Los dos balnearios que existen actualmente en la playa de La Magdalena de Santander se llamaron Polo Norte. El primero es hoy un local de reputada carta gastronómica, recientemente renovado a los pies de la arena y al lado del Club de Tenis de la ciudad. El segundo es una ruina con sentencia de demolición: el hermano pobre rebautizado como La Horadada en la punta de San Marcos. Un premio de consolación que se ofreció por parte de las autoridades franquistas a los propietarios del primer Polo Norte cuando les quitaron su balneario acusados de “izquierdistas desafectos al régimen en grado sumo”.
Muchos años después de aquel atropello institucional y político en plena dictadura, el proyectado derribo del edificio del club náutico de La Horadada, cerrado desde hace años, resucita la historia del por qué de su simbólica construcción.
Los dos establecimientos representan la historia de dos ciudades que han perpetuado sus roles. Dos balnearios en la misma playa separados por unos metros que comparten origen. Elisa Cano y su marido Luis Castellanos regentaban el Polo Norte, un popular bar y merendero en la playa de La Magdalena, donde hoy se ubica el actual balneario. Lo habían heredado de sus abuelos.
Era un casetón de madera con mesas al aire libre frente a la bahía de Santander, en las afueras de la ciudad, y a su alrededor no había nada, excepto un pequeño embarcadero al que llegaban lanchas desde el muelle y el Palacio de La Magdalena, en la atalaya de la cercana península que se acabó de construir en 1912. Allí veraneaban los reyes y su corte. Abajo, el merendero reunía a las clases populares.
Los problemas empezaron cuando un vecino de Santander, Ángel Yllera, puso sus ojos en aquellos terrenos con la ambición de construir cuatro chalés en este privilegiado escenario y adquirió 2.900 metros cuadrados a Vicente Quintana en una zona conocida como El Polvorín o Polo Norte.
La ciudad, después del incendio de 1941, en plena posguerra, estaba sufriendo una brutal metamorfosis. Un proceso de depuración social, con la expulsión de los habitantes de clase baja del centro a la periferia, y de especulación urbanística en favor de las familias que estaban bien relacionadas con la Falange, que controlaba el proceso de reconstrucción y que se apropió de los mejores solares en subastas cuestionables.
Las secuelas de aquella política de favoritismo del suelo también llegaron hasta la playa de La Magdalena. Aquel chiringuito de madera que había sido bautizado como Polo Norte fue repentinamente derruido en 1949 “para satisfacer los deseos de expansión de Ángel Yllera García-Lago”, atribuye el matrimonio propietario en un escrito que custodia en la actualidad el Archivo Municipal de Santander. “Por causas públicas conocidas a fin de poder comprar y construir en ese terreno los chalets en los que viven”, precisaron los afectados.
Aún así, Elisa Cano y Luis Castellanos, que mantenían la concesión del negocio, propusieron al Ayuntamiento de Santander construir un balneario sobre los escombros del merendero de su propiedad. Las autoridades municipales optaron por convocar un concurso público al que se presentaron ellos y otras dos personas, Manuel Buenaga y José Beraza, con idénticas propuestas. Se eligió, por tanto, entre dos proyectos.
Finalmente, se adjudicó al número dos por 4.000 pesetas de renta durante 50 años y al matrimonio -que había ofertado 10.000 pesetas- se le negó hasta el derecho de tanteo (a igualar la oferta seleccionada). El Ayuntamiento de Santander se lo retiró tras recibir informes sobre su conducta y afiliación política.
En 1951, “los cabezas de familia cuyos domicilios rodean la playa de La Magdalena, el lugar donde se pretende construir un balneario”, encabezaron así una carta que escribieron al alcalde de la época. En ella, le pedían que considerase “indeseables” a los actuales propietarios de la taberna el Polo Norte, “no solo por sus antecedentes sociales”, sino porque “a la vuelta del exilio en el extranjero del propietario han seguido dando frecuentes escándalos”.
La denuncia está firmada por apellidos como Gómez-Acebo, Yllera, Cores, Quintana, Pombo, Bárcena, Rubio y Quintana. Todos ellos miembros de dos únicas familias “enemigos de Elisa y su esposo”, según argumentó el abogado de los afectados que intentaba defender los derechos de los propietarios legítimos en un contexto político y social muy desfavorable.
Estas familias influyeron para que la Jefatura Provincial de la Falange informase negativamente sobre Luis Castellanos porque se había destacado por sus ideas izquierdistas, había estado afiliado a UGT y era uno de los fundadores del partido de izquierda republicana en Santander. Había ingresado en el ejército rojo como conductor de un camión, fue detenido por los franquistas y quedó en libertad condicional.
Pero más allá de los detalles de su biografía, la denuncia de Falange concreta que “insultaba a las personas derechistas que viven cerca amenazando y atemorizándolas”. “La familia Gómez Acebo Quintana de su vecindad sospechan -sin que pueda afirmarlo- que Luis Castellanos fue el autor de la denuncia contra uno de ellos que más tarde fue asesinado”, relata el informe.
Los reproches de los falangistas añaden que a altas horas de la noche se ha visto al matrimonio reunido en su establecimiento “con elementos netamente rojos y fichados como tales”. También se les atribuye que en el Polo Norte se efectúan “negocios inmorales e ilícitos” como contrabando y “la admisión en lugar reservado a parejas de ambos sexos siempre a altas horas de la noche”. “Es de rumor público que ambos son desafectos al régimen en grado sumo”, concluye.
Este informe convenció al Ayuntamiento de Santander para sacarlos del concurso. El balneario se acabó adjudicando “a un miembro de la guardia de Franco” que alquilaba casetas y guardada la ropa de los bañistas en la propia playa de La Magdalena, cuya vida pública, privada y religiosa “es buena”, según los jefes de Falange.
El matrimonio trató de defenderse “de las injurias que sin reparo alguno causando un gran perjuicio a su reputación”. Es más, el delegado del sindicato provincial de hostelería de Falange expidió un certificado que corroboraba la buena conducta y aseguraba que nunca se les había tenido que sancionar.
Contra todo pronóstico y desafiando la represión de la época, el matrimonio llevó el asunto a los tribunales. Un proceso contencioso que ganaron, en parte, en 1953: se anuló la decisión municipal de retirarles el derecho de tanteo, pero no se anuló el concurso que en un primer momento la autoridad municipal declaró desierto.
Para zanjar el asunto, a los antiguos propietarios se les ofreció en compensación construir otro nuevo balneario que mantuvo el nombre del original, Polo Norte, aunque actualmente se conoce como La Horadada. Elisa Cano y Luis Castellanos inauguraron en 1957 esta instalación que ahora tiene los días contados después que, en las últimas décadas, hubiese estado destinado a usos vinculados con los deportes náuticos.
Con su demolición, dado el deficiente estado ruinoso en el que se encuentra, se entierra esta historia y se acaba con un símbolo de la resistencia de unos santanderinos que lucharon por sus derechos contra las familias que edificaron sus chalés sobre las ruinas de su primer balneario con la connivencia de las autoridades del régimen franquista en Santander.