante que nos metían en el cuerpo y de hasta qué punto era real o fruto de unos intereses. Hay diversas teorías al respecto. Personalmente creo que el poder siempre prefiere a un ciudadano temeroso, pero no creo en las manos negras ni en maniobras intencionadas. La realidad es más sencilla.

El poder siempre prefiere a un ciudadano temeroso, pero no creo en las manos negras ni en maniobras intencionadas

¿Qué es exactamente la empatía? ¿Va asociada a la compasión, a personas con mayor sensibilidad? ¿Cómo opera en nuestra sociedad?

La empatía es saber ponerse en el lugar del otro y, por tanto, entender su dolor. Hay teóricos que no creen en ella porque piensan que no se puede sentir exactamente lo que siente otra persona, pero a la mayoría de las personas empáticas eso le da igual. Solo saben que sufren por ello y que a veces se deprimen. No todo el mundo tiene capacidad de empatía, por supuesto, pero creo que, sin ella, hace tiempo que nuestra especie habría pasado a mejor vida. Sin empatía no habría solidaridad, por ejemplo.

¿Los periodistas damos demasiadas noticias malas? ¿Hay que buscar un equilibrio o corremos el riesgo de maquillar o suavizar la realidad?

Los periodistas tenemos la obligación de informar de lo que pasa, la solución nunca puede pasar por no dar noticias o maquillarlas, pero sí que podemos intentar equilibrar la balanza, contar más cosas positivas. Hay algunos medios que ya lo están haciendo, que se han dado cuenta de esta necesidad.

Esto genera el debate de qué mostrar o no mostrar en los medios. Recordamos por ejemplo aquella fotografía del niño Aylan, muerto, en la orilla de una playa del Mediterráneo. ¿Debemos seguir mostrando estas imágenes?

El debate sobre esto es eterno. Personalmente, creo que debemos mostrar esas imágenes porque lo que no se muestra es como si no existiera. Lo que no se debe hacer nunca es regodearse o seguirle el juego a quien quiere que las mostremos con detalle, como ocurre en el caso del terrorismo, por ejemplo. Pero hay que mostrar. Muchas cosas en el pasado cambiaron porque la gente se enteró de ellas y protestó.

¿Por qué cuidó tanto Estados Unidos la difusión de imágenes de cadáveres del atentado del 11-M?

Primero, obviamente, por respeto a las víctimas y sus familias, y porque a veces ni siquiera había cadáveres, solo restos desperdigados. Después, por no darle esa victoria a los terroristas. Esto habría supuesto amplificar el daño que hicieron, porque además lo planificaron todo para que viéramos en directo el ataque a la segunda torre cuando medio mundo estaba frente al televisor. Desgraciadamente, no siempre se ha actuado así con otros actos terroristas, aunque es verdad que ahora cualquiera puede sacar una foto con su móvil y convertirla en viral. Ya no hay un estado que pueda controlar todo ni diseñar una estrategia a tiempo. Ahí sí que la prensa tiene algo que hacer. Siempre manejará mejor una información sensible un profesional que cualquier espontáneo en las redes. 

En este contexto entra en juego el sensacionalismo y hasta la desinformación. ¿Hasta qué punto esto va a contribuir a generar más desinterés por la información?

Desgraciadamente, eso es parte del problema. Ambas cosas están detrás del desapego que algunas personas sienten por la información y por los medios tradicionales, pero el desinterés nunca puede ser la solución. El ciudadano informado siempre tendrá más capacidad crítica y se defenderá mejor en todos los sentidos. Y esa capacidad solo se logra informándose en muchos sitios, no cerrando los ojos.

Los medios de comunicación ya no mantienen el monopolio de generar y trasmitir información. Ahora está la competencia de las redes sociales y los youtubers, tiktokers e influencers... ¿Qué consecuencias tiene esto?

Ninguna buena. Siempre defenderé a los medios tradicionales porque, con todos sus defectos, cuentan con profesionales que tienen una preparación y que por lo menos saben que hay una palabra que se llama ética. En las redes, todos sabemos que puede estar cualquiera y que hay gente que no tiene ningún filtro.

Recuerda usted que Ernesto Sábato contó que las dactilógrafas que transcribían los testimonios de torturas, desapariciones y secuestros en la comisión de los crímenes de la dictadura argentina tenían que ser frecuentemente reemplazadas porque se echaban a llorar. Ahora son los supervisores de contenidos digitales quienes sufren daños psicológicos...

Sí, esa es una profesión de alto riesgo emocional porque, al analizar el contenido que se publica en algunas redes, ven todo tipo de barbaridades. Y porque les obligan a visualizar vídeos enteros, pese a que a veces basta ver el comienzo para saber que se está ante contenido violento.

Al final, llega a la conclusión de que no queremos ver la realidad porque tenemos miedo. Pero, ¿eso, a su vez, no nos hace aún más vulnerables, más manipulables?

Por supuesto, por eso defiendo que la solución está en el término medio. Tenemos que informarnos de lo que pasa, pero quizá debamos pasar menos tiempo ante el televisor, el periódico o las redes. Quien elige no ver la realidad será siempre más manipulable y además será peor ciudadano, porque vivimos en sociedad y no podemos fingir que ciertas cosas no ocurren.